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Los europeístas también somos culpables

Ni es cierto que la economía se haya hundido, ni tampoco lo es que el Estado del bienestar haya sido destruido

Francesc de Carreras
Varios manifestantes que apoyan la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, se reunieron ayer delante del Parlamento británico y de la residencia del primer ministro británico, David Cameron, en la calle número 10 de Downing Street en Londres,
Varios manifestantes que apoyan la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, se reunieron ayer delante del Parlamento británico y de la residencia del primer ministro británico, David Cameron, en la calle número 10 de Downing Street en Londres, FACUNDO ARRIZABALAGA (EFE) (EFE)

Tras el triunfo del Brexit, el fantasma del anti-europeísmo recorre nuestro continente. Las dudas sobre el porvenir de la unidad europea comienzan a ser inquietantes. Los nacionalistas antieuropeos avanzan posiciones, el europesimismo crece y los euroescépticos se refuerzan.

La crisis ha hecho estragos en la opinión pública y el populismo está seduciendo a los ciudadanos haciéndoles creer que el responsable de la situación está en la lejana Bruselas. Las soluciones simples, rápidas y fáciles que proponen los populistas, por más falsas que sean, atraen a muchos europeos. Sostienen que hay que volver al antiguo régimen, a las monedas nacionales, al control de las fronteras, a las devaluaciones, al proteccionismo en lugar del libre comercio y del mercado común. En suma, nacionalismo y antiglobalización.

De estas falsas salidas también somos responsables los europeístas. Hemos actuado de forma acomplejada y en parte hemos dado la razón a los contrarios a la unidad de Europa.

Las obvias dificultades para que los afectados por las guerras en Oriente Próximo obtengan asilo ha sido visto como un fracaso de los valores europeos cuando en realidad solucionar tal cuestión no es nada fácil y son los Estados, y no la Unión, los responsables de garantizar este derecho. Las políticas económicas de austeridad, discutibles en las formas que adopten pero no en su necesidad, han sido vistas como una consecuencia de la insensible tecnocracia de Bruselas ante las penurias y desigualdades sociales. La idea de que las instituciones europeas son una burocracia despilfarradora e inútil ha cundido en la opinión sin que hayamos suministrado los datos que prueban la falsedad de tal idea, sobre todo si la comparamos con otras administraciones nacionales, regionales y municipales.

Hemos actuado de forma acomplejada y en parte hemos dado la razón a los contrarios a la unidad de Europa

Pues bien, los europeístas hemos ido aceptando tales acusaciones como verdaderas, incluso como indiscutible. Es natural, pues, que los contrarios a la Unión hayan ganado terreno en la opinión pública europea y mejorado sensiblemente sus resultados electorales.

Por todo ello, hay que explicar que durante estos años de crisis las instituciones de la Unión, en especial el Banco Central Europeo, se han reformado para evitar una catástrofe económica; hay que destacar que líderes como Draghi y Merkel ha estado a la altura de las circunstancias; y subrayar que todo ello ha permitido salvar en lo posible los grandes pilares de Europa. Ni es cierto que la economía se haya hundido, ni tampoco lo es que el Estado del bienestar haya sido destruido. Todo puede hacerse mejor, todo es discutible, pero el catastrofismo no está justificado, aceptarlo es un error.

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