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Los próximos diez años

Días propicios para ocuparse de la prospectiva. Estamos en la plenitud de la sociedad del riesgo y de la incertidumbre. De súbitos cambios geopolíticos sin cartas de navegar ni capacidad de visión. Avanzamos en la niebla y tememos tropezar de pronto con la oscuridad. George Friedman, presidente de la compañía privada de prospectiva Stratfor y brillante ensayista acaba de publicar ‘La próxima década. Los líderes y las potencias que determinarán el mundo que viene’. La edición española aparece con un prólogo del que yo soy el autor y que ahora doy aquí en este blog.

Poderes profundos

Este es un libro polémico, para discutir. Escrito a contrapelo de la gran mayoría de los análisis sobre política internacional. Un texto que exige mucho más que la mera lectura. Basado en una atenta observación de la realidad y en un conocimiento exhaustivo de la historia, de la geografía y de la economía del mundo, pero impulsado sobre todo por una pulsión iconoclasta, que no se conforma con el saber adquirido. Su autor, especialista en geopolítica, se vuelca aquí en un ejercicio insólito, que tiene algo de oxímoron: la prospectiva a corto plazo; aplicar las técnicas de la predicción de largo alcance, basadas en la localización de las tendencias de fondo, a la resolución de las imágenes del corto plazo.

Friedman hizo un primer y brillante ejercicio sobre la evolución del mundo en Los próximos cien años, publicado como éste en castellano también en Destino, en el que daba por terminada la guerra entre Washington y el terrorismo islamista y ya avanzaba el dibujo de una China debilitada por su aislamiento geográfico, su falta de poder naval y su inestabilidad estructural, derivada de los enormes desequilibrios de riqueza internos. Ahora lo prosigue con un desafío mucho más comprometido: intentar explicar la próxima década.

La visión a corto, según la concepción de Friedman, versa sobre las personas, las decisiones individuales, los liderazgos, mientras que la mirada a largo plazo necesariamente se vuelca sobre los acontecimientos, las fuerzas impersonales que modelan la historia. Hay algo de funambulismo en el ejercicio: si pudo hacer lo que parecía más difícil, como es echar la mirada sobre el próximo siglo entero, por qué no arriesgarse a lo más aparentemente fácil como es acometer la década.

Nadie le pedirá cuentas sobre el conflicto, hasta el borde de la guerra, entre México y Estados Unidos que Friedman prevé para finales del siglo XXI. Pero una demostración del altísimo riesgo y a la vez del coraje que exigen y comportan los ejercicios de predicción inmediata es que la primera buena noticia del siglo XXI, como es la revolución democrática en Túnez que ha derrocado al dictador Ben Ali, se produjo en el momento en que iba a aparecer el trabajo en su edición original en inglés sin que su autor hubiese podido entrever el terremoto político que está conmoviendo a todo el mundo árabe.

Y, sin embargo, la revuelta tunecina confirma su teoría sobre la década: son las decisiones individuales las que modelan el corto plazo. Sin la decisión suicida del joven Mohamed Bouazizi, de 26 años, licenciado en informática y vendedor ilegal de verduras en la localidad de Sidi Bouaziz no habría prendido la mecha de la revuelta. La desesperación del muchacho, que se quemó a lo bonzo después de que la policía destrozara su tenderete de verduras, el 16 de diciembre de 2010, justo un mes antes del derrocamiento de Ben Ali, sintoniza muy directamente con el estado de ánimo de toda la población joven del Magreb, que ha tenido acceso a un mínimo de formación, está conectada a los medios de comunicación y no tiene en cambio la posibilidad alguna de emplearse y de tener un futuro decente.

