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Tentaciones

Kendrick Lamar, así es el Bob Dylan de nuestro tiempo

Entrevistamos al penúltimo emperador del rap. Luchador y comprometido con su tiempo, le ha devuelto al género el trasfondo combativo por el que nació

Ramona Rosales

Julio de 2015. Una multitud de manifestantes se reúne en el campus de la Universidad de Cleveland para protestar contra la brutalidad policial. En la concentración, promovida por la organización Black Lives Matter –el movimiento surgido tras los asesinatos de afroamericanos como Trayvon Martin, Michael Brown o Eric Garner– emerge un cántico espontáneo: “We gon’ be alright, we gon’ be alright” ("vamos a estar bien"). El vídeo del momento se propaga rápidamente en Internet. Desde entonces, el estribillo de Alright, la canción/emblema de Kendrick Lamar, se ha convertido en himno de la lucha por la igualdad racial en un país en el que se calcula que la población negra (un 13,2 % del total) aporta el 41 % de los presos estatales, según Human Rights Watch.

Febrero de 2016. Kendrick Lamar actúa en la 58ª ceremonia de los Grammy

Había sido nominado en 11 categorías gracias a su disco To pimp a butterfly, una cifra solo superada por Michael Jackson y Thriller. En su intervención, apareció vestido a la manera de un preso, encadenado de pies y manos, para representar un espectáculo mitad africano, mitad futurista. Ni a los medios ni a Twitter se les escapó que su interpretación fue "lo más negro que se ha visto en la historia de los Grammy".Lamar acabó llevándose cinco galardones, todos en las categorías de rap. Sin embargo, el más importante, el de disco del año, fue a parar a manos de Taylor Swift, con quien había colaborado en su single Bad blood.

Sentado en un bar de Manchester, ciudad a la que ha viajado en calidad de embajador de la marca Reebok y su modelo de zapatillas Classic Leather, Kendrick Lamar no responde al arquetipo de una estrella del rap. Si no fuera por el séquito que le acompaña, parecería un veinteañero normal. Pero Lamar, con apenas cuatro discos publicados en un periodo de cinco años, se ha convertido en alguien capaz de cambiar la tendencia del hip-hop de masas: de la celebración del lujo y la egolatría extrema a la visibilización de las desigualdades del pueblo afroamericano. Y lo más complicado todavía: lo ha hecho mientras alcanzaba el éxito. Prueba de ello es su reciente encuentro con Barack Obama.

A principios de año, el presidente de EE UU, que declaró que su canción How much a dollar cost fue su favorita de 2015. Le invitó a la Casa Blanca. Irónicamente, ese mismo edificio aparecía en la portada de su aclamado To pimp a butterfly, solo que, gracias a la magia del montaje fotográfico, frente a él puede verse al rapero y sus amigos en una pose entre desafiante y festiva.

De Compton al resto del mundo

Con una capucha sobre la cabeza y hablando con un tono tan reposado que a veces es casi inaudible, Lamar se muestra comprensivo cuando se le señala que una parte de la cultura hip-hop ha perdido el contacto con la realidad social en la que se creó el movimiento. "Todo el mundo tiene una perspectiva distinta, según le haya tratado la vida", explica midiendo mucho sus palabras. "Yo no puedo criticar a otro artista porque hable de determinadas cosas. Hay gente que en su vida no había podido tener grandes casas, ni coches, ni ropa cara… Yo he visto a traficantes de drogas que sí tenían todo eso, pero no a gente normal. Así que, en el momento en el que han tenido dinero, quizás han querido compensar esa falta".

Cuando parece que tiene la vista perdida, mira a su interlocutor fijamente, y continúa. "No sé como ha sido la vida de otra gente. Solo conozco la mía. Y la mía fue una mala historia, una historia de lucha y dolor, y por eso tiendo a tenerlo presente en mi música. No tengo problemas con lo que cuenten otros artistas en sus canciones, pero en lo que yo hago creo que lo justo es mostrar un equilibrio. Y eso me viene de mi infancia".

