El acaudalado viaje al más allá del señor de Sipán
Sigo por los desiertos costeros del norte del Perú. Y hoy he tenido la suerte de conocer el Museo Tumbas Reales de Sipán, uno de los hitos de la ruta Moche. Está en Lambayeque, cerca de Chiclayo y creedme: solo él justificaría un viaje a este remoto extremo del Perú.
En 1987, la Policía especializada en delitos arqueológicos de Lima detectó un inusual movimiento en el mercado negro de piezas expoliadas en yacimientos. Normalmente los huaqueros (saqueadores de huacas o lugares sagrados) robaban cerámicas, utensilios cotidianos y pequeñas pieza de oro. Pero lo que los intermediarios limeños estaban manejando esos días eran verdaderas obras de arte, dignas de un monarca.
A la policía no le costó mucho averiguar que un huaquero había descubierto de forma casual una tumba de alguien muy poderoso en la que había más oro del que el pobre expoliador había visto en toda su vida. El confidente incluso les dijo dónde había aparecido: en Huaca Rajada, un viejo conjunto ceremonial mochica formado por dos huacas piramidales cerca de la aldea de Sipán, a unos 45 minutos de Chiclayo. En esa ocasión se actúo con diligencia.
Se avisó al arqueólogo jefe de aquella zona, el peruano Walter Alba, quien se fue corriendo para allá acompañado de un par de policías. Acamparon en Huaca Rajada y no se movieron del lugar hasta que se ahuyentó a los huaqueros, la zona estuvo bien protegida y pudieron empezar a excavarcon criterios arqueológicos. Pocos días después Alba y su equipo lograban el premio gordo de la moderna arqueología peruana: localizar la tumba intacta de un poderoso gobernador mochica que vivió hacia el año 650 d.C. Era la primera vez que se acedía a una cámara funeraria de tan alto valor sin que antes los huaqueros la hubieran robado y destrozado para la ciencia.
El hallazgo fue colosal: el señor de Sipán, como se le bautizó, tenía dentro del sarcófago de madera todas las joyas y atributos que usó durante su reinado: coronas, sonajeros y collares de oro, cetros de plata, estandartes en cobre chapado en oro, pectorales de conchas marinas y turquesas, narigueras y orejeras labradas con piedras preciosas…
A su alrededor, ocho cadáveres de infortunados familiares y sirvientes que -según costumbres de la época- fueron sacrificados para que le acompañaran en su viaje al más allá: su mujer, dos concubinas, el hijo de una de éstas, el jefe de su ejército, el portaestandarte, un soldado que debía custodiar la tumba, al que además se le amputaron los pies para que no escapara y cumpliera su misión hasta el final (como si una vez estrangulado y enterrado el pobre pudiera irse de juega con los amigos dejando la garita vacía) más otro sirviente, sentado en un nicho sobre el resto de tumbas, a modo de vigía, por si tenía que avisar al grupo de alguna presencia extraña en ese viaje colectivo a la eternidad.
Bien, pues todo ese ajuar funerario y las propias osamentas, más el de otras 13 tumbas excavadas con posterioridad en ese panteón real de Huaca Rajada se muestran hoy día en el Museo Tumbas Reales de Sipán, para mi gusto uno de los mejores museos no solo de Perú sino de toda Sudamérica. El museo me encantó, lo recomiendo fervorosamente y creo que justificaría por sí solo el viaje por la Ruta Moche.
Eso sí, mi consejo es que lo visitéis con uno de los guías oficiales del recinto; cuesta solo 30 soles (unos 8 euros) y vais a comprender mucho mejor lo que allí se exhibe que si lo hacéis por vuestra cuenta.
El edificio costó 5 millones de dólares y asemeja una huaca mochica, con su rampa ceremonial de acceso, por la que se entra al nivel más alto del complejo, como ocurría en las huacas de verdad.
La exposición es muy didáctica y queda dividida en tres niveles. En el más alto se sitúa al visitante en la realidad histórico-geográfica del impero moche, que abarcó desde el siglo I al VII de nuestra era. En el siguiente nivel, se explica cómo apareció el señor de Sipán, cómo se excavaron ésta y las demás tumbas y el proceso científico que requiere una excavación de este tipo.
Los legos en la materia creemos que abres un sarcófago de 1.700 años de antigüedad y aparecen dentro las piezas en el perfecto estado, tal y como las vemos en las vitrinas. Sin embargo, cuando veáis las fotos de cómo estaba el fardo funerario cuando se localizó, con todos los elementos orgánicos y metálicos hechos un amalgama y lo comparéis con los originales que se exponen al lado, alucinaréis. Y llegaréis a la conclusión de que la labor de un arqueólogo es mucho más paciente y menos excitante que la de Indiana Jones con su látigo y sus chicas-bombón.
La guinda del museo es la planta baja, donde están expuestas las piezas originales de los ajuares funerarios con un excelente criterio museográfico. Lo curioso es que el ajuar más rico no es el del señor de Sipán, sino el del Viejo Señor de Sipán, un tatarabuelo del primero (el ADN confirmó que eran familiares) que gobernó 300 años antes y cuya tumba apareció 8 metros por debajo de la del primero.
¡Una dinastía real muy longeva en aquellos convulsos y lejanos tiempos!
Datos prácticos
El museo está en Lambayeque, a unos 8 kilómetros de