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CLAVES
Columna
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Ciudadano espectador

Abundan los ejemplos que reflejan hasta qué punto el juego insustancial es preferible a la verdadera confrontación política

Máriam Martínez-Bascuñán
Barack y Michelle Obama bailando en una fiesta de gala.
Barack y Michelle Obama bailando en una fiesta de gala.EFE/CHIP SOMODEVILLA / POOL

Es bien sabido que vivimos en una sociedad del espectáculo y que, en medio de ese proceso, la política ha devenido en un apéndice más del infotaiment, el escándalo y la imagen. La pregunta que cabe hacerse ahora es si hemos dado una nueva vuelta de tuerca en esa dirección. En este mundo de la política mediática ya no entretiene lo que antes entretenía: Obama moviendo sus caderas en un reality show o un político haciendo la típica chanza para mostrarse más cercano.

El berlusconismo fue una buena constatación de ello: el político-animador producía ese género del divertimento político que fue radicalizado con el trumpismo y que ahora aquí aparece bajo la forma del rufianismo como odio enmascarado de “indignación moral”. Ese rasgarnos las vestiduras con los discursos moralistas implacables forma parte de un mismo espectáculo político que es alimentado por todo un establishment mediático del que dependen para su supervivencia tanto los políticos como los mismos “imagólogos” y productores televisivos que les dan cancha. Circulan por sus platós como si fueran estrellas de la cultura popular en forma de víctimas, bravucones, charlatanes, héroes, villanos y bufones.

La novedosa mercancía política ha conseguido instalarse en foros que fueron pensados para otros fines. Por ejemplo, Rajoy e Iglesias protagonizaron uno de los “toma y daca” más “entretenidos” del debate de investidura, tal y como rezaba uno de los titulares del día siguiente. Ese nuevo humor político había consistido en bromear con los famosos SMS que Rajoy envió a Bárcenas y que tanto sobrecogieron en su momento a la ciudadanía. Todo esto refleja hasta qué punto el juego insustancial es preferible a la verdadera confrontación política. Y lo que es más importante, cómo se traslada esto al papel de la ciudadanía. Nos hace pensar no solo en los actores, sino también en los espectadores: ¿Es esto lo que exige el público? ¿Ya solo se excita con la sangre y la bronca? Lo decía Sartori: cuando nuestras mentes se simplifican mientras el mundo se hace más complejo aparece el hombre pospensamiento, fortalecido en su sentido del ver, atrapado ante la comunicación perenne, balbuceante ante cualquier alternativa racional. @MariamMartinezB

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