¿Por qué ahora en España solo se hacen 'thrillers'?
Analizamos el fenómeno cinematográfico del momento con las cintas candidatas a los Goya. 'Que Dios nos perdone', 'El hombre de las mil caras' y 'Tarde para la ira' compiten en mejor película.
Crímenes, rencores y sordidez en un país a la deriva. Bajos fondos, pero no solo lumpen. Policías corruptos y asesinos sin épica protagonizan thrillers inconfundiblemente españoles. Un género que se ha ido imponiendo hasta llegar este año a copar los Goya. Ahí están Que Dios nos perdone, El hombre de las mil caras y Tarde para la ira compitiendo por el cabezón a la mejor película del año. Bares grasientos, personajes traumados, ponzoña.
Aunque el género tenía valerosos precedentes, Enrique Urbizu marcó un camino. El autor de No habrá paz para los malvados es el padre del nuevo thriller español, que muestra sin ambages la suciedad que impregna todo. Santos Trinidad es su epítome. Un inspector de policía que, involucrado en un triple asesinato, intenta salir indemne a toda costa, antes de que sus compañeros resuelvan el caso. En Todo por la pasta y La caja 507 ya mostraba la putrefacción del sistema, al borde del colapso.
"Este tipo de cine es una buena forma de acercarse a los tiempos oscuros que vivimos", apunta Rodrigo Sorogoyen. Tras el éxito de Stockholm, cambió radicalmente de tono en Que Dios nos perdone. ¿A qué se debe su apuesta por el thriller? "Tenía ganas de abordarlo como director y era más fácil que un productor comprase un guión de este género, que permite acceder a un público mayor". Un Madrid revuelto por la visita del Papa Benedicto XVI y por el 15-M es el contexto en el que transcurre la trama. Aparece una anciana asesinada. Los inspectores Alfaro y Velarde deben encontrar al culpable mientras comienzan a apestar nuevos cadáveres. "Dos hombres que persiguen a un monstruo y se supone que están para hacer el bien, que tienen sus infiernos y sus demonios, se comportan moralmente de manera discutible", resume el director.
El choque entre ética y legalidad es una constante del género que abrazó Alberto Rodríguez en Grupo 7. De las redadas y persecuciones de aquella unidad policial, que tenía como objetivo limpiar de droga las calles del centro de Sevilla en los años previos a la Expo 92, pasó a las marismas del Guadalquivir en La isla mínima, donde una pareja de inspectores contrapuestos en su forma de pensar y actuar tenía que descubrir quién había asesinado a dos adolescentes. Silencios y encubrimientos en una España profunda, con sus propias reglas, que seguía con el franquismo muy presente. Arrolló en los Goya hace dos ediciones. Antes de rodarla, ya trabajaba en la historia de Paesa y Roldán.
"Es un director muy exigente consigo mismo y con el espectador. Alberto Rodríguez es de una precisión tremenda. Siempre quiere más", alaba Paco Ramos, productor de El hombre de las mil caras. Le encargó el proyecto cuando Enrique Urbizu lo abandonó, años atrás. "Aquel guión quedó guardado en un cajón". Satisfecho con los casi tres millones de euros que ha recaudado la película, cree que el éxito en taquilla del género se debe a la cercanía al contexto. "Esa suciedad moral nos afecta a todos. Hay una desesperación común. Estas películas se convierten en un reflejo muy potente de nuestro país y potencian la capacidad del espectador para identificarse con los protagonistas".
Las cloacas del Estado también apestan en Cien años de perdón, de Daniel Calparsoro. Un atraco en un banco en Valencia, cuyos trabajadores están inmersos en un ERE, pone en jaque al Gobierno al desvelarse que allí se guardan documentos comprometidos. "Como esto se nos escape de las manos, estamos jodidos todos", dice su jefe de gabinete. Unos mienten a otros, los atracadores entre ellos, los políticos a los policías y viceversa. Protagonizada por Luis Tosar, el guión es de Jorge Guerricaechevarría, que ya firmó el de Celda 211, el incontestable éxito dirigido por Daniel Monzón con el cejudo actor como Malamadre. Tras el motín carcelario, repitieron con El Niño, thriller fronterizo que certificó la fórmula con lanchas cargadas de hachís y persecuciones con helicópteros en Gibraltar.
Raúl Arévalo se ha unido a esta vertiente españolísima del género, donde las escopetas no solo sirven para cazar. Lo mostraron antes José Luis Borau en Furtivos, Carlos Saura en El séptimo día o Jorge Sánchez-Cabezudo en La noche de los girasoles. Imaginería propia de la España cañí. A los pasos de Semana Santa les han sacado partido Kike Maíllo en Toro y Manuel Martín Cuenca en Caníbal. Poderosa estética en la que resuenan tambores y cornetas mientras salpica la sangre.
Pistas falsas, pálpitos y pesquisas. La tensión continua es una de las características del género, que no deja de evolucionar. Sin desaprovechar el subtexto, sacándole partido. Señala culpables y cómplices. Refleja la realidad sin puntos de sutura, desangrándose. "Coincidimos en mostrar una España muy real. Lo que leemos todos los días en los periódicos y vemos en televisión", comparte Sorogoyen. "El motor de Que Dios nos perdone fue ese verano de 2011 en Madrid viviendo escenas extrañas, viendo cargas policiales, tanta violencia por todas partes. Supongo que si varios directores mostramos ese mundo oscuro es porque lo vemos a diario y sentimos la necesidad de contarlo, de preguntarnos de dónde viene".
Los actores se repiten. Saltan de una película a otra, se cruzan, coinciden. Luis Tosar, José Coronado y Antonio de la Torre se han convertido en rostros ineludibles de este tipo de cine. En los últimos años no han dejado de interpretar a personajes turbios, a tipos recios. No tienen escrúpulos. Comparten pasados que les pesan, que arrastran. Ambientes opresivos en los que faltan mujeres. Dirigidas y protagonizadas por hombres, la mayoría no superan el test de Bechdel.
Son películas que cuentan con considerables presupuestos, lo que facilita que consigan una factura técnica impecable. Hacen frente en recaudación a súperproducciones internacionales y a las comedias. Se seguirá sacando partido al filón. Sin ir más lejos, el mes que viene se estrenará una de las grandes apuestas del año: El guardián invisible, la adaptación de la novela superventas de Dolores Redondo. La tendencia sigue. Marc Vigil, director de El ministerio del tiempo, debutará en el cine con El silencio del pantano, un thriller ambientado en Valencia que cuenta una historia de muerte, codicia y falta de escrúpulos. Tras llevarse la Concha de Plata al mejor guión en San Sebastián, Rodrigo Sorogoyen ya trabaja junto a Isabel Peña en el próximo: la historia de un tipo corrupto.
En los inicios de la democracia los cineastas también se adentraron en violentas realidades, como José Luis Garci en El crack, Vicente Aranda en El Lute: camina o revienta o Eloy de la Iglesia con su cine quinqui. En los 90 destacaron títulos como Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto de Agustín Díaz Yanes o Los lobos de Washington de Mariano Barroso. Thrillers con distintas capas, más allá de los estándares. El género, desde luego, tiene buenos espejos donde mirarse.
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