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Tribuna
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Amparo a los refugiados

Para que haya una solución europea a la crisis migratoria debe respetarse la legislación europea

Una niña, el pasado miércoles en un campo de refugiados improvisado en Idomeni (Grecia).
Una niña, el pasado miércoles en un campo de refugiados improvisado en Idomeni (Grecia).KOSTAS TSIRONIS (EFE)

Hace un año, al inicio de la crisis migratoria, se daba por cierto que la oleada migratoria era demasiado grande para detenerla. Una consecuencia de ello fue la suspensión de las normas de Schengen y Dublín, lo que condujo a abrir nuestro territorio a la migración incontrolada. Los europeos fueron testigos de una impotencia y una incertidumbre cada vez mayores, unidas a temores más o menos justificados en relación con nuestra seguridad, la capacidad de integrar a los recién llegados en nuestras sociedades y las consecuencias sociales y financieras de un flujo ilimitado de migrantes. Este creciente malestar creó un caldo de cultivo propicio para propuestas radicales y populistas, a menudo de corte nacionalista. El debate europeo se vio inundado con una intensidad sin precedentes de profecías apocalípticas y preguntas sobre el futuro de Europa.

Una condición previa imprescindible para detener esta peligrosa tendencia era cambiar de paradigma. Hace varios meses propuse que partiéramos del supuesto inverso, es decir, que la oleada migratoria era demasiado grande para no detenerla. Nuestra prioridad debería ser dotarnos de una verdadera política migratoria. La Unión Europea y sus Estados miembros deben recuperar la capacidad de decidir quién cruza nuestras fronteras, dónde y cuándo. Paradójicamente, esto resulta fundamental para poner en marcha una política de asilo racional y humana. Sin un planteamiento de este tipo, también se repetirán las tragedias en el mar. Somos conscientes de la gravedad de la situación actual. El miércoles, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados anunció que 500 migrantes podrían haber muerto la pasada semana al hundirse en el Mediterráneo el buque de grandes dimensiones en el que viajaban.

El cambio de paradigma ha tenido repercusión y ha generado una prudente esperanza, aunque de ningún modo nos dejamos engañar por la ilusión de que el problema esté resuelto. Nos esperan meses, quizás años, de esfuerzos y decisiones difíciles. Lo que contemplamos por ahora son datos positivos referidos a la ruta de los Balcanes, que hasta hace pocas semanas era la ruta principal. Las cifras hablan por sí solas: 70.000 personas en enero, 50.000 en febrero, 30.000 en marzo y aproximadamente 3.000 en abril.

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Los Balcanes han sido incluidos en las prioridades de la política migratoria de la Unión

Se tomaron tres decisiones fundamentales. En primer lugar, el Consejo Europeo de febrero decidió poner fin a la política de permitir el paso, y volver al pleno cumplimiento de las normas de Schengen. Los dirigentes reiteraron que, para que hubiera una solución europea, debía respetarse la legislación europea. A mediados de 2015, cuando la crisis estalló con toda su fuerza, Europa pasó por alto sus propios principios y su propia legislación, demostrando así debilidad e indecisión. El hecho de que en febrero se sacasen nuevas conclusiones representó un avance decisivo a este respecto y ha de servirnos de lección.

En segundo lugar, la inclusión permanente de los países de los Balcanes en las prioridades de la política migratoria de la Unión. En los próximos meses se necesitará más ayuda. Cuando me impliqué en este proceso era plenamente consciente de los riesgos y las controversias que conlleva. La cooperación con nuestros socios de los Balcanes, como la antigua república yugoslava de Macedonia, no es fácil, pero el liderazgo político consiste en estar dispuesto a tomar decisiones difíciles, incluso ante una opinión pública hostil.

Y, por último, la cooperación entre la Unión Europea y Turquía. Para muchos de nosotros era una opción, como mínimo, igualmente controvertida. A ella se llegó porque los dirigentes decidieron que era la forma más eficaz de ayudar a Grecia y de acabar con el modelo de negocio de los traficantes de personas en el Egeo. Movilicé a todos los Estados miembros para que apoyasen esta iniciativa respetando dos condiciones insoslayables: que los intereses de los miembros de nuestra comunidad, como Chipre, por ejemplo, quedasen protegidos, y que se llevase a cabo en plena conformidad con el derecho de la UE e internacional. La cooperación constituye un elemento importante de nuestra estrategia, pero no hemos de olvidar que no es más que uno de muchos elementos.

La solución que se ha encontrado en los Balcanes y el acuerdo con Turquía no son modelos universales aplicables a otras rutas migratorias, incluida la ruta del Mediterráneo central. Libia no es Turquía. El cierre de la frontera en el paso del Brennero sería un golpe dirigido directamente al corazón de Schengen. Por esta razón nos congratulamos del Pacto por la Migración propuesto recientemente por el primer ministro Renzi. Europa debe respaldar también a Italia en sus actuaciones contra los traficantes de personas, lo que probablemente exigirá un mayor compromiso en Libia.

No podemos entregar las llaves de nuestro territorio, de nuestra seguridad, a ningún país tercero

Nadie va a venir a proteger nuestras fronteras por nosotros. No podemos entregar las llaves de nuestro territorio, de nuestra seguridad, a ningún país tercero. Esto vale tanto para Turquía como para los países del norte de África. Nuestra indefensión podría provocar la tentación de chantajear a Europa. Demasiadas veces he oído decir a nuestros vecinos que Europa debería ceder, o de lo contrario se verá desbordada por los migrantes. En tales ocasiones me doy cuenta de que nuestra cooperación solo será una cooperación entre socios cuando recuperemos nuestra propia capacidad de control de la inmigración.

Únicamente los Estados fuertes pueden brindar ayuda a gran escala a quienes la necesitan, sin correr el riesgo de autodestruirse. Las actuaciones políticas firmes no excluyen objetivos humanitarios; todo lo contrario: únicamente unas actuaciones resueltas son capaces de realizarlos. Si deseamos que Europa siga siendo abierta y tolerante, no podemos permitirnos ya estar indefensos. Necesitamos la solidaridad y la determinación de todos los Estados miembros en cada uno de los aspectos de la política migratoria: la reubicación, la ayuda humanitaria, las acciones exteriores y, lo que es más importante, la protección de nuestras fronteras exteriores. No solo está en juego el futuro de Schengen, sino el futuro mismo de nuestra comunidad.

La reciente experiencia con Turquía pone de manifiesto que Europa debe fijar límites claros a sus concesiones. Podemos negociar la cuantía económica, pero nunca nuestros valores. No podemos imponer nuestros criterios al resto del mundo. Como tampoco los demás pueden imponernos sus criterios. Nuestras libertades, incluida la libertad de expresión, no serán prenda de regateo político con ningún socio. Este mensaje también va dirigido al presidente Erdo?an.

Donald Tusk es presidente del Consejo Europeo.

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