Los superpoderes de Bill y Melinda Gates
"Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál sería?". Esta es la pregunta que responde el matrimonio Gates en su carta anual sobre el estado del mundo, visto desde los ojos de la filantropía. "Más energía, más tiempo". Ayudar a superar la pobreza incluye paliar la carencia de ambos. Es su reto para 2016
"Si pudiérais tener un superpoder, ¿cuál sería?". Eso fue lo que nos preguntaron, hace no mucho tiempo, los estudiantes de un instituto de Kentucky.
También nos preguntaron cuáles eran nuestros cereales preferidos para desayunar (Bill: Cocoa Puffs, Melinda: Wheat Chex), qué animal nos gustaría ser (Bill: un bonobo; Melinda: un leopardo de las nieves) y si sabíamos bailar el Whip and Nae Nae (uno de los dos sí sabe).
La pregunta del superpoder fue nuestra favorita.
Volar, ser invisibles, viajar en el tiempo: todas son buenas opciones.
Intentando mantenernos al día con el trabajo de nuestra fundación y los calendarios de nuestros tres hijos, dimos respuestas que inmediatamente resultarán familiares a cualquier padre.
“¡Más tiempo!”
“¡Más energía!”
Cuando nos sentamos a escribir la carta de este año, no podíamos quitarnos esas respuestas de la cabeza. Claro, todo el mundo quiere más tiempo y más energía. Sin embargo, eso significa una cosa en los países ricos, y otra completamente distinta desde la perspectiva de las familias más pobres del mundo.
La pobreza no solo es la falta de dinero, sino también la ausencia de unos recursos que los pobres necesitan para materializar su potencial. Dos de estos recursos, fundamentales, son el tiempo y la energía.
Actualmente, más de 1.000 millones de personas viven sin acceso a energía. No disponen de electricidad para iluminar y calentar sus hogares, abastecer hospitales y fábricas, y mejorar sus vidas en miles de formas.
De igual manera, la falta de tiempo también crea obstáculos. No es solo la sensación de que al día le faltan horas; es el efecto devastador del trabajo extenuante, que no hay más remedio que hacer, cuando no hay electricidad.
Queremos dedicar la carta de este año a hablar de las oportunidades que vemos para superar estos desafíos, a menudo pasados por alto. Os escribimos a los estudiantes de instituto porque sois los que, en última instancia, tendréis que solucionar estos problemas. (Nuestro interés por el tiempo y la energía es independiente del trabajo de nuestra fundación en los ámbitos de la salud y la pobreza. Pero todo está relacionado. La solución de estos problemas hará que resulte más fácil salvar vidas y que el mundo sea un lugar más equitativo).
Más tiempo. Más energía. En lo que a superpoderes se refiere, puede que no sean tan emocionantes como la capacidad de Superman para desafiar la gravedad. Pero si el mundo logra poner más de los dos en manos de los más pobres, creemos que los sueños de millones de personas podrán alzar el vuelo.
Más energía
por Bill
En algún momento del día, probablemente hagáis una de estas cosas, o todas: accionar un interruptor para encender la luz; sacar comida fresca del frigorífico; girar un dial para enfriar o caldear el ambiente; pulsar un botón del portátil para conectaros a Internet.
Probablemente hagáis estas acciones de forma automática, pero en realidad estaréis haciendo algo extraordinario. Estaréis usando un superpoder: vuestro acceso a la energía.
¿Suena ridículo?
Imaginaos, por un minuto, la vida sin energía.
No tenéis forma de encender un portátil, móvil, televisión o videoconsola. No tenéis luz, calefacción, aire acondicionado y ni siquiera Internet para leer esta carta.
Unos 1.300 millones de personas —el 18% de la población mundial— no necesitan imaginárselo. Así es la vida para ellos todos los días.
Podéis comprobarlo en esta fotografía nocturna de África sacada desde el espacio.
África ha conseguido avances extraordinarios en las últimas décadas. Es una de las regiones que más rápido crece en todo el mundo, con ciudades modernas, cientos de millones de usuarios de teléfonos móviles, un acceso a Internet cada vez mayor y una clase media dinámica.
