Jolgorio
Los partidos animalistas denuncian la tauromaquia como algo primitivo que no habría podido nacer hoy
Mucho nos quejamos, pero sin duda las campañas electorales dan ocasiones de singular regocijo, si uno puede “reírse de lo desdichado” como recomendaba Samuel Beckett. Basta con repasar las propuestas desaforadas que hacen los políticos menos cautelosos. Al lado de los ideales familiares de Anna Gabriel y económicos de la CUP, Donald Trump parece tan sensato como Séneca. Que alguien que cree preferible como grupo básico la tribu (o la horda, seamos valientes) a la familia aspire a resolver los problemas de subsistencia de este país es algo tan estúpido que alcanza cierta grandeza, como Bouvard y Pécuchet.
Para risa amarga, la que suscitan las propuestas de los partidos animalistas. Prohibirían todo juego, fiesta o labor con animales, sea trabajo agrícola, circo, zoo, deportes, desfiles, peletería, ópera, utilización en laboratorios y supongo que también documentales porque pueden estresar a los bichos como a estrellas de Hollywood. Denuncian la tauromaquia como algo primitivo que no habría podido nacer hoy (como la sobrasada y otros embutidos, el vino, el queso de Cabrales, el guiñol, la romería del Rocío o el teatro) y creen que han dado con un argumento irrefutable que solo los obtusos pueden rechazar. Confunden el auge de la razón en la modernidad con la modernidad como razón. Solo aceptan con remilgos a los animales como mascotas (los presentes) o como asilvestrados (los ausentes para siempre). Junto a los bárbaros que proponen tratar a otros humanos como plagas o bestias de carga, surgen otros nuevos que consideran a los animales personas disfrazadas y reclaman un ministerio del bienestar animal o un animal ministro, para mejor ser. A cual más eso y todos con derecho a voto, como los que creen que la culpa del independentismo catalán la tiene Rajoy. ¡Una risa!
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