La nueva estrategia de Disney para 'dominar' el planeta
A 'El libro de la selva' le seguirá una avalancha de 'remakes' de acción real, un Disney World en Shanghái y un complejo residencial que encarna el sueño de su fundador. ¿Hasta dónde puede llegar la estrategia imperialista del gigante del ocio?
Walt Disney no solo fue pionero en el cine de animación: también en la forma de promocionar los productos del imperio que fundó en 1923. Desde los años cincuenta, su figura de entrañable abuelito con bigote fascistoide se coló en millones de hogares estadounidenses. Lo hizo a través de un programa de nombre mutante -de Disneyland a Walt Disney presents- pero con un fin: vender su visión del american way of life y las bondades de su mágico mundo de colores a una generación que vio en él un Padre de la Patria y una autoridad moral. Una vez creció, esa generación peregrinó con sus hijos y nietos a DisneyWorld y sacó a Mickey Mouse en procesión (las populares parades de los parques) como si fuera la Virgen del Rocío.
Un dato escalofriante si tenemos en cuenta que -tal y como afirman las malas lenguas no corporativas- tío Walt era un poquito racista, misógino y capitalista en el peor sentido del término. Prueba de ello es que en 1941 sus animadores le montaron una huelga monumental y él colaboró con la caza de brujas.
Ahora, medio siglo después de su muerte (o criogenización), parece que la compañía que lleva su nombre está decidida a proseguir su misión de colonizar nuestros sueños con una serie de (escalofriantes) estrategias empresariales.
Avalancha de remakes
El éxito en la taquilla mundial de la versión de El libro de la selva de Jon Fravreau ha provocado que Disney mueva ficha y anuncie otra jugosa ración de versiones en acción real de su catálogo de clásicos. Todo comenzó con la Alicia de Tim Burton: el billón de euros que recaudó confirmó que, pese a las malas críticas y la decepción de los fans, había un público hambriento de fantasía digital. A esta le siguieron Oz, un mundo de fantasía, Maléfica y un puñado de promesas. Atención, cojan aire, porque haría falta un calendario para resumirlas todas.
Las secuelas serán Alicia a través del espejo (estreno el 27 de mayo), Maléfica (estreno el 9 de mayo de 2017), El libro de la selva 2 (de nuevo dirigida por Jon Favreau), Mary Poppins 2 (con Emily Blunt y al mando Rob Marshall) y Frozen 2 (sin fecha). Además, habrá remakes. Serán Peter y el dragón (19 de agosto), La bella y la bestia (con Emma Watson), Mulan, Peter Pan, Pinocho, Merlín el encantador y un Dumbo dirigido por Tim Burton.
Pero también habrá dos precuelas, Genies (sobre el genio de Aladdin) y Cruella (con Emma Stone como villana), y tres spin-off. Estos serán Rosa Roja (de Blancanieves), Príncipe encantador ( de Cenicienta) y Campanilla (con Reese Witherspoon). ¿Algo más? Sí. La adaptación de la novela de fantasía Una arruga en el tiempo, otra de la atracción Jungle Cruise (con Dwayne Johnson) y El Cascanueces (firmada por Hasse Hallstrom).
¿Por qué esta fiebre peliculera? La respuesta es fácil: después del fracaso en taquilla de Tiana y el sapo, con la que John Lasseter pretendía resucitar la animación tradicional, quedó claro que hay una nueva generación (con déficit de atención) a la que hay que contarle los mismos cuentos de siempre de otra forma. Amplificados y en 3D. Tampoco hay que olvidar la de sus padres, cuya nostalgia por la Arcadia Perdida de la Infancia está alimentado el reciclaje cultural -de Twin Peaks a Los Cazafantasmas- al que nos ha condenado la década.
La estrategia funciona. Son películas baratas de producir, ya que los ordenadores han sustituido a los costosos decorados de antaño y basta un croma para reproducir cualquier mundo imaginado. Jon Favreau nos transportó a los confines de la selva desde un hangar de Los Angeles. Donde no reparan en gastos es en los equipos artísticos, como demuestra la lista de fichajes de primera línea, aunque el que más nos estimulaba, finalmente, se haya caído: la versión ¿hipster? y ¿pija? de La Sirenita de Sofia Coppola.
Superhéroes, Jedis o el Monopolio de la Fuerza
Si piensas que tu sobrina, víctima de la frozenmania, es la única que le ha cedido su mente al Imperio de Mickey tienes un problema. Hasta ahora Disney era sinónimo de ocio infantil, pero tras una serie de jugadas maestras también han monopolizado la industria del entretenimiento adulto. Con la compra de Pixar y Marvel se garantizaron el control de la animación gourmet y de la mayor factoría de superhéroes, líderes ideológicos capaz de imponer su (simplista) visión del Bien y el Mal. El estreno este viernes de Capitán América: Civil War es otra buena prueba de ello.
Con la adquisión de Lucasfilms redondearon la estrategia al controlar el último gran icono cultural occidental, una religión para millones. El título Star Wars: El despertar de la Fuerza no podía ser más elocuente: un descarado reboot cuyo fin fue enganchar a los nuevos y masajear a los viejos.
Imperialismo cultural: a la conquista de Oriente
Si hay una corporación que ha roto la barrera entre Occidente y Oriente ha sido Disney, que el próximo 16 de junio abrirá en Shanghái el tercero de sus parques de atracciones en Asia. El diseño tétrico y kitsch de su icónico castillo, anunciado como el más grande de todos, está muy cerca del Dismaland de Bansky, aquella versión macabra de Disneyland que el artista montó en Inglaterra. Pero da igual, se espera que catorce millones de chinos lo visiten cada año. Mejor que cualquier base americana o ataque militar. El caballo de Troya americano tiene orejas de ratón. Las entradas para el primer día ya están agotadas.
Mickeytown o la distopia orwelliana
En su ensayo crítico El ratoncito feroz: Disney o el fin de la inocencia Henry A. Giroux dedica un episodio a Celebration, una ídilica urbanización concebida por Walt en Florida con sus propias leyes, escuelas y universidades. “Todo gira entorno a una autoridad central, todo es perfecto, cuidado hasta el más mínimo detalle. Eso sí, no se permite la entrada ni a negros ni a gente indeseada, la única esfera pública viable es fundamentalmente la clase media blanca” escribe. Parece que Disney está dispuesto a perfeccionar este sueño ya que acaba de anunciar un nuevo residencial, Golden Oak, donde, según su web, “podrás disfrutar del lujo, la privacidad y la magia”. ¿Recuerdan las perfectas rosas de Terciopelo azul o American Beauty?
Con todo esto Disney no solo se garantiza una presencia mensual (a veces doble) en la cartelera y el monopolio de nuestro ocio, también el control del espacio social y privado. El control de nuestros sueños. ¿O el de nuestras peores pesadillas?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.