Pero como podéis comprobar en las zonas sin luz, esa prosperidad no ha llegado a todos. De hecho, de los casi 1.000 millones de personas que habitan en el África subsahariana, siete de cada diez viven a oscuras, sin electricidad. La mayoría reside en zonas rurales. En Asia se ve el mismo problema. Solo en India, más de 300 millones de personas no tienen electricidad.
Si pudieseis aumentar la imagen en una de esas zonas oscuras de la fotografía, quizá veríais una escena como esta: una estudiante haciendo los deberes a la luz de una vela.
Siempre me choca un poco cuando veo fotografías como esta. Ha pasado más de un siglo desde que Thomas Edison demostró que una bombilla incandescente puede convertir la noche en día. (Tengo la suerte de poseer uno de los bocetos donde ilustra cómo planeaba mejorar su bombilla. Está fechado en 1885). Y sin embargo, hay partes del mundo donde la gente aún espera para beneficiarse de su invento.
Si tuviese un solo deseo para ayudar a los más pobres, sería encontrar una fuente de energía limpia y barata para proporcionar electricidad a nuestro mundo.
A lo mejor os preguntaréis: “¿Pero acaso no trata esa gente de mantenerse sana y encontrar comida para sobrevivir? ¿No es eso importante también?”. Sí, por supuesto que lo es, y nuestra fundación se esfuerza en ayudarlos. Pero la energía hace que todo resulte más fácil. Significa que se pueden poner en marcha hospitales, iluminar colegios y emplear tractores para cultivar más comida.
Pensad en vuestras clases de Historia. Si tuviera que resumir la historia en una frase sería: “La vida mejora; no para todo el mundo y todo el tiempo, pero sí para la mayoría de gente la mayor parte del tiempo”. Y la razón es la energía. Durante miles de años, la gente quemó madera como combustible. Su vida era, en líneas generales, corta y ardua. Pero cuando empezamos a utilizar carbón a principios del siglo XIX, la vida empezó a mejorar mucho más deprisa. Pronto tuvimos bombillas, frigoríficos, rascacielos, ascensores, aire acondicionado, coches, aviones y todos los elementos que constituyen la vida moderna, desde los medicamentos que salvan vidas a los aterrizajes en la Luna, pasando por los fertilizantes y las películas de Matt Damon (Marte es mi película favorita del año pasado).
Al no tener acceso a la energía, los pobres se quedan atrapados en la oscuridad, privados de todos los beneficios y oportunidades que trae la electricidad.
Así pues, si de verdad queremos ayudar a las familias más pobres del mundo, debemos encontrar la forma de conseguirles energía limpia y barata. Barata, porque todo el mundo tiene que poder permitírsela; limpia, porque no debe emitir dióxido de carbono, el desencadenante del cambio climático.
Estoy seguro de que habréis leído sobre el cambio climático y tal vez lo hayáis estudiado en el instituto. Quizá os preocupe cómo os afectará, pero la verdad es que las más perjudicadas serán las personas más pobres del mundo. Millones de familias pobres viven de la agricultura, y los cambios meteorológicos suelen hacer que sus cultivos no crezcan, bien por falta, bien por exceso de lluvia, hundiéndolos aún más en la pobreza. Se trata de algo particularmente injusto, porque ellos son los menos responsables de las emisiones de CO2, causa primera del problema.
Los científicos afirman que para evitar estos cambios dramáticos a largo plazo en el clima, el mundo debe recortar hasta un 80% las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al año 2050, y eliminarlas por completo antes del final del siglo.
La primera vez que lo oí me quedé sorprendido. "¿No podemos limitarnos a aspirar a reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono?", pregunté a muchos científicos. Pero todos coincidían en que no sería suficiente. El problema es que el CO2 permanece en la atmósfera durante décadas. Aunque mañana mismo se redujesen a la mitad las emisiones, la temperatura seguiría aumentando por el dióxido de carbono que ya se ha emitido. No, tenemos que reducirlas a cero.
Es un desafío enorme. En 2015, el mundo emitió 36.000 millones de toneladas de CO2 para producir energía. La cifra marea. Conviene recordarla, porque nos será útil. Alguien podría deciros, por ejemplo, que sabe cómo eliminar 100 millones de toneladas al año, Parece mucho, pero si hacéis el cálculo —100 millones dividido entre 36.000 millones—, comprobaréis que estamos hablando de un 0,3% del problema. Cualquier reducción en las emisiones ayuda, pero tenemos que seguir trabajando en el 99,7% restante.