Esta es una mirada necesaria sobre la segunda década del siglo XXI que acabamos de inaugurar. La primera década ha registrado dos grandes cataclismos que han marcado la época: la irrupción del megaterrorismo con el espectacular hundimiento de las torres gemelas y el ataque al Pentágono el 11 de septiembre de 2001 y la crisis financiera que terminó con la banca de Wall Street en septiembre de 2008 y propagó la infección a todo el mundo occidental. El balance global desde el 2000 es, finalmente, bastante desastroso: en acontecimientos y en políticas. Ha entrado en crisis la globalización económica y tecnológica, que se había instalado como optimista horizonte en los años 90. El poder mundial se ha fragmentado y desplazado, hacia los grandes países emergentes del desaparecido Tercer Mundo y hacia nuevos poderes supranacionales, capaces de competir con los Estados nación, desde organizaciones internacionales y ongs, hasta mafias, grupos terroristas o multinacionales. Las réplicas devastadoras de la crisis financiera han desvelado las numerosas averías de la gobernanza económica y monetaria mundial y sobre todo europea.

Es el momento del desgobierno del mundo: la vieja arquitectura internacional ideada al final de la Segunda Guerra Mundial y en funcionamiento durante la entera guerra fría ha dejado de funcionar y no ha habido sustituciones alternativas serias, apenas remiendos para salir del paso. Acompaña a la nueva década una exigencia de gobernanza, a la que debe responder, ante todo, la primera superpotencia, con su caudal de valores democráticos y liberales. Friedman no tiene dudas al respecto y su libro no tan sólo argumenta sobre la necesidad y la responsabilidad de Washington en esta tarea, sino que detalla los consejos a quienes van a dirigir el mundo desde la Casa Blanca hasta 2020. De una forma u otra, hay en este ensayo una propuesta de rectificación.

Lo más interesante de los argumentos de George Friedman, presidente de la compañía de prospectiva geoestratégica STRATFOR, radica en su orientación: siempre en la dirección más insólita y con gran frecuencia contraria al pensamiento convencionalmente aceptado. Si ahora Estados Unidos aparece ante las opiniones públicas del mundo como un imperio declinante, desafiado por los poderes emergentes, China principalmente, este libro sirve para explicarnos y argumentarnos con contundencia exactamente lo contrario: es la superpotencia que dominará el entero siglo XXI, y su problema es precisamente que los estadounidenses acepten la realidad impuesta por los hechos, sobre todo los que se refieren a su potencia económica y militar, de un imperio involuntario que debe disponerse a cumplir con sus obligaciones en el establecimiento del orden mundial.

Si Dante se hace acompañar por Virgilio en un paseo de ultratumba por el infierno y el purgatorio, el autor se hace acompañar en su viaje por la geografía mundial de la figura de Maquiavelo: nadie sirve más y mejor al bien que sus propuestas de realismo político. La primera regla maquiavélica requiere aceptar el poder tal como es. Washington debe asumir plenamente que es un imperio, algo con lo que los norteamericanos están lejos de conformarse, y debe comportarse además como lo hacían los viejos imperios, Roma o Gran Bretaña, en una mezcla de dominación militar, diplomática y cultural, que aportaba beneficios para todos.

Friedman confía poco o nada en las instituciones internacionales. La suya es una mirada unilateral, sin ni siquiera necesidad de convertirse en unilateralista. Cree que EE UU debe comprometerse en el mundo, y preocuparse por todos y cada uno de sus países, pero no lo ve desde un prisma de un orden internacional en el que no cree, sino de un pragmatismo imperial que debe cumplir con sus obligaciones y debe hacerlo con prudencia e inteligencia, exactamente lo contrario de lo que ha hecho en la última década. Las intervenciones militares que ha realizado Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría han sido, por lo común, desacertadas. Hay que saber escoger a los enemigos y el primer criterio es que sean enemigos a los que se pueda vencer.

Estados Unidos debe regresar a una estrategia global más equilibrada y sutil, utilizando fundamentalmente el instrumento imperial por definición como es el equilibrio de poder para evitar las coaliciones adversas. Uno de los mayores errores de la estrategia estadounidense ha sido sobredimensionar el peligro terrorista, hasta encajarlo en la idea de una Guerra Larga de imposible victoria. Friedman señala precisamente que la última década ha significado la destrucción de los principales equilibrios que organizaban la zona del planeta más conflictiva: Irán se ha impuesto a Irak, India a Paquistán e Israel al conjunto del mundo árabe. De ello deduce que Washington debe tomar distancia respecto a Israel, dejar de debilitar a Paquistán y acomodarse a Irán como potencia regional.

