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Columna
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Un romántico en Casablanca

La lección del policía es que todo el mundo tiene derecho a intentar algo que está prohibido con la condición de que no lo consiga

Manuel Jabois

Cuando se ve por primera vez, Casablanca es una historia de amor entre el descreído Rick y una hermosa chica casada, Isla, que tiene un final triste y desastroso, pues el marido de la mujer tiene un trabajo que le obliga a moverse. Con el paso de los años Casablanca pasa a ser una historia política en la que los nazis han ocupado Francia, los franceses organizan la Resistencia bajo el mando de Viktor Laszlo y aparece el dueño de un bar ensimismado, bebiendo mientras se mira los zapatos y con microataques de intensidad pues parece ser (no nos importa) que tiene el corazón roto. Este hombre, Rick, es la tercera vía: pasa toda la película como una pelota de tenis bailando sobre la red en un equilibrio imposible hasta tener un final feliz, pues cae del lado bueno.

Por fin, en la madurez Casablanca es la obra maestra que esperábamos. La historia de un cínico inspector de policía que echa las tardes jugando en un casino clandestino, compadreando con los nazis, intimando con los resistentes y apadrinando al atribulado dueño de un bar que toma las aguas en el desierto, y con el que termina iniciando una bonita amistad.

Renault sabe del amor (“no desprecie a las mujeres, tal vez falten algún día”), de anatomía (“le estoy apuntando al corazón”, le advierte Rick; “es mi punto menos vulnerable”), de geopolítica (“no me juego el cuello por nadie”, le dice Rick; “sabia política exterior”, responde) y de amor (“me gusta pensar, Rick, que usted ha matado a un hombre: soy un romántico”). Pero sobre todo tiene una increíble habilidad para consolidar la ilegalidad desde la protección de lo legal. Es famosa su reacción al conocer que él juega en el casino (“I'm shocked, shocked”) y menos famosa su teoría acerca de la condición humana: “Rick, yo sé bien que aquí se venden visados de salida, pero que usted no ha vendido ninguno. Por esta razón le permito seguir abierto”. “Y porque le dejo ganar en el casino”, matiza el tabernero. “Eso también”.

La lección del policía es que todo el mundo tiene derecho a intentar algo que está prohibido con la condición de que no lo consiga: sólo así funciona su mundo. Hollywood instaló el mito de antihéroe singularizándolo en Rick, pero detrás de Rick, protegiéndole, está Renault. Mientras el espectador aún sigue dudando si Rick ha hecho bien al elegir el compromiso político sobre el amor, Renault encubre un asesinato. El verdadero romántico es él.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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