Walyaldin Suliman, un solicitante de asilo darfurí de 33 años procedente de Sudán, en la habitación alquilada que comparte con otro demandante en el barrio de Newe Shaanan, en la zona sur de Tel Aviv.
Walyadin participó en política al lado de la oposición sudanesa y huyó del país tras ser reclutado para el Ejército, ya que esto suponía luchar contra su propia gente en su tierra natal, Darfur, y en otras zonas de Sudán violentamente oprimidas, como los Montes Nuba.
Entre sus dos empleos, uno en la cocina de un restaurante y otro llevando una precaria peluquería para hombres cuyos clientes son exclusivamente otros demandantes de asilo, Walyadin no pierde el tiempo: asiste a clases de hebreo, participa en campañas, organiza actos y recauda donativos para construir un instituto para chicas en la región de Jokhana, en Darfur. Asimismo, interviene en obras teatrales organizadas y representadas por refugiados para sensibilizar a la ciudadanía israelí de su situación.
Gran parte de la comunidad se ha instalado en la zona sur de Tel Aviv, donde se encuentra la estación central de autobuses y en la que abundan los pequeños negocios dirigidos por personas a la espera de recibir el estatus de refugiado, cuya clientela está compuesta principalmente por otras en su misma situación. Sin embargo, quienes se oponen a la presencia de demandantes de asilo en Israel, afirman que estos han robado empleos que podrían estar ocupados por israelíes, a pesar de que, antes de la Segunda Intifada y del cierre de Cisjordania, las tareas para las que se requiere poca cualificación solían desempeñarlas palestinos.