¿Cómo podremos reducir jamás una cifra como 36.000 millones a cero?
Siempre que me enfrento a un gran problema, recurro a mi asignatura favorita: las matemáticas. Es una materia que siempre se me dio bien, incluso en los primeros años de instituto, cuando mis notas no eran para tirar cohetes. Las matemáticas eliminan el ruido y me ayudan a reducir el problema a sus elementos básicos.
El cambio climático es una cuestión rodeada de muchísimo ruido. Hay quienes niegan rotundamente que sea un problema, mientras que otros exageran los riesgos inmediatos.
Lo que necesitaba era una ecuación que me ayudase a comprender cómo podríamos reducir nuestras emisiones de CO2 a cero.
Y di con lo siguiente:
Podría parecer complicado, pero no lo es.
A la derecha tenemos la cantidad total de dióxido de carbono (CO2) que emitimos a la atmósfera. Eso es lo que tenemos que reducir a cero. Todo se basa en los cuatro factores a la izquierda de la ecuación: la población mundial (P), que aumenta; multiplicada por los servicios (S) utilizados por cada individuo, que deberían aumentar; la energía (E) necesaria para suministrar cada uno de dichos servicios, que baja algo; y, por último, el dióxido de carbono (C) producido por esa energía.
Como aprendimos en clase de matemáticas, cualquier número multiplicado por cero es igual a cero. Así que si queremos tener cero CO2, debemos conseguir que al menos uno de los cuatro factores de la izquierda sea cero.
Vamos a analizarlos, uno por uno, y ver qué obtenemos.
Hoy en día, la población mundial (P) es de 7.000 millones de personas, y se espera que alcance los 9.000 millones en 2050. No hay ninguna posibilidad de que sea cero.
A continuación, los servicios. Aquí se engloba todo: comida, ropa, calefacción, casas, coches, televisiones, cepillos de dientes, muñecos de Elmo, discos de Taylor Swift, etcétera. Más arriba decía que esta cifra debe aumentar en los países pobres para que la gente disponga de luz, frigoríficos, y así sucesivamente, por lo que (S) tampoco puede ser cero.
Veamos ahora la energía (E). Es la energía que se necesita para cada servicio. Aquí hay buenas noticias: los coches que ahorran combustible, las bombillas LED y otros inventos por el estilo permiten hacer un uso más eficaz de la energía.
Muchas personas, y vosotros podríais estar entre ellas, también están cambiando su estilo de vida para ahorrar energía. Usan la bicicleta o comparten coche para ahorrar gasolina, bajan un par de grados la calefacción o instalan aislantes en sus casas. Todas estas medidas contribuyen a recortar el uso de energía.
Por desgracia, no nos permiten llegar a cero. De hecho, buena parte de la comunidad científica coincide en que para 2050 utilizaremos un 50% más de energía de la que utilizamos hoy.
De modo que ninguno de los tres primeros factores —población, servicios y energía— se acerca a cero. Eso nos deja el último factor (C), la cantidad de dióxido de carbono emitido por cada unidad de energía.
La mayor parte de la energía mundial, aparte de la hidráulica y la nuclear, se produce mediante combustibles fósiles como el carbón, que emiten una cantidad abrumadora de CO2. Sin embargo, también aquí hay buenas noticias: las nuevas tecnologías ecológicas permiten al mundo producir más energía sin CO2 gracias al sol y al viento. Puede que viváis cerca de un parque eólico o hayáis visto paneles solares cerca del instituto.
Es fantástico que estas energías renovables sean cada vez más baratas y que las esté utilizando más gente. Deberíamos aumentar su uso allí donde tenga sentido, en los lugares particularmente soleados o ventosos. Además, con la instalación de nuevos tendidos eléctricos especiales, podríamos usar aún más las energías solar y eólica.
Pero para detener el cambio climático y hacer que la energía sea asequible para todo el mundo también vamos a necesitar nuevos inventos.
¿Por qué? La solar y la eólica son fuentes de energía fiables mientras el sol brille y el viento sople, pero la gente seguirá necesitando energía segura en los días nublados, por la noche y cuando no sople ni la más mínima brisa. Eso implica que las compañías eléctricas suelen respaldar las fuentes renovables con combustibles fósiles, como el carbón o el gas natural, que emiten gases de efecto invernadero.
