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CLAVES
Columna
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Querer mandar

Cuando un líder se ve obligado a hacer ostentación de poder es que este ya está debilitado

Máriam M-Bascuñán
Pablo Iglesias a su llegada a la asamblea de Podemos, en Vistalegre (Madrid) en 2014.
Pablo Iglesias a su llegada a la asamblea de Podemos, en Vistalegre (Madrid) en 2014.Claudio Álvarez

Podemos nació como un partido/movimiento que quería parecerse al 15-M antes que a los partidos políticos del siglo XX. Hasta ahora, es un objetivo malogrado. Su congreso ha vuelto a sacar a la luz la dificultad para escapar de las tradicionales pugnas por el poder propias de toda organización política, lo que nos obliga a reconducir las pesquisas al más viejo de los temas políticos: no hay política que no esté transida por la ambición de poder.

¿Qué virus afecta a un líder para subordinarlo todo a su posición de mando? De Iglesias ha sorprendido que reduzca la disputa de Vistalegre a una confrontación entre liderazgos. Sorprende porque, como ya sabemos por El príncipe, “cuanto más poderoso sea el poder, con más sigilo opera”, y cuando un líder se ve obligado a hacer ostentación de poder es que este ya está debilitado. Tal vez no supo medir bien sus fuerzas con respecto a Errejón, desoyendo las enseñanzas de Maquiavelo: en política, a los hombres los ganamos o los perdemos. Y si los perdemos, nos acaban provocando daño.

Por eso a un “segundo” hay que mantenerlo débil, señalaba el florentino. Si le otorgas demasiado poder, acabarás labrando tu propia ruina, pues siempre se valdrá de él para, mediante la astucia, perseguir sus propios fines. Por otro lado, lo que nos ha sorprendido de Errejón es su correlativa ambición de poder. Cabe aquí otra pregunta relevante: ¿por qué al final todo el mundo quiere mandar? O mejor: ¿por qué hay que recurrir al viejo Maquiavelo para explicar lo que ocurre en Podemos cuando aspiraban a encarnar “la nueva política”?

Si donde hay política siempre habrá poder, esta nunca podrá predicarse como nueva: quizás las políticas están condenadas a ser viejas. Pero ese no es el problema de Podemos. El problema es que sus guerras intestinas provocan una peligrosa frustración en las expectativas que generaron. Hablar de lo razonable es menos sexy que hacerlo de la transformación del régimen establecido en pos de “algo superior”. Instalarse en ese “confort metafísico” siempre ha formado parte de una izquierda que, empeñada en buscar el paraíso, terminó en el limbo o en el larguísimo purgatorio de la oposición. @MariamMartinezB

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