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Tribuna
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La superproducción más cara

La fascinación que despierta el Chapo Guzmán es la perversión de una vieja historia

Sergio Ramírez

Estamos en plena chapomanía. Siendo el muy mentado Chapo Guzmán un mito, ya no sabemos cuánto hay en él de verdad o de mentira. Su grueso bigote, ¿es real, o pintado al carbón, como el de Groucho Marx? Un aspirante al glamourde Hollywood con muertos a cuestas que sólo pueden contarse de manera estadística: 67% de los 45.000 que ha costado la guerra narco en México: y no con balas de mentira, con las que mataba John Wayne en las batallas de tramoya de la guerra de Vietnam.

Las telenovelas nos ofrecen argumentos sabidos. La campesina que entra en la mansión suntuosa como empleada doméstica, y saldrá casada con el hijo de los patrones venciendo la maldad de la suegra; o la empleadita sufrida que resultará, al final, bendecida por la herencia que le ha dejado su abuela, quien la ha buscado afanosamente por años sin encontrarla. Todos son caminos para llegar al dinero fácil, pero a la postre inocentes.

Ahora el guion se ha pervertido, nos lo dice el mismísimo Sean Penn: el héroe sumido en la miseria campesina desde su infancia, ha sido empujado desde los 15 años a vender drogas para poder sobrevivir. Y se hizo a sí mismo, como en las mejores historias románticas del capitalismo, donde brillan aquellos magnates que enmarcan el primer dólar ganado.

Nos advierte que los carteles no van a desaparecer ni con su prisión perpetua, ni con su muerte, lo cual no deja de servirnos de consuelo moral: “El día que yo no exista, no va a mermar lo que es nada el tráfico de droga”. No es más que una víctima de los apetitos del mercado. Sería un honrado labriego o pastor de cabras en Badiraguato, si los viciosos consuetudinarios de Wall Street y Beverly Hills no fueran tan buenos clientes. Él no prueba drogas, una de las formas de reclamar honestidad. Sólo comercia con ellas.

El guion de esta formidable superproducción ya está siendo escrito, y de la telenovela hogareña recibe los toques maestros: “No duermo mucho desde que te vi. Estoy emocionada con nuestra historia. Es en lo único que pienso…”, susurra. Katia, la heroína en un mensaje de texto. Y el galán del bigote poblado responde: “Eres lo mejor de este mundo. Te cuidaré más que a mis ojos”. Y entonces, ella: “Me mueve demasiado que me digas que me cuidas, jamás nadie me ha cuidado”.

El galán tiene un corazón sentimental: 7 esposas, 18 hijos, amantes a granel. Un semental que para no desmerecer de su fama, antes de ir una vez más a prisión se había hecho una cirugía de los testículos para mejorar su rendimiento sexual. Pero Sean Penn no fue en su búsqueda para encontrarse con un garañón patriarcal, sino con alguien enlistado por la revista Forbes entre los supermillonarios, y por la revista Foreign Policy entre los superpoderosos. Él mismo lo revela con toda candidez, cuando nos dice que en México hay dos presidentes. Dos sillas del águila, una de ellas la ocupa su entrevistado. Conoce el poder mediático, pero aquí se halla frente al verdadero, y su erótica.

Había visto, dice, “vídeos y fotografías de decapitados, reventados, desmembrados o acribillados a balazos: inocentes, activistas, periodistas valientes y enemigos por igual del cártel”, pero eso no ataja su seducción por la erótica del poder, precisamente porque su entrevistado tiene poder de vida o muerte, que ejerce a través de redes secretas, de órdenes que llegan al último rincón y se cumplen puntuales.

Los asesinatos en serie, los crímenes masivos, no atajan tampoco nuestra fascinación porque vivimos frente a la gran pantalla, donde la épica nunca deja de estar teñida de sangre, y frente a la pequeña, donde se celebra el ascenso de los pobres hacia la riqueza, cualquiera que sea el camino. Y en ambos casos, nos conectamos sin pudor al mercado que espera a todos con sus fauces abiertas.

La firma Barabas agotó las existencias del modelo Fantasy de sus camisas, que el Chapo luce en la foto que se tomó con la estrella de cine. Se trata de una extravagante prenda de sicario, de esas muy apropiadas para lucirse abiertas y enseñar la gruesa cadena de oro en el pecho, y para usarse por fuera, de modo que el faldón pueda esconder la pistola de grueso calibre. ¿Si hay novelas, telenovelas, series, música de grupera, y altares para los narcos, por qué no camisas? El glamour debe ser total.

Sergio Ramírez es escritor.

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