Naturalmente, vendría bien que tuviéramos un gran sistema para almacenar la energía solar y eólica. Pero, actualmente, la mejor opción de almacenamiento son las baterías recargables, y son caras. Las baterías de litio, como la que hay dentro de vuestros portátiles, siguen siendo el patrón oro: si quisierais usar una para almacenar la suficiente energía para todos los aparatos de vuestra casa durante una semana, necesitaríais una batería inmensa, y triplicaría la factura eléctrica.
Así pues, necesitamos soluciones más potentes y económicas.
En resumidas cuentas, necesitamos un milagro energético.
Cuando digo “milagro” no me refiero a algo imposible. Ya he visto milagros antes: el PC, Internet, la vacuna de la polio. Ninguno de ellos ocurrió por casualidad. Son resultado de la investigación, del desarrollo y de la capacidad humana para innovar.
Sin embargo, en este caso el tiempo no está de nuestro lado. Cada día emitimos más y más CO2 a nuestra atmósfera, y agravamos todavía más el problema del cambio climático. Necesitamos una cantidad inmensa de investigación en miles de ideas nuevas —incluso en las que parezcan un tanto alocadas— si queremos llegar a las emisiones cero antes de finales de siglo.
Crear nuevos métodos para poner la energía solar y eólica a disposición de todo el mundo las 24 horas del día sería una solución. Algunos de los inventos más descabellados que me entusiasman tienen que ver con la forma de emplear la energía solar para producir combustible, del mismo modo que las plantas utilizan la luz solar para alimentarse, y baterías tan grandes como una piscina, con una enorme capacidad de almacenamiento.
Muchas de estas ideas no funcionarán, pero no pasa nada. Cada callejón sin salida nos enseñará algo y nos animará a seguir adelante. Ya lo dijo Thomas Edison en su famosa frase: “No he fracasado 10.000 veces. He descubierto 10.000 formas que no funcionan”.
Pero para descubrir miles de formas que no funcionan, primero hay que probar miles de ideas diferentes. Y eso no está ocurriendo, ni de lejos.
Los gobiernos tienen un importante papel que desempeñar a la hora de fomentar nuevos avances, tal y como hacen en otros campos de la investigación científica. Los fondos del Gobierno estadounidense estuvieron detrás de los innovadores tratamientos para el cáncer y el aterrizaje en la Luna. Quienes estén leyendo esta carta en Internet, también tienen que darle las gracias al Gobierno: las investigaciones financiadas por el Gobierno de Estados Unidos contribuyeron a crear la Red.
Sin embargo, la investigación energética y la transición hacia nuevas fuentes de energía llevan mucho tiempo. Hicieron falta cuatro décadas para que el petróleo dejara de representar el 5% del suministro de energía de todo el mundo y pasara a ser el 25%. Actualmente, las energías renovables, como la eólica y la solar, suponen menos del 5% de la energía mundial.
Por eso tenemos que empezar cuanto antes. No hace mucho participé en el lanzamiento de un programa en el que los esfuerzos de más de veinticuatro personas complementarán las investigaciones de los Gobiernos de varios países. Todo tiene por objeto obrar milagros energéticos.
Quizá os estéis preguntando qué podéis hacer para ayudar.
En primer lugar, es importante que todo el mundo se informe sobre este desafío energético. Muchos jóvenes ya se involucran de manera activa en cuestiones relacionadas con el clima y la energía, y estoy convencido de que agradecerían más ayuda. Vuestra generación es una de las que más conciencia mundial tiene de toda la historia, acostumbrada a observar los problemas del mundo más allá de las fronteras nacionales. Esto será de gran valor en las próximas décadas cuando trabajemos en soluciones globales.
En segundo lugar, si tenéis alguna idea descabellada para solucionar este desafío energético, el mundo os necesita. Hincad los codos en matemáticas y ciencias. A lo mejor tenéis la respuesta.
El desafío al que nos enfrentamos es grande, quizá mayor de lo que muchas personas imaginan. Pero también lo es la oportunidad. Si el mundo es capaz de encontrar una energía limpia y barata, hará algo más que detener el cambio climático: transformará la vida de millones de familias pobres.
