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Tribuna
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La caza del fascista imaginario

No sorprende que el independentismo catalán impida hablar a quienes no están con él

Manifestación independentista a favor de Carme Forcadell.
Manifestación independentista a favor de Carme Forcadell.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Mentiría si dijera que me sorprendió lo ocurrido el martes pasado en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), donde un grupo de alumnos autodenominados antifascistas, convocados por el llamado Sindicato de Estudiantes de los Países Catalanes, trató de impedir por la fuerza el normal desarrollo de un acto convocado por Societat Civil Catalana (SCC). El acto consistía en un cinefórum sobre el documental Disidentes:El precio de la discrepancia en la Cataluña nacionalista, y cualquiera diría que los saboteadores estaban allí para brindar una demostración práctica de que, efectivamente, en Cataluña discrepar abiertamente de la opinión prevaleciente en el espacio público tiene un precio. De entrada, que por el solo hecho de no ser nacionalista se te cuelgue automáticamente el sambenito de fascista o que se intente impedir que expreses libremente tu opinión, por muy democrática y respetuosa que sea, en una Universidad pública.

Los radicales vociferaban proclamas tan curiosas como “fuera fascistas de la Universidad”, sin reparar en que, para ser consecuentes, los primeros que tendrían que abandonarla serían ellos. También gritaban que “la Autónoma será la tumba del fascismo”, pero olvidaban que, de no ser por la actuación de los Mossos y el aplomo de los miembros de SCC, la Autónoma hubiera sido la tumba en todo caso de la libertad y de la democracia. De todas maneras, el fanatismo de esos aprendices de kale borroka es solo un síntoma de un mal mucho mayor. De ahí que hoy me parezca especialmente necesario rendir homenaje a los miembros de una entidad como SCC por el trabajo que desde su fundación vienen desarrollando en favor de la convivencia en Cataluña. Desde luego, queda mucho por hacer si se aspira a galvanizar la concordia entre catalanes, y entre estos y el resto de los españoles. En eso ha estado siempre SCC, a pesar de la ignominiosa campaña de desprestigio que ha sufrido en los medios públicos y subvencionados por la Generalitat, que han hecho todo lo posible por presentarla como una organización de reminiscencias franquistas, que es, en definitiva, la manera que los nacionalistas tienen de caricaturizar a cualquiera que no comulgue con su interpretación de la realidad catalana. Es lo que han hecho siempre con el PP, con Ciudadanos e incluso, últimamente, con el PSC.

Prueba de la indisimulada voluntad de anatematizar a SCC ha sido la insólita cobertura que ha recibido por parte de los medios públicos catalanes, fundamentalmente TV3 y Catalunya Ràdio, el libelo Desmuntant Societat Civil Catalana, del fotoperiodista Jordi Borràs, presentado como un trabajo de investigación a pesar de estar basado exclusivamente en conjeturas e infundios sobre la fundación de SCC, sin que el autor aporte una sola prueba que acredite su prejuicio sobre una entidad que apela de continuo al respeto al marco de convivencia establecido por la Constitución de 1978, a la libertad e igualdad entre ciudadanos y a la diversidad cultural y lingüística de España. Lo que los nacionalistas no esperaban es que, de resultas del proceso soberanista, surgiera del interior de la sociedad catalana una entidad que, sin renunciar a la catalanidad, defendiera la continuidad de Cataluña en España. SCC representa la contestación cívica al nacionalismo romántico que pretende convertirnos en extranjeros en nuestra tierra a los catalanes que no queremos dejar de ser españoles. Llegó a tiempo para contrarrestar sobre el terreno la propaganda que trabaja incansablemente por la secesión.

Pero lo preocupante no es tanto que los acérrimos de la causa independentista denuesten a SCC y a sus dirigentes, sino que incluso catalanes contrarios a la secesión hayan asumido como ciertas las falsedades sobre la entidad que los nacionalistas, autoerigidos en representantes exclusivos y abusivos del conjunto de los catalanes, han puesto en circulación desde el momento en que empezaron a percibirla como un peligro para la consumación de su proyecto rupturista.

El problema para los nacionalistas es que SCC no es el rival que esperan, y eso les desconcierta. De hecho, hace mucho tiempo que no encuentran el rival que esperan. Lo buscan desesperadamente, pero no lo encuentran ni en la Cataluña ni en la España de hoy. Pero lo necesitan para seguir practicando el victimismo. De ahí que intenten colocar a diestro y siniestro el espantajo del fascismo, atribuyendo veleidades filofascistas a todo el que no comulgue con el credo independentista, aunque sea con argumentos que no resisten el más mínimo análisis racional de los hechos.

Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.

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