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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambio horario: relojes, ritos y costumbres

El Gobierno evaluó en 2013 la posibilidad de que España se adaptara al huso horario europeo occidental

Ajuste horario en el observatorio británico de Greenwich.Vídeo: EFE | EL PAÍS VÍDEO
Rosario G. Gómez

Dos veces al año —el último domingo de marzo y el último de octubre—, los europeos ajustan los relojes para cumplir la directiva comunitaria 2000/84/CE que regula el horario de verano. Esta normativa establece que en primavera se adelanta el cronómetro una hora y en otoño se atrasan los mismos 60 minutos para recuperar el pulso habitual. Algunos países llevan repitiendo este ritual desde 1974, coincidiendo con la primera crisis del petróleo, sin que se hayan registrado incidencias significativas pese a los alarmantes informes que irremediablemente salen a la luz en estas fechas sobre el impacto que la reforma provoca en la salud, el estado de ánimo o el sueño.

Pese a todo, la hora de verano, al menos de momento, no tiene vuelta atrás. El Parlamento Europeo la ha avalado por “un periodo indefinido”, aunque “en aras de la claridad y de la precisión de la información” cada cinco años se debe publicar el calendario para el quiquenio siguiente. Conocer con un lustro de antelación las variaciones en el calendario es especialmente útil para los transportes y las comunicaciones, para organizarse el trabajo y planificar el ocio. Por encima de todo, la medida sirve para ahorrar energía. El Ministerio de Industria calcula que solo en iluminación se pueden economizar hasta 300 millones de euros.

Aunque no faltan quienes aprovechan el río revuelto para enarbolar la bandera de la racionalización de los horarios, esa pertinaz cantinela para que los españoles adopten los hábitos de los países anglosajones, centroeuropeos o nórdicos y se acostumbren a madrugar más, apresurar el almuerzo y retornar antes al hogar. Y de paso, acabar con las largas comidas, olvidarse de las cenas tardías y, por supuesto, erradicar la siesta.

La Comisión de Igualdad del Congreso aprobó en 2013 un informe en el que planteaba retrasar 60 minutos el horario oficial como medida imprescindible para mejorar la conciliación familiar y, al tiempo, abonar la competitividad y la productividad laboral. El Gobierno recogió el guante y evaluó la posibilidad de que España se adaptara al huso horario europeo occidental, regido por el meridiano de Greenwich. El mismo que España abandonó en 1942. Ese año, Franco decidió adelantar los relojes 60 minutos para alinearse con Alemania y mostrarle así al Führer su adhesión y simpatía. Dicen los expertos que aquel “gran error histórico” explica que en la Península se coma y se cene más tarde que en el resto de Europa.

Para modificar los hábitos y costumbres de un país no basta con adelantar el telediario, como pretendía la ministra Ana Mato. Habría que agitar también el clima. ¿Quién es capaz de aguantar a cielo abierto cuando el termómetro alcanza los 45 grados, como ocurre en Córdoba o Sevilla? En situaciones como estas se evidencia que la siesta no es un capricho. Además, según la NASA, esta honda tradición disminuye el riesgo de infarto, aligera la depresión y ayuda a adelgazar.

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