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Tribuna
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Tecnología y protección de periodistas

Debemos contrarrestar el mito que seguridad y privacidad se excluyen mutuamente

Esta semana, periodistas, tecnólogos y otros defensores de los derechos humanos se reunirán en Valencia, en ocasión del Festival por la Libertad de Internet, una singular conferencia multidisciplinaria dedicada a luchar contra la vigilancia y la censura en la Web. Más de 600 participantes de 43 países se han inscrito para el festival, que va por su segunda edición. El encuentro no podía ocurrir en un momento de mayor importancia.

Los periodistas y los blogueros utilizan la tecnología para decir incómodas verdades a las autoridades y sobre ellas. Inevitablemente, ello los expone al resentimiento y, con demasiada frecuencia, a las represalias. Los gobiernos comúnmente utilizan las tecnologías de vigilancia de manera abusiva y explotan las vulnerabilidades tecnológicas, con fines represivos.

Se trata de un problema global. En Colombia, recientemente han vuelto a surgir denuncias de que el gobierno espía a los periodistas, lo cual ha suscitado interrogantes acerca de la suficiencia de las protecciones jurídicas del país en torno a la vigilancia. En Rusia, los periodistas sufren actos de intimidación y ataques contra la integridad física por lo que escriben en la Internet. La prensa es objeto de ciberataques en México y de espurias quejas por violación del derecho de autor en Ecuador. En China, el país del mundo con el mayor número de periodistas encarcelados, la existencia de alternativas favorables al gobierno que buscan reemplazar a Facebook, Twitter y otros servicios de medios sociales, refuerzan el “Gran Cortafuegos” técnico del país, un sistema de filtración de contenido.

La censura y la intimidación virtuales que sufren los periodistas con frecuencia se trasladan al mundo real. Las autoridades pueden seguir los pasos de los periodistas mediante sus teléfonos. Una vez que los periodistas son arrestados, a muchos se les interroga sobre sus actividades en Internet. Muchos de los cuales trabajan para medios digitales, son asesinados por su trabajo con trágica frecuencia.

Incluso cuando los periodistas no son objeto de censura ni de ataques contra la integridad física, las amenazas que enfrentan hacen que muchos tomen medidas extraordinarias para proteger sus artículos y para protegerse a sí mismos. Así desvían vital energía de su verdadero trabajo, que es difundir las noticias.

Sin embargo, de la misma manera que se puede utilizar para colocar a los periodistas bajo vigilancia, la tecnología los puede liberar de ella. Cuando se usa la tecnología cuidadosamente, ella les permite a los periodistas comunicarse en confidencia con fuentes con las cuales no se podrían encontrar de manera segura, aprovechar la información disponible en la Web para sus investigaciones e incluso publicar de manera anónima, si fuera necesario.

Existen ejemplos de tecnologías que protegen la privacidad, mientras éstas adoptan muchas formas. Los periodistas emplean el navegador Tor para anonimizar su tráfico en la web. El CPJ es al mismo tiempo uno de los socios fundadores y un beneficiario del Proyecto Galileo de CloudFlare, que les proporciona gratuitamente protección de primera clase contra el ciberataque a los medios más pequeños. Y la encriptación sólida es tan importante que su uso está protegido por el derecho internacional.

Pero la promesa de la tecnología también está amenazada. En Etiopía, las autoridades encarcelaron a los blogueros de Zona 9 en parte por intentar aprender cómo utilizar la encriptación. El año pasado, en Turquía, Mohammed Rasoon fue detenido por 131 días en parte por utilizar la llamada encriptación de “categoría militar” —un sinsentido que describe tecnologías que son comunes a los teléfonos inteligentes de los consumidores, los servicios bancarios por Internet y a casi todo lo demás que trata los datos privados—. Y hablando de los teléfonos inteligentes, en Estados Unidos —donde las protecciones constitucionales para la prensa fueron formuladas por medio de correspondencia encriptada— el FBI quiere obligar a Apple a escribir un programa malicioso personalizado para evadir la seguridad de su teléfono bandera, el iPhone.

La batalla jurídica entre Apple y el FBI puede marcar el comienzo de lo que sería una tendencia muy preocupante. Si el FBI prevalece y obliga a Apple a sabotear la seguridad de sus propios aparatos, una medida que para la empresa no tiene precedentes, fácilmente podría hacerles lo mismo a otras empresas. Otros gobiernos seguirían el ejemplo, o simplemente robarían el software que el gobierno estadounidense obligó a Apple a crear.

Sin embargo, el gobierno estadounidense no es el único gobierno occidental que ha intentado socavar la seguridad de los sistemas de computación. Gobiernos como los de Francia y Gran Bretaña han realizado pedidos similares a empresas de tecnología durante el año pasado, las que en gran medida han sido rechazadas. No obstante, existe peligro no solamente en la introducción de vulnerabilidades tecnológicas forzadas, sino también en el discurso de los gobiernos que enfrenta a la privacidad con la seguridad.

En la era de la información, la privacidad, la seguridad y la libertad de expresión se complementan todas ellas entre sí. Vivimos en un mundo en que se puede asumir el control de los autos, se les puede exigir a los hospitales que paguen un rescate y se puede cambiar el blanco de fusiles de asalto, todo ello a distancia y sin conocimiento del usuario. La buena seguridad de los sistemas de computación por omisión previene estos males, además de los ataques de phishing, la vigilancia y la censura que los periodistas y las organizaciones noticiosas experimentan con frecuencia.

Por eso nos reuniremos con nuestros colegas en Valencia: para contrarrestar el mito de que de alguna manera la seguridad y la privacidad se excluyen mutuamente, y para trabajar hacia un mundo en el cual los periodistas —y todos los demás— puedan estar seguros.

Geoff King es coordinador del programa de Tecnología del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés)

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