El autor puede avanzar los peones de sus ideas en jugadas sorprendentes porque no sigue pauta ideológica alguna. Como sucede con quienes se dedican a la geopolítica parte de posiciones de un realismo y un pragmatismo imbatibles. Acostumbrado a plantear los problemas desde el nivel más material del mundo, la realidad geográfica, casi tectónica, y a construir la observación de las sociedades humanas ante todo desde la demografía y luego la economía y la historia, penetra en las representaciones ideológicas con una distancia prácticamente sin contaminación posible. Sucede con los análisis: Obama y Bush tienen más cosas en común de lo que parece. Pero también con las propuestas: Washington debe pactar con Irán siguiendo precisamente la pauta del deshielo con Pequín organizado por Kissinger y protagonizado por Nixon.

La geopolítica busca las profundidades del acontecer político. Las encuentra, por supuesto, en el largo plazo, la 'longue durée' de la historia. Inevitablemente se entretiene en el regreso al pasado: buena parte de sus predicciones sirven para recordarnos que lo que ya fue puede volver a ser. Los países emergentes son reemergentes. Si China tiene el peso que tiene es porque lo tuvo en el pasado. Es un buen ingrediente analítico frente al presentismo y a la información instantánea de nuestra época. Si Alemania y Rusia han buscado alianzas durante todo el siglo XX tiene toda su lógica que sigan moviéndose por el tropismo que las ha hecho siempre aliadas. Todavía las localiza mejor en la geografía: los dos océanos que separan la extensísima geografía de Estados Unidos de cualquier otra superpotencia mundial explican por sí solos toda su política exterior e incluso el trauma que significa sentirse atacado en sus dos capitales, la política y la económica, como sucedió el 11-S.

También hay algo del eterno retorno en la visión geopolítica. Al buscar las corrientes de fondo sitúa la mirada inevitablemente en la idea hecha que viene del pasado. Las viejas naciones juegan ahí un papel determinante. Pero la crisis del Estado nación, reforzada todavía más por la globalización, no se adhiere fácilmente a este tipo de análisis. De ahí que éste sea uno de los aspectos más discutibles del horizonte prospectivo, tanto en la mirada sobre el siglo como sobre el decenio.

Friedman utiliza la mirada profunda de la geopolítica para forjar un concepto sobre el que gira toda su reflexión acerca del papel de Estados Unidos en el siglo XXI. Se trata de la idea de un poder profundo, que define como una sabia conjunción de poder económico, militar y político, basado en enraizadísimas ideas y normas culturales y éticas, que obliga necesariamente a comprometerse fuera de sus fronteras. La Unión Europea, sin capacidad ni vocación militar, sin voluntad política y cuarteada en sus ideas y valores, es exactamente lo contrario, un poder superficial, meramente comercial. Friedman asegura cruelmente, desde una óptica inspirada en el imperio británico, que la UE «fue fundada como una zona de libre comercio y lo seguirá siendo». Concede, sin embargo, que no desaparecerá. Al menos esta próxima década.

Estados Unidos, país fundado por revolucionarios antiimperialistas, se halla ante el reto de mantener a la vez el imperio y la república, y gestionar un poder de gran envergadura y profundidad, y por tanto disruptivo e intrusivo, de forma equilibrada. Los ciudadanos norteamericanos sólo quieren las ventajas del imperio, pero la próxima década exige un programa presidencial que implique la aceptación de la realidad imperial ocultada o ignorada en la anterior década. En el dibujo de este imperio reluctante, condenado a aceptar la carga de su responsabilidad, late una nueva ‘carga del hombre blanco’, la factura imperial que la historia le pasa a Estados Unidos por su poder excesivo y a la vez parte del excepcionalismo americano, en este caso en forma de misión y responsabilidad sobre el mundo durante el siglo XXI.

