Futuro entorpecido, pero inevitable
En su día, los colombianos asumirán con madurez y realismo la presencia de exguerrilleros convertidos en parlamentarios
Por un margen milimétrico, y contra todo pronóstico, ha prevalecido el no al Acuerdo de Paz en Colombia. Es decir: ha predominado el miedo de un sector de la sociedad colombiana a un hecho que veía y sigue viendo como altamente amenazador. La idea de que los responsables de las FARC queden “en la impunidad”, y, peor todavía, que una vez legalizados alcancen puestos políticos ingresando en las instituciones, sea en calidad de parlamentarios o de autoridades ejecutivas, sigue siendo una obsesión de la derecha colombiana. Cuyo argumento básico sigue siendo el siguiente: “De ninguna manera podemos permitir que los criminales que fueron jefes de la guerrilla se conviertan en legisladores, en calidad de dirigentes de partidos supuestamente democráticos. Nos negamos a ver a esos criminales, con toda su carga subversiva, entrar en nuestras instituciones políticas. Su único lugar apropiado es la cárcel, cumpliendo las largas sentencias que sin duda les corresponden.”
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Sin embargo, este argumento ignora un hecho inevitable, inherente a este tipo de procesos de paz: en aquellas sociedades latinoamericanas que han padecido conflictos armados internos caracterizados por el largo choque entre Gobiernos y guerrillas, la llegada de la paz ha venido inseparablemente acompañada de un hecho tan inevitable como necesario: la legalización de aquellas fuerzas irregularmente armadas que, en su origen, no pudieron ejercer y desarrollar pacíficamente su actividad en el ámbito político legal, pero que, en la nueva situación, como fuerzas legales, presentan sus candidaturas igualmente legales y asumen los correspondientes cargos en la política nacional, incluso a su más alto nivel.
Así lo hemos visto ya en otros países, y así lo veremos también en Colombia, antes o después. En su día, los colombianos verán y asumirán esa presencia de exguerrilleros convertidos en parlamentarios con la misma madurez y realismo con que los salvadoreños vieron a antiguos comandantes del FMLN convertirse en miembros de la Asamblea Legislativa, y como vieron al excomandante guerrillero Sánchez Cerén convertirse en el actual presidente de El Salvador; y como los argentinos vieron en su momento a la antigua montonera Nilda Garré convertida en ministra de Defensa; y como los brasileños contemplaron a la exguerrillera Dilma Rouseff llegar a la máxima magistratura de la República; y como el exguerrillero guatemalteco Rodrigo Asturias (Comandante Gaspar Ilom) optaba a la presidencia de Guatemala, candidatura cuyo fracaso no le impidió conseguir su correspondiente escaño; y como los uruguayos vieron al viejo José Mugica, en su día dirigente tupamaro, convertido no sólo en político relevante sino en presidente de la nación. Que nadie lo dude: también los colombianos serán, en su día, capaces de ver lo que haya que ver, y de asumir lo que haya que asumir.
Pero, de momento, la puerta de la esperanza se cierra, y se abre la del abismo. La democracia, aun siendo el menor de los males, nos juega de vez en cuando malas pasadas aritméticas.
De momento, la puerta de la esperanza en Colombia se cierra, y se abre la del abismo
Por añadidura, como si un oscuro poder maléfico, enemigo de la paz y arrastrado por el rencor, hubiera prevalecido en el momento y lugar preciso, un factor —natural pero venenoso a efectos electorales—, ha acudido en auxilio del no, echando una mano (mortal) al cuello del sí. El huracán Matthew, alcanzando un máximo de intensidad 5, ha provocado graves inundaciones el día fijado para la consulta, impidiendo la concurrencia a las urnas de miles de ciudadanos, en unas áreas (municipios de Aracataca, Fundación, Zona Bananera y Algarrobo, en el departamento de Magdalena), zonas consideradas como “bastiones del sí”. Hubiera bastado la simple inexistencia de ese fenómeno meteorológico en ese preciso momento político y en esa zona concreta, para modificar los milímetros porcentuales necesarios, alterando el resultado final y rebajando ese desolador 50’2% que tira por tierra el inmenso esfuerzo desarrollado.
Con Acuerdo de La Habana o sin él, todos sabíamos la extraordinaria complejidad de ese proceso de paz, y teníamos asumido que su desarrollo tropezaría con no pocas dificultades. Aquí tenemos el primer —y enorme—, entorpecimiento, con el que nadie contaba.
Aun así, el futuro mantiene sus exigencias inevitables, Son demasiados los sufrimientos padecidos por la sociedad colombiana durante demasiados años, y demasiados los esfuerzos realizados por demasiadas personas e instituciones como para permitir que tanto esfuerzo y buena voluntad puedan fracasar. No solo Colombia necesita su paz. El mundo la necesita también.
Prudencio García es profesor del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado de la UNED. Fellow del IUS de Chicago. Exasesor invitado a la Mesa de La Habana por el Alto Comisionado para la Paz de Colombia.
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