Tengo tanto optimismo depositado en la capacidad del mundo para obrar un milagro que hasta voy a hacer un pronóstico: en los próximos 15 años —sobre todo si los jóvenes se implican— creo que el mundo descubrirá una energía limpia e innovadora que salvará nuestro planeta y proporcionará electricidad a nuestro mundo.
Me gusta pensar en lo que un milagro energético así supondría para un barrio pobre que una vez visité en Nigeria. En él vivían decenas de miles de personas, pero no había electricidad. Cuando caía la noche, no se encendía ninguna luz. El único resplandor provenía de las hogueras encendidas en barriles metálicos, junto a los que la gente se reunía para pasar la noche. Los niños no tenían otra luz para estudiar, no había forma de llevar un negocio o de abastecer las clínicas y los hospitales locales. Me entristecía pensar en todo el potencial de esa comunidad que no se estaba aprovechando.
Una fuente de energía limpia y barata lo cambiaría todo.
Imaginaos.
Más tiempo
por Melinda
Estoy segura de que habéis visto alguna imagen como esta. Me parecen divertidísimas. Y me recuerdan todo lo que ha cambiado la vida desde mi infancia en Dallas en la década de 1970, cuando veíamos La mujer maravilla en lugar de Supergirl.
Mis hermanos, mi hermana y yo teníamos un montón de amigos cuyas madres se quedaban en casa, como solíamos decir, en vez de ir a trabajar (aunque ahora sé que quedarse en casa es trabajar; y trabajar muy duro, aunque no se cobre).
Las mamás de nuestro barrio parecían pasar la mayor parte de su tiempo en la cocina. Como me interesa el diseño, ahora sé que las suyas eran “cocinas triangulares”, con el frigorífico, el fregadero y los fogones dispuestos de tal manera que hacer una tortilla fuese lo más rápido y fácil posible. El diseño de cocinas estuvo muy de moda a lo largo del siglo XX. En una demostración, una mujer cocinaba dos pasteles de fresas idénticos, uno en una cocina típica y otro en una versión nueva y mejorada. El proceso requirió 281 pasos en el primer caso y solo 41 en el segundo. ¡La cocina en sí hacía que la preparación del pastel fuera un 85% más eficaz!
Lo que la cocina triangular no hacía era desafiar la idea de que las mujeres debían pasar buena parte de su vida en la cocina, volviendo sobre sus pasos en un triángulo aparentemente interminable.
Pero estamos en 2016, no en la década de 1970 o 1950. Si sois estadounidenses, tres de cada cuatro madres de vuestro instituto tienen trabajo. Vuestro padre probablemente tenga al menos unas nociones básicas de cocina. Hay un 35% de posibilidades de que viváis solo con uno de vuestros padres (lo que significa que él o ella tiene que hacer todo el trabajo remunerado y todo el no remunerado). Quizá paséis vuestro tiempo entre dos hogares y cuatro padres, o a lo mejor tenéis dos madres (o dos padres). El mundo ha cambiado mucho.
Sé, porque se lo he oído a mis hijos y a sus amigos —y porque leo las encuestas sobre cómo ven el futuro los adolescentes—, que la mayoría de las chicas no creen que tienen que seguir las mismas reglas que dejaron a sus abuelas en casa. Y que la mayoría de los chicos están de acuerdo con ellas.
Siento decirlo, pero quien piense así se equivoca. A menos que las cosas cambien, las chicas de hoy pasarán cientos de miles de horas más que los chicos haciendo el trabajo no remunerado, simple y llanamente porque la sociedad da por sentado que es su responsabilidad.
El trabajo no remunerado es, como su propio nombre indica, trabajo. No es un juego, y no se cobra nada por hacerlo. Sin embargo, todas las sociedades lo necesitan para funcionar. Podría decirse que el trabajo no remunerado se engloba en tres categorías principales: cocinar, limpiar y cuidar de niños y ancianos. ¿Quién os prepara el almuerzo? ¿Quién pesca los calcetines sudados de la bolsa de deporte? ¿Quién da la tabarra en la residencia de ancianos para asegurarse de que vuestros abuelos tienen todo lo que necesitan?
Pues bien, alguien tiene que hacer todas esas cosas. Pero, de manera casi unánime, se espera que sean las mujeres quienes se ocupen de ellas, gratis, quieran o no.
