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Un siglo del asesinato de Concha Robles sobre el escenario del Teatro Cervantes de Almería

Carlos Berdugo asesinó a la actriz el 21 de enero de 1922 en mitad del primer acto de 'Santa Isabel de Ceres'

Fotograma de 'Flores para Concha', el nuevo documental de Mabel Lozano.
Fotograma de 'Flores para Concha', el nuevo documental de Mabel Lozano.

Un largo siglo ha transcurrido desde el brutal asesinato de la actriz, cantante y poetisa Concha Robles. Cien años desde que la barbarie con rostro de hombre con doble fachada, le arrebatara la vida encima de las tablas de un escenario.

Concepción Robles Pérez nació en Almería en 1887, en el seno de una familia vinculada al teatro. Concha o Conchita, como la llamaban, triunfó desde joven en los escenarios. Era una mujer talentosísima, culta, inteligente, que escribía poemas, recitaba, actuaba y cantaba con enorme éxito.

Fue, una vez instalada en Madrid, en 1918, cuando conoció al comandante de Caballería Carlos Berdugo, un hombre 14 años mayor que la actriz, viudo y padre de dos hijas, del que se enamoró y con el que contrajo matrimonio, con bendiciones de la Iglesia incluidas.

Muy poco tiempo después, Berdugo mudó a su auténtica piel, la de un hombre violento, celoso y controlador, que quiso aislar a Concha de las personas que amaba y de sus pasiones: actuar y cantar. La actriz, debido a las agresiones y vejaciones que sufría por parte de su cruel verdugo, demandó la anulación matrimonial a un juez —entonces no existía la ley de divorcio, se aprobó en 1981—. Su señoría, a pesar de estar tan mal visto en aquella época que las mujeres se separaran de sus esposos y amos, falló a favor de la actriz pretendiendo, quizá, con esta inédita sentencia, salvarla de un parricidio.

La actriz Concha Robles.
La actriz Concha Robles.

Ya separada del maltratador, Concha regresó a su vida, al teatro y al canto, a lo que de verdad la hacía feliz. El 21 de enero de 1922, la actriz volvió a su ciudad natal, a su querida Almería, para estrenar la obra del dramaturgo Alfonso Vidal y Planas, Santa Isabel de Ceres, una pieza sobre la sordidez de la prostitución con la mirada de principio de siglo (cien años después es lo mismo para las mujeres prostituidas). Esa noche se colgó el cartel de “no hay entradas” en la taquilla del recién inaugurado Teatro Cervantes de Almería, que lucía hermoso para recibir sobre el escenario a una de sus paisanas más ilustres.

Antes de que comenzara la función, Carlos Berdugo se coló en el teatro, se escondió entre bambalinas y en mitad del primer acto irrumpió en el escenario y asesinó, en primer lugar, a un joven aprendiz de tan solo 16 años, Manuel Aguilar, que quiso cortarle el paso, para, acto seguido, asestarle dos tiros a Concha: uno en el pecho y otro en el corazón.

"¡Bravo!, ¡bravo!", gritaba entusiasmado el público aplaudiendo a rabiar el realismo de los efectos de la obra. Disparos, sangre y la gloriosa caída de la intérprete sobre las tablas. Nadie hasta ese momento se había dado cuenta de lo que había pasado en realidad, el horrible crimen de la dulce y bella actriz Concha Robles, que moría minutos después sobre el escenario del teatro donde había sido tan feliz y con el último aplauso de la gente de su tierra que tanto la querían y admiraban.

Desde el primer momento trataron de borrar el crimen de los documentos oficiales, así, tacharon con tinta negra la causa de defunción de la actriz del registro civil, aunque olvidaron borrarlo de la inscripción de fallecidos del cementerio de Almería, donde reza literal; falleció de heridas de arma de fuego. También, el abogado defensor del asesino intentó la total absolución de Berdugo, alegando al honor mancillado de su cliente, manchando así la memoria de una mujer cuya vida fue intachable.

Finalmente, y debido al asesinato también del joven Manuel Aguilar, Berdugo fue condenado por un Tribunal de Guerra a cadena perpetua en las Islas Chafarinas, donde según el documentalista almeriense Manuel Artero, en la isla gozaba de ciertos privilegios, y al poco tiempo de iniciar el cumplimiento de su condena ya tenia casa propia y pudo hacer una vida normal y seguir con sus aficiones de siempre: jugar a las cartas, la vida nocturna y emborracharse diariamente, mientras se jactaba delante de sus compañeros militares de las agresiones y vejaciones a las que había sometido a sus mujeres y amantes, además del asesinato de Concha en plena actuación.

Hoy recordamos a esta extraordinaria e inspiradora mujer, una bella y valiente mujer que quiso ser libre pero a la que la violencia machista cercenó las alas.

Para que tu nombre no lo borre la historia. Aquí estamos Concha

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