La decisión
Hemos visto al Partido Socialista cambiar de opinión varias veces, incluso hacerlo en un corto lapso de tiempo
Pocos se acuerdan ya de Tamayo y Sáez, aquellos tránsfugas socialistas que con su “desaparición” propiciaron la llegada de Esperanza Aguirre al Gobierno de la Comunidad de Madrid, desinteresadamente según todos los indicios. Del primero leí no hace mucho que andaba por Guinea Ecuatorial y Venezuela dedicado a sus negocios y de la segunda, la enfermera María Teresa Sáez, la que en su comparecencia ante la comisión de investigación creada por la Asamblea de Madrid para investigar los hechos dijo “a todo que no”, que continúa trabajando tranquilamente como enfermera en un hospital de Madrid. Sé que no tienen nada que ver (aquí no hay corrupción ni habitaciones secretas en hoteles pagadas por constructores del PP), pero lo que está ocurriendo estos días con el PSOE me ha recordado aquellas historias, quizá por la semejanza, que se adivina ya incorregible, en el resultado.
Quienes contamos ya algunos años hemos visto al Partido Socialista cambiar de opinión varias veces, incluso hacerlo en un corto lapso de tiempo, siempre apelando al bien del país, por supuesto. Así, le vimos corregir su famoso eslogan de la campaña electoral de 1982 “OTAN, de entrada no” apenas llegados a La Moncloa (desde donde seguramente vieron la luz) o defender con la misma fe la política hidráulica de grandes embalses que tanto criticaron en la dictadura. Cosas de la juventud. Pero ahora el giro de dirección que la cúpula dirigente de los socialistas españoles pretende obligar a hacer al partido entero, y a sus votantes de paso, no tiene ya esa justificación, la de “nos equivocamos, éramos jóvenes, no sabíamos lo que decíamos”. La justificación ahora para pasar del no al “me encojo de hombros y dejo que Rajoy gobierne” después de todo lo dicho y hecho es, según dicen, el mal menor, que se opondría a otro mayor como serían los resultados de unas terceras elecciones. Es decir, que lo que se propone a los militantes del PSOE es arrojarse en brazos del PP como esos boxeadores que se abrazan al contrario para perder a los puntos y no por KO, tendidos sobre la lona.
Si lo que quienes propiciaron la rebelión dentro del partido querían era terminar con él no lo podían haber hecho mejor. Como Tamayo y Sáez pero sin cobrar, los barones que dirigieron la conspiración interna contra su secretario general han conseguido a la vez que sus militantes anden como almas en pena sin saber qué hacer con sus vidas y que Rajoy vuelva a La Moncloa llevado a la sillita de la reina por los mismos que hasta hace apenas un mes decían que no es no. Y todo por el bien de España.
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