Arquímedes, el torero y las redes agujereadas
¿El desarrollo de las redes sociales ha de ir necesariamente acompañado por la anulación del conocimiento y del diálogo?
En 1964, cuando el sustantivo “redes” aludía solo al sector pesquero o al futbolístico, Umberto Eco fijó una taxonomía sobre la actitud ante la cultura de masas y los medios de comunicación que ha devenido en clásico. Con la falta de matiz de todo resumen, apocalípticos serían aquellos pesimistas que ven en toda manifestación de la cultura de masas una vulgar anticultura; integrados, los optimistas que elogian la multiplicación de los bienes culturales y el acceso social generalizado a los mismos.
Cincuenta y dos años después, cuando comparar la cultura de masas del final del siglo XX con la actual megauniversalización de la información —que no la sabiduría— en Internet resultaría tan absurdo como confrontar un ábaco con un superordenador, no se trata ahora de ser caducamente apocalíptico y atrincherarse como un ludita frente a la Revolución Industrial —y sí, datos de este texto han sido comprobados en Google—. Pero parece procedente comentar si el desarrollo de las redes sociales ha de ir necesariamente acompañado por la más desesperante anulación del conocimiento y la posibilidad del diálogo.
Desde Bauman se ha vuelto también lugar común hablar de la modernidad líquida, pero ahora el pensamiento líquido va camino de ser solo eso, un líquido. La foto de Francisco Rivera Ordóñez toreando con su hija en brazos ha sido el último —por ahora— ejemplo de lo que cabría llamar nuevo principio de Arquímedes: “Cualquier cuestión total o parcialmente sumergida en una red social en actividad recibe un empuje hacia la ignorancia igual al peso del volumen de reflexión que desaloja”. En apenas un mes, los más virulentos y menos argumentados debates en la quinta economía de la UE han sido, entre otros, el vestuario de unos Magos, el bebé de una diputada, el peinado de otro o las pancartas sobre la esposa de un futbolista. Con mayor sabiduría y mejor estilo lo escribía Fernando Savater en un artículo el domingo: unas redes “nulas en la solución de problemas pero insuperables en la orquestación de escándalos”. Y otro principio de la física actual: “Cualquier bulo difundido en la Red experimenta en su receptor un empuje de veracidad al alza directamente proporcional a los prejuicios y desconocimiento del citado receptor”. Como si ya solo interesase la queja o la opinión ciudadana si llega con “vanos comentarios”, como escribió Tácito a cuenta de la Roma de Tiberio.
Ayer fue trending topic en España... Paul Newman, quien hubiese cumplido 91 años, de no haber muerto, ay, en 2008. Nada que objetar a su memoria si no fuese porque ese éxito en Twitter iba acompañado por multitud de mensajes del siguiente tenor: “OMG me acabo de enterar de lo de Paul Newman...”. En ese batallón de insospechados fallecidos ya desfilan Audrey Hepburn, Miliki…
¿El problema es de educación, de banalización, de odio, de una sociedad que ya ha pasado del espectáculo a la barraca? ¿Por primera vez en la historia una forma de comunicación irá contra su propia esencia: difundir lo que se conoce? Pero, por favor, no seamos apocalípticos.
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