El imperio profundo así dibujado poco tiene que ver con la imagen idílica proyectada por Barack Obama en los escenarios de la opinión pública mundial durante su campaña electoral ni con las altísimas expectativas despertadas por el relevo presidencial en la Casa Blanca en 2009. En el esquema de Friedman, el primer presidente afro americano que ocupa la presidencia imperial está condenado a reproducir el más clásico diseño imperial en lo que le queda de mandato y en el siguiente si consigue repetirlo. La visión pesimista de la historia que tiene el autor de este ensayo le conduce a propugnar un ejercicio decidido aunque moderado e inteligente de esta autoridad imperial como única alternativa a un mundo desgobernado y plagado de riesgos bélicos.

Comentarios

En Wikipedia,STRATFOR, the world's largest private intelligence and forecasting companyO sea presidente de un Think TankPeople who think, paid by people who make tanks.Especialmente odiosa la parte sobre México.En 2011 llevo acertado yo más que él.
Yo tengo miedo de pensar en lo que pueede pasar durante los próximos diez años...prefiero vivir el día a día, pues el futuro lo veo más negro que claro...
Bassets, desde mi humilde opinión (y creo que he leido mucho sobre literatura prospectiva) George Friedman no acierta, ni tampoco es del todo objetivo. Aunque no sea estrictamente el mismo tema, recomiendo éste libro: Mundo consumo – Zygmunt Bauman Hay un apartado o capitulo muy interesante que responde nó solo a la nocion del "otro", sino la dificultad con la que el paradigma occidental europeo tiene que lidiar a la hora de adaptarse a unas condiciones históricas cada vez más "ajenas" a su control. Muy interesante ver cómo el autor se dirige al individuo y sugiere soluciones.
Estados Unidos, desde mi punto de vista, sólo (y este sólo es mucho)conserva su supremacía militar. Lejos queda ya el sueño utópico, el sueño americano, asentado sobre la ideología de los padres fundadores. Podrá vencer, pero no convencer. ¿Cómo convencer con políticas de criminalización de los inmigrantes, de su sistema sanitario, de su consumo de recursos desmedido e irracional cuando cada vez es más evidente el callejón sin salida que supone tal modelo productivo y económico en un planeta de recursos finitos y no renovables? Por no hablar de cómo proliferan las cárceles, sobre todo abarrotadas de negros e hispanos, es decir, cómo aumentan año tras año los recursos en represión y disminuyen en educación. Una sociedad en que hay venta libre de armas, donde proliferan toda clase de sectas religiosas como respuesta al desconcierto y desesperación de sus habitantes, con hábitos alimenticios nefastos y modelos sociales superfluos y amorales...Que dicha sociedad, con tales valores, pueda erigirse en imperio en las actuales circunstancias, en las que asistimos a las tremendas contradicciones e injusticias del neoliberalismo, puestas especialmente de relieve por medios de comunicación que escapan al control de los "diseñadores" de la sociedad, como Internet, se antoja o díficil o triste. Sólo militarmente puede imponer Estados Unidos su papel de potencia imperial. Podrá vencer, pero nunca convencer. Con lo que seguiremos en un mundo convulso de guerras y terrorismo.
George Friedman plantea en su libro una perspectiva, cuanto menos, demasiado girada hacia el pueblo norteamericano en cuanto a sus deberes y posibilidades.Creo que con los tres primeros meses de este año ha quedado demostrado que las prospecciones a largo plazo son en si mismas un ejercicio de vanidad intelectual y de vulgar interés pecuniario...
El próximo 26 de abril se cumplen 74 años del bombardeo de Gernika. Pablo R. Picasso plasmó este bombardeo en el mundialmente conocido cuadro “Guernica”, que a día de hoy se ha convertido en símbolo de la Paz y de losDerechos Humanos.Pedimos tu adhesión a la que creemos legítima reclamación de trasladar definitivamente el cuadro, “Guernica-Gernikara”.http://www.guernicagernikara.net/home/?page_id=80
Condenados a ejercer de Imperio. Un imperio debilitado moralmente, no obstante, por intervenciones como la de Irak. Pero mira que debilita también la no intervención cuando hace falta.

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