Ramona Rosales

Esa infancia a la que hace referencia está inseparablemente ligada a un lugar y una condición social. El primero es Compton, la ciudad cercana a Los Ángeles en la que nació hace 28 años y que es célebre por dos cosas: su alto índice de criminalidad y ser la cuna de N.W.A., la banda que cambió el rumbo del rap a finales de los 80. La segunda viene dada por su entorno, y está perfectamente documentada en good kid, m.A.A.d city, el disco de 2012 con el que abandonó la condición de promesa.

Con amigos y familiares implicados en guerras de bandas, Lamar afirma que presenció un asesinato por primera vez cuando tenía cinco años. Desde entonces, ha perdido a gente muy cercana a causa de la violencia. Él mismo estuvo cerca de pertenecer a una banda, y ha mencionado haber hecho "cosas" (sin querer entrar nunca en detalles) que le llevaron a una posterior depresión. Un acto promocional, en el que se solicita previamente evitar temas políticos, no es el mejor contexto como para ahondar en su época más oscura, pero sí confiesa que a él le salvó el rap. "En esa época, la música era lo único en lo que era bueno", dice con una breve carcajada. "Me agarré a esa libertad y expresión. Ese es uno de mis mejores instintos: centrarme en algo que realmente quiero hacer y dedicarme a ello".

Hacia el final de good kid, m.A.A.d city suena una grabación de la madre de Kendrick, Paula Oliver: "Vuelve a casa hecho un hombre y cuéntales tu historia a esos chicos negros y morenos de Compton. Hazles saber que tú también eras como ellos, pero que aun así saliste de ese lugar oscuro de violencia y te convertiste en una persona positiva".

El mensaje parece habérsele grabado a fuego a un Lamar que se niega a olvidar sus orígenes. "Tengo que devolverle a la gente lo que he visto, lo que se me ha enseñado", dice con gesto serio. "Quiero utilizar mis privilegios y las oportunidades que tengo para inspirar a la gente". Pero el mensaje que pretende devolver a su comunidad no es solo el de un artista que ha alcanzado la fama y el dinero. "Creo que en mí ven confianza", afirma con naturalidad. "Pero con confianza no quiero decir que piense que puedo hacerlo todo, sino que no me asusta mucho el fracaso. Y aceptar el hecho de que a veces fracasas. Y yo en ellos veo a la misma persona que veía en mí mismo. Alguien que tiene curiosidad sobre el mundo a su alrededor, y sobre la vida. Alguien con mucha hambre de experiencias y de que su arte sea conocido".

Lamar en una actuación en los Grammy.
Lamar en una actuación en los Grammy.

Un nuevo símbolo global

Esa búsqueda cristalizó en su siguiente álbum, un To pimp a butterfly que ya no era solo el relato de la vida de un chico de barrio conflictivo. "Good kid, m.A.A.d city hablaba de Compton, pero este disco es más global, puede relacionarse con gente de todas las etnias alrededor del mundo", afirma su autor. Esa universalidad, también presente en su inesperada continuación untitled unmastered., le ha convertido en símbolo de la lucha afroamericana en un momento en el que los casos de violencia policial en lugares como Ferguson son cada vez más sangrantes.

El historiador Jeff Chang, autor de Generación hip-hop, uno de los libros básicos del género, resume su influencia: "Ha sido fascinante ver cómo ha desarrollado un profundo sentido de la humanidad junto con su arte. Ha sido capaz de capturar el espíritu y el sentimiento del movimiento Black Lives Matter. Canciones como The blacker the berry, King Kunta y Alright están llenas de rabia. Es imposible escucharlas y no pensar que provienen de la incomprensión de ver cómo Michael Brown fue asesinado y su cuerpo abandonado en el asfalto durante horas para que la imagen de su cadáver fuese retransmitida por los medios".

El músico y productor Pharrell Williams, cuya voz es la encargada de entonar el famoso emblema we gon’ be alright, lo resume en una frase cargada de simbolismo: "Es el Bob Dylan de nuestra era", declaró a la revista Complex. "Nos está dando una nueva perspectiva de un mundo que la mayoría de la gente no conoce".