Eso es así en todos y cada uno de los países del planeta. A escala mundial, las mujeres dedican una media de 4,5 horas al día al trabajo no remunerado, mientras que los hombres le dedican menos de la mitad. Además, la carga de trabajo no remunerado recae con particular fuerza sobre los hombros de las mujeres en los países pobres, donde las horas son más largas y las diferencias entre mujeres y hombres son mayores. En India, por poner un ejemplo, las mujeres le dedican unas seis horas, y los hombres menos de una.
La mayoría de las chicas en los países pobres no tienen una cocina triangular. En cambio, se mueven en largas líneas rectas, de un lado a otro, pues tienen que recorrer kilómetros para recoger agua y cortar madera. La geometría de sus pasos es diferente, pero sigue basándose en la premisa de que mantener el hogar en marcha es su responsabilidad. El número ingente de horas que estas chicas dedican a esas tareas distorsiona toda su vida. A las afortunadas que vivimos en países ricos nos resulta casi imposible comprender que el trabajo no remunerado domina la vida de centenares de millones de mujeres y niñas.
Cuando visité Tanzania hace un par de años, pasé unos días con Anna, Sanare y sus seis hijos. El día de Anna empezaba a las cinco de la mañana encendiendo un fuego para preparar el desayuno. Después de limpiar, íbamos a por agua. Cuando el cubo de Anna estaba lleno, pesaba casi 20 kilos. a distancia media que las mujeres caminan en busca de agua limpia en las zonas rurales de África y Asia es de tres kilómetros en cada sentido. ¡Imaginaos cómo tiene que ser hacerlo con casi la mitad de vuestro peso sobre la cabeza!. Cuando volvimos a la casa yo estaba agotada, aunque había llevado menos peso que Anna. Sin embargo, no podíamos descansar, porque era hora de preparar otro fuego para el almuerzo. Después fuimos al bosque a cortar madera para los fuegos del día siguiente, procurando que no nos picase ningún escorpión. Luego otro viaje a por agua, después ordeñar las cabras y la cena. Pasadas las diez de la noche seguíamos despiertas, fregando los platos a la luz de la luna.
¿Cuántos miles de pasos di ese día? Por muchos que fueran, Anna tenía que multiplicar esa cifra por todos los días de su vida.
¿Por qué me dedico a contar los pasos de las mujeres por el mundo, cual Fitbit humano?
Porque ahora mismo estáis pensando en vuestro futuro, y quiero que vuestros pies os lleven a dondequiera que vayáis en busca de lo que os parezca más significativo y satisfactorio.
No se trata solo de justicia; asignar el grueso del trabajo no remunerado a las mujeres hace daño a todo el mundo: hombres, mujeres, niños y niñas.
¿Por qué razón? Los economistas lo llaman coste de oportunidad: todo lo que las mujeres podrían estar haciendo si no dedicasen tanto tiempo a las tareas mundanas. ¿Qué objetivos fantásticos podríais lograr con una hora adicional al día? O, en el caso de las niñas de muchos países pobres, con cinco horas o más. Hay muchas formas de responder a esa pregunta, pero es evidente que muchas mujeres dedicarían más tiempo al trabajo remunerado, creando empresas, o contribuyendo por otros medios al bienestar económico de las sociedades del mundo. Que no puedan hacerlo lastra a sus familias y a sus comunidades.
Las chicas de los países más pobres podrían responder que dedicarían su tiempo de más a hacer los deberes. Las tareas domésticas son lo primero, por lo que las niñas suelen quedarse rezagadas en el colegio. Las estadísticas mundiales muestran que cada vez hay más chicas, en comparación con chicos, que no saben leer.
Las madres quizá responderían que irían al médico. En los países pobres, ellas suelen ser las responsables de la salud de sus hijos. Pero dar de mamar e ir al médico llevan su tiempo, y las investigaciones revelan que la salud es una de las primeras cosas que sacrifican las mujeres cuando están demasiado atareadas.
Puede que otras mujeres se limitasen a leer un libro, dar un paseo o visitar a una amiga, y también estoy completamente a favor. Todo el mundo sale beneficiado de que cada vez más personas nos sentimos realizadas en nuestra vida cotidiana.
