Purgatorio en el metro
Quizá sea posible mejorar el servicio en el metro teniendo en cuenta la comodidad y la salud del viajero; por ejemplo, expulsando a la Comunidad de Madrid de la gestión y concediéndosela al Ayuntamiento
Manual de resistencia es el título de la autobiografía de Pedro Sánchez, pero bien podría ser la historia de todos cuantos utilizan el metro de Madrid para sus desplazamientos por la ciudad. El viajero habitual venía sufriendo de forma intermitente periodos de extrema incomodidad, que van desde averías eternas en las escaleras mecánicas, lo cual en algunas estaciones equivale a descender a pie hacia el infierno, hasta periodos prolongados de impaciencia en las estaciones a la espera de trenes que se demoran hasta la extenuación. Pero en los últimos dos meses la calidad del servicio ha bajado tanto que incluso los usuarios habituales más pacientes despotrican contra un servicio penoso.
El gestor de un metro tiene que aceptar como propios algunos cumplimientos básicos: 1. Mantener una frecuencia suficiente de trenes con el fin de distribuir a los viajeros sin que parezca que se los transporta hacinados en un vagón de ganado; 2. Garantizar una cierta higiene en los vagones, de forma que no parezcan que se han limpiado en las cocheras con un par de manguerazos de agua a presión; 3. Servir al cliente con trenes modernos, iluminados y aireados, de forma que el aire acondicionado no congele las extremidades y la calefacción nos funda los empastes de las muelas; que el billete sea barato (algo discutible) no implica castigar al madrileño con trenes lóbregos o asfixiantes, con temperaturas que se aproximan al punto de cocción conforme van entrando viajeros; 4. Instruir a los conductores para evitar los frenazos bruscos, esos que arrojan al usuario contra las paredes con la misma fuerza que las tormentas lanzan a los buques contra las rompientes. Y, si se puede, que las brigadas de limpieza eliminaran esa capa de grasilla que impregna los lugares de sujeción y los asientos como si hubiesen sido untados con tocino.
Saben los viajeros que en España se exprimen los servicios públicos sin inyectar inversión nueva hasta que implosionan. Es el modelo económico inspirado por el turismo: que vayan entrando turistas, que al fondo hay sitio, hasta que se aplasten de narices unos contra otros. Pero quizá sea posible mejorar el metro teniendo en cuenta la comodidad y la salud del viajero. Por ejemplo, expulsando a la Comunidad de Madrid de la gestión y concediéndosela al Ayuntamiento. A ver qué pasa.
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