Porno gordo
Lo mal repartido que está el mundo. Lo que engañan las apariencias. Y que, salvo alguna diosa, todas estamos mejor vestidas
Jamás pensé que diría esto, pero me he enganchado al gimnasio. Bueno, dejémoslo en que voy cuatro días. Vale, dos o tres, si nos ponemos puntillosos. De acuerdo, uno, sin falta, el finde, a sudar en la sauna la mala sangre que te pone esta vida perra según avanza la semana. A lo que iba, que lo que haga una con su tiempo y su dinero es cosa suya. Que me he enganchado al gimnasio, y no por las endorfinas, sino por lo que tiene de observatorio de la condición humana. Al menos de la de las señoras, porque a ellos solo los veo admirándose el lomo en la luna de las pesas.
El vestuario femenino, eso es un espectáculo de la naturaleza y no el deshielo del Perito Moreno. Doñas de toda edad, peso y calibre interactuando como su madre las trajo al mundo. Está la pudorosa que se cambia el hábito de ejecutiva del Ibex por el de contorsionista del Circo Ringling sin enseñar un pelo más íntimo que otro. La Venus de Milo que se descerraja el refajo y muta en la de Willendorf. La desinhibida a la que le suena el móvil en el preciso instante del desembrague y se sienta a cotillear con las ídem a media asta y las piernas en ángulo obtuso.
Tras horas de estudio he constatado tres hechos incontrovertibles. Lo mal repartido que está el mundo. Lo que engañan las apariencias. Y que, salvo alguna diosa, todas estamos mejor vestidas. Hablando de deidades, algunas cadenas norteamericanas, las mismas que emiten en bucle anuncios de etéreas adolescentes haciendo como que eyaculan por el mero hecho de oler una colonia cara, no quieren pasar un spot en el que tres tremendísimas divas en bragas y sostén reforzado aseguran gozar de su cuerpo a lorza suelta. Que lo ven indecente, aducen. Después del duro y el blando, ahora resulta que, para esos estrechos clasistas, el nuevo porno es estar gorda. Te advierto que no está mal visto. Tamaños mujerones me ponen hasta a mí, que soy ultrahetero hasta nueva orden.
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