Lamar no es, obviamente, el único artista que ha alzado la voz contra la opresión y la violencia que sufre el pueblo afroamericano. Desde distintas perspectivas y géneros, músicos como D’Angelo, Killer Mike o Vince Staples han reaccionado en los últimos tiempos ante episodios de violencia policial. Incluso Beyoncé, en la pasada Superbowl, hizo un guiño a los Panteras Negras.

Pero solo él se ha convertido en símbolo de esa lucha, uno tan poderoso como el alcance que es capaz de lograr su música. "Que tu libertad de expresión conecte con otra gente y les haga sentirse bien es la victoria definitiva", explica sobre la adopción de sus letras como parte de las protestas. "Se supone que tenemos que hacer que la gente se mueva, que se sienta menos sola. Como artista, ese es mi trabajo: conectar con el público, tanto si una canción les habla de su vida personal o de algo más allá".

Por mucho que él sea consciente del papel que se le ha otorgado, Kendrick también se ha mostrado en lucha interna, a la vez que autocrítico con su comunidad. "No puedes cambiar el mundo si antes no te cambias a ti mismo", declaró a la cadena de radio NPR. Preguntado sobre Ferguson en la revista Billboard, lanzó una reflexión que no agradó a todo el mundo: "Lo que le sucedió a Michael Brown nunca debió haber pasado. Nunca. Pero, cuando no tenemos respeto por nosotros mismos, ¿cómo vamos a esperar que los demás nos respeten? Es algo que nace de dentro".

De forma más cruda, en The blacker the berry pone en primera persona este conflicto: "¿Por qué lloro viendo a Trayvon Martin tirado en la calle cuando las bandas me hacen matar a un negro más negro que yo? ¡Hipócrita!". "Siento una responsabilidad, hasta cierto punto", concede con tono pausado. "Pero, al mismo tiempo, tengo que expresarme sin reparos. Espero que la gente pueda entenderlo cuando se encuentre con mis letras, porque puede que me representen a mí, y no a ellos. Dicho esto, creo que la mejor manera de conectar no es señalar con el dedo y decir 'no hagas eso', sino compartir mi experiencia, y también contarle a la gente si estoy perdido. Con suerte, puede que aprendan algo de esas vivencias. Esa es la conexión más poderosa que puedes lograr".

La visita de Lamar a Manchester incluía un breve concierto ante unos 200 invitados, una cantidad muchísimo menor de la que reunirá en julio en el Festival de Benicàssim, del que es cabeza de cartel. A mitad de su directo, el público (en su mayoría blanco y de clase media-alta) comenzó a corear esa frase que ya pertenece a la cultura popular pero, en esta ocasión, desposeída de su carácter reivindicativo. Por su sencillez, "vamos a estar bien" es un mensaje poderoso, pero también maleable.

Podría ser un claim publicitario, el eslogan de una campaña política o, como en este caso, un cántico de euforia nocturna. ¿Podría suceder, como con otras estrellas del rap, que el sistema fagocite su mensaje y lo vuelva inocuo? "Él ha sido capaz de acercar la esfera del pop hacia a él, y no al contrario", opina Jeff Chang. "Es cierto que suele ser diplomático, y que ha grabado con Taylor Swift, pero el mensaje está en su arte. El cambio cultural siempre precede al político. Necesitamos a la cultura para imaginar un mundo mejor. Lo genial de Kendrick es su habilidad para reunir los símbolos que nos señalan el camino a ese cambio social".

¿Puede un chico de Compton, un músico de rap, cambiar algo? ¿Incluso si, como él reconoce, todavía no se ha encontrado a sí mismo? Mientras esa duda se queda en el aire, es el momento de la última pregunta: ¿Cuál es su propósito final como artista? Lamar se acerca los pulgares a los labios y medita durante diez largos segundos: "Dar forma a una expresión. Muchas veces estamos tan atrapados en nuestro mundo que no somos capaces de comunicarnos. Mi meta es continuar expresándome al máximo nivel, en mi música y en mi vida. Y no tener miedo nunca de decir lo que siento. Todo se basa en la comunicación. Cuando la pierdes, llegan sentimientos como la envidia. O la guerra. Seguimos bombardeando países, y es porque las líneas de comunicación no funcionan".

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