Escribo esto porque soy optimista. Aunque ningún país ha logrado aún el equilibrio perfecto, muchos han reducido la brecha de trabajo no remunerado en varias horas al día. Estados Unidos y Europa han avanzado muchísimo. Los países escandinavos han llegado aún más lejos.
El mundo progresa haciendo tres cosas que los economistas llaman reconocer, reducir y redistribuir: reconocer que el trabajo no remunerado sigue siendo trabajo. Reducir la cantidad de tiempo y energía que requiere. Y redistribuirlo más equitativamente entre mujeres y hombres.
Empecemos por reducir, porque es lo más directo. Los países ricos han hecho un gran trabajo a la hora de reducir el tiempo dedicado a la mayoría de las tareas domésticas. De eso iba la cocina triangular. Los estadounidenses no vamos a por agua porque los grifos nos la traen en el acto. No dedicamos todo el día a lavar un montón de ropa sucia porque la lavadora lo hace en media hora. Cocinar es mucho más rápido si empiezas con una cocina en lugar de con un hacha y un árbol.
En cambio, en los países más pobres la mayoría de las mujeres aún van a por agua, lavan la ropa a mano y cocinan en una fogata.
La solución es innovar, y vosotros podéis contribuir. Algunos seréis ingenieros, emprendedores, científicos y desarrolladores de programas informáticos. Os invito a abordar el desafío de ofrecer a los pobres energía limpia y barata, mejores carreteras y agua corriente. O a lo mejor podéis crear un ingenioso invento que ahorre horas de trabajo. ¿Os imagináis una máquina que lave la ropa utilizando muy poca agua y nada de electricidad? Tal vez podríais mejorar el mortero y mano, un invento de hace 40.000 años que veo usar a las mujeres para moler trigo y preparar alimentos cada vez que viajo al África subsahariana o el sur de Asia.
Sin embargo, limitarse a reducir no es suficiente, porque no se trata solo de que las tareas domésticas consuman mucho tiempo, sino de que todas las culturas esperan que sean las mujeres quienes las hagan. Si las tareas empiezan a ocupar menos tiempo, las sociedades pueden —de hecho, es lo que ocurre— limitarse a asignar a las mujeres más tareas para llenar el tiempo del que supuestamente disponen. Por muy eficaces que hagamos que sean las tareas domésticas, no dejaremos realmente tiempo libre a las mujeres hasta que reconozcamos que el suyo es igual de valioso que el de los hombres.
No se trata de una conspiración mundial de los hombres para oprimir a las mujeres. Es algo más sutil. La división del trabajo depende de unas normas culturales, y si las llamamos normas es precisamente porque nos parecen normales; tan normales que muchos no somos conscientes de que las damos por sentado. Sin embargo, vuestra generación puede tener dichas normas en cuenta, y señalarlas una y otra vez hasta que el mundo preste atención.
Pensad en vuestras tareas domésticas. Si sois chicas estadounidenses, probablemente le dediquéis dos horas más a la semana que los chicos. Si sois chicos, tenéis un 15% más de probabilidades de que os den una paga por hacerlas. ¿Qué porcentaje de las tareas de las chicas se da por descontado, qué porcentaje de las de los chicos, en cambio, no? ¿Y por qué?
En los anuncios de televisión, ¿con qué frecuencia se ve a un hombre haciendo la colada, cocinando u ocupándose de los niños? (La respuesta: un 2% del tiempo). ¿Cuántas de las mujeres que aparecen están anunciando productos de cocina o limpieza? (Más de la mitad).
Una vez que vemos estas normas, podemos sustituirlas por algo mejor.
¿Cómo son esas normas mejores? ¿Cómo redistribuir las tareas necesarias del día a día?
No es una pregunta fácil.
Nadie apoya, por ejemplo, una división perfecta al 50% de todos los tipos de tareas y en todo momento. Formar parte de una familia significa cooperar y, a veces, una persona tiene que cambiar unos cuantos pañales más porque la otra está concentrada en otra tarea importante.
Además, no todo el trabajo no remunerado es igual. Doblar la ropa no es gratificante, a menos que seáis una de esas personas obsesionadas por el orden. (No es mi caso). Sin embargo, cuidar de un niño o de un familiar enfermo tiene un significado profundo y, muchas personas, entre ellas Bill y yo, queremos dedicar tiempo a esa parte de la vida. Compartir el peso del trabajo no remunerado también significa compartir las alegrías.
