‘La La Land’ es el anuncio de la Lotería de Navidad de las películas
¿Ryan Gosling y Emma Stone? ¿Dos horas con gente cantando y bailando sin ser un coñazo?
Cada año, cuando por sorpresa se lanza el anuncio de la Lotería de Navidad todos estamos con la mano bien abierta para atizarle a esa catarata de buenos deseos, historias lacrimógenas, personajes de cartón piedra (sí, porque por dentro no parecen tener sangre, si no hilos que los mueven), escenarios deprimentes, tonos grises y ese giro final que, por mucho que los esperemos, siempre hace que aflore ese líquido salado entre nuestros ojos y la nariz. Los críticos lo despedazan, el público se rinde a sus pies. ¿Quién no ha compartido un visionado con sus compañeros de oficina en torno a un ordenador? ¿quién no ha tenido que escuchar eso de “a mí me gustó más el del fulano ese que estaba en un bar”? ¿quién no ha pensado “coño, esto me podía pasar a mí y así arreglarme la vida”?
Porque la película se podría llevar todo tipo de palos, todo tipo de reproches, pero, qué demonios, es mucho mejor de lo que estamos acostumbrados a ver en el género
Pues una vez vista La La Land (La ciudad de las estrellas) así es como se le queda a uno el cuerpo. Con la sensación de haber visto el anuncio de la Lotería, por sus buenas intenciones, y que encima, además de compartirlo, nos ha gustado mucho. Lo que es ir contracorriente, total. Porque la película se podría llevar todo tipo de palos, todo tipo de reproches -luego daremos alguno-, pero, qué demonios, es mucho mejor de lo que estamos acostumbrados a ver en el género. Porque, por partes, estamos ante un musical, lo que ya es mucho decir. Y éste es un género que se presta a la controversia. Cuando no genera, directamente, alergias y sarpullidos. ¿Dos horas de gente que canta y baila? Que se arranca a tararear una melodía, así, porque le sale de a saber dónde. Porque lo pone el guion.
Y, además, estamos ante la clara definición de hype. Es decir, de película de la que todo el mundo habla, ante la que todo el mundo se rinde, pero que no se tiene muy claro si es un espejismo -como a la señora que le ha tocado el gordo, la del faro, pero es que no- o si realmente hay relleno dentro de ese preciosísimo envoltorio. Todo empezó en el pasado Festival de Venecia, cuando la película destapó el tarro de los adjetivos de los críticos de todo el mundo allí reunidos. Y su protagonista femenina se llevó la Copa Volpi por su trabajo. Los festivales son un sitio donde se destrozan películas, se puede truncar la carrera internacional de un director, nacen mitos y se crean hypes. Allí, a kilómetros de distancia de sus casas, existe algo así como barra libre para opinar con licencia para criticar. Así que había cierta cautela ante las cataratas de adjetivos que ponderaban la nueva películas, tras el exitazo de Whiplash, de Damien Chazelle.
Los niños prodigio, como es el caso, tienen eso. Que tras un éxito les dejan hacer lo que les venga en gana. Y Chazelle ha aprovechado para clavarse un musical, pero del estilo del que veían nuestros abuelos (o bisabuelos) en esos programas dobles ya difuntos. Es decir, una historia de amor, una historia de gente que persigue sueños, una historia sobre el mundo del espéctaculo... Un momento: ¿Cantando bajo la lluvia? Pues sí, por ahí van los tiros. Toca adaptarse a los nuevos tiempos, Hollywood se come vivas a las aspirantes a actrices y los músicos bohemios que tocan jazz ya no son los tipos más cool de la ciudad. Y luego está el chico conoce chica, y todo lo demás.
Así que Chazelle no ha descubierto nada, pero ha aprovechado su anterior hype -ése sí que lo fue- para hacer una película arriesgada y casi redonda. Consigue emocionar y empalagar -como lo hace una bolsa de chucherías de esas repletas de azúcar- a la vez y que eso no esa un problema. Una pareja volando por el Planetario de Rebelde sin causa, demostrándose su amor eterno, filmar eso es subirse en un alambre y no tener red debajo. Pero al director le sale bien. También es cierto que la película, hasta que no se encuentran las dos estrellas, no arranca. Nos tenemos que comer tres números musicales que parecen sacados de un catálogo de vídeos vacíos de éxitos pop. Pero, ay, cuando se juntan por primera vez Ryan Gosling y Emma Stone, surge la magia, y el caramelo deja de quedarse atascado en la garganta.
Consigue emocionar y empalagar a la vez -como lo hace una bolsa de chucherías de esas repletas de azúcar- y que eso no esa un problema
Hay química entre el estirado de las películas de Nicolas Winding Refn, anteriormente niño prodigio del Club Disney, y la que fuera novia de Spiderman. Saltan chispas cuando se ponen a bailar y a cantar. Eso no se puede negar. Y la música de Justin Hurwitz hace el resto. Queda todavía un tiempo -se estrena el 13 de enero- pero no se va a parar de hablar de La La Land, ahora más que llega el tiempo de las nominaciones a los premios gordos. Va a estar en todos. Da igual, es como el anuncio de la Lotería, podrá gustar más o menos, pero, al final, todo el mundo lo va a ver, aunque confiese que no le guste. El que no lo haga, se pierde una de las películas más deliciosas (sin ser cursi) que se han estrenado en los últimos tiempos. Hasta la abuelita del faro perdido se lo va a pasar bien viéndola.
Ah, y los fans, los acérrimos defensores de Whiplash se van a llevar una sorpresa... esto es otra cosa bien distinta, aunque asome por ahí, en un cameo, la ilustre y brillante calva de J.K. Simmons.
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