Erasmus cumple 30 años
Los méritos de este programa son múltiples. Demuestra que con poco dinero se puede hacer mucho
Nueve millones de universitarios europeos han cursado estudios en otro país de la Unión en los 30 últimos años. Esa cifra resume el balance del programa Erasmus, que ahora alcanza la plena madurez.
¿Es poco o es mucho? Es significativo, en términos de cantidad. Si los concentráramos en un solo año académico, rozarían la mitad de los casi 20 millones de estudiantes anuales de ese nivel en la UE.
Pero es extraordinario en relación a su impacto cualitativo. Sobre la apertura mental de los chavales, sobre la creación de una conciencia colectiva, sobre el afloramiento de un sentido de pertenencia común. Algo debe el masivo voto antiaislacionista de los jóvenes británicos al éxito de esta iniciativa.
Y todavía lo es más si se le aplica el baremo coste-beneficio. En el primer trienio, Europa le dedicó una partida presupuestaria de 85 millones de ecus. Ha crecido exponencialmente, hasta 2.500 millones de euros para este año. Aunque esta inversión de futuro sigue contrastando con otras volcadas al pasado, como la de la elefantiásica política agrícola común: 45.000 millones en 2017.
Si bien algunos facilones lo caricaturizan, los méritos de este programa son múltiples. Demuestra que con poco dinero se puede hacer mucho. Que una idea vale más que una cifra.
Que si todos reman juntos (Bruselas, los Gobiernos, las autonomías, las familias) mancomunando esfuerzos vía cofinanciación, el resultado es irreversible. Que el valor añadido de la Unión, su piedra de toque y razón de ser, debe evidenciarse al vuelo: en este caso, el conocimiento de, acceso múltiple a, y mejora en los distintos (y similares) sistemas universitarios, el hacer Europa...
España es campeona en recibir y enviar becarios. Pero, al mismo tiempo, farolillo rojo en el ranking de apoyo a los suyos: 61,3 millones de euros en 2011, 29 millones en 2017... tras haber quebrado la continua caída por los recortes de la época Wert.
Hoy nadie serio duda de la oportunidad y conveniencia de este programa. En 1987, su creador desde la Comisión Delors, el vicepresidente español Manuel Marín, tuvo que superar la agresiva oposición de los ministros de Educación (que clamaban por sus competencias provincianas) y luego de los de Hacienda (por su genética racanería cortoplacista). Solo lo que cuesta vale.
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