De hecho, varios estudios demuestran que cuando los padres pueden dejar temporalmente su trabajo remunerado tras el nacimiento de sus hijos, en el futuro también pasarán más tiempo con ellos y haciendo otras tareas domésticas. En consecuencia, crean un vínculo más fuerte con sus parejas e hijos. He ahí uno de los motivos por los que considero que poder disponer del permiso familiar y la baja médica es tan importante para las familias.
Al final, el objetivo es cambiar lo que nos parece normal, y no pensar que es gracioso o raro ver a un hombre poniéndose un delantal, recogiendo a sus hijos del colegio o dejando una notita cariñosa en la fiambrera de su hijo.
Cuando hablamos de reconocer, reducir y redistribuir, la historia de Anna y Sanare, la pareja con la que pasé unos días en Tanzania, es muy inspiradora. Cuando se casaron, Anna se marchó de una zona exuberante del país para ir a vivir a la tierra de Sanare, asolada por la sequía. Le costó mucho adaptarse al trabajo adicional que eso suponía. Al final, Sanare llegó un día a casa y vio a Anna sentada en los escalones, dispuesta a marcharse, con la maleta hecha y su primer hijo, Robert, en brazos. Sanare, desolado, le preguntó cómo podía convencerla para que se quedase. “Ve a por agua”, le respondió, “para que pueda ocuparme de nuestro hijo”. Y eso fue lo que hizo Sanare, al reconocer el desequilibrio. Empezó a recorrer los varios kilómetros hasta el pozo todos los días. Al principio los otros hombres de la aldea se burlaban de él, e incluso acusaron a Anna de brujería. Pero cuando Sanare les dijo: “Mi hijo estará más sano porque yo estoy haciendo esto”, los demás empezaron a redistribuir el trabajo como él. Al cabo de un tiempo, cuando se cansaron de dedicarle tanto esfuerzo, decidieron construir tanques para recoger el agua de lluvia cerca de la aldea. Ahora que han reducido el tiempo, da igual que sea Anna o Sanare quien va a por agua, porque la tienen mucho más cerca, y ambos pueden pasar mucho más tiempo con Robert y sus otros hijos.
El mundo puede aprender mucho de esta pareja.
Estoy deseando ver adónde os llevan vuestros pasos. No necesariamente en triángulos, ni en línea recta, a menos que esa sea vuestra voluntad, sino en cualquier dirección que elijáis.
Involucrarse
Por Bill y Melinda
Hemos empezado la carta de este año preguntando: si pudieras tener un superpoder, ¿cuál sería?
Soñar con poder leer la mente, ver a través de las paredes o tener una fuerza sobrehumana podría parecer una tontería, pero en realidad sirve para llegar al meollo de lo que de verdad importa en la vida.
Cada día, trabajando en la fundación, conocemos a gente que nos inspira porque hace cosas extraordinarias para mejorar el mundo.
Todas esas personas han accedido a un tipo diferente de superpoder, del que todos disponemos: el poder de cambiar la vida de los demás.
No estamos diciendo que todo el mundo deba consagrar su vida a los pobres. Ya tenéis una vida bastante ajetreada haciendo los deberes, deporte, nuevos amigos, y persiguiendo vuestros sueños. Sin embargo, sí creemos que podéis tener una vida más intensa si dedicáis una parte de vuestro tiempo y energía a algo mucho más grande que vosotros. Encontrad un tema que os apasione y aprended sobre él. Trabajad como voluntarios o, si podéis, donad algo de dinero a una causa. Hagáis lo que hagáis, no os limitéis a ser testigos. Involucraos. Puede que tengáis la oportunidad de hacer algo más relevante dentro de unos años, ¿pero por qué no empezar ya?
La experiencia de trabajar juntos en temas de salud, desarrollo y energía durante las últimas dos décadas ha sido una de las partes más gratificantes de nuestra vida. Nos ha transformado, y sigue espoleando nuestro optimismo y confianza en que la vida de los más pobres mejore considerablemente en los años venideros.
Sabemos que es una experiencia que también cambiará vuestra vida. Seréis como Clark Kent, que se escabulle para transformarse en su álter ego, pero en lugar de aparecer con medias y capa, lo haréis con unos superpoderes que nunca supisteis que teníais.
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