Gracias, Duran Lleida
La salida de Duran supone una pérdida importante de capital político basado en la moderación y el diálogo
Después de tres décadas en primera línea de la política y 29 como líder de Unió Democràtica, la decisión de Duran Lleida de apearse de la presidencia del partido podría ser vista como un acto lógico de renovación del espacio democristiano en Cataluña. Pero no es así. Su retirada no se debe tanto a la necesidad de revitalizar y rejuvenecer el partido como al fracaso electoral de la opción moderada que ha querido representar en el llamado conflicto catalán. Desde esta perspectiva es desde la que hay que lamentar la salida de uno de los políticos que, con sus aciertos y errores, ha sido uno de los protagonistas de la vida política española de los últimos treinta años.
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Emparedado entre el inmovilismo de Rajoy y la aventura independentista de Mas, Duran es la nueva víctima de la polarización causada por el proceso soberanista. Tras perder la batalla por la sucesión de Jordi Pujol frente a un resolutivo Artur Mas, Duran trató de actuar como un freno interno en el proceso de escoramiento de Convergència hacia el independentismo. Pero fracasó. El resultado fue la ruptura interna de Unió en junio pasado y la disolución de la coalición CiU tras 37 años de andadura.
Duran intentó entonces situar a Unió como la fuerza heredera del catalanismo moderado y trató de capitalizar el voto de los partidarios de una tercera vía que alumbre una solución al conflicto por la vía de la concertación y del diálogo. Pero la dinámica polarizadora y la rémora de representar unas siglas salpicadas por la corrupción sepultaron sus expectativas. Con poco más de 100.000 votos, Unió quedó fuera del Parlamento catalán y en las legislativas de diciembre (64.000 votos) fuera del Congreso. Aunque siempre es saludable la renovación, la salida de Duran supone una pérdida importante de capital político y de una actitud —basada en la moderación y el diálogo— muy necesaria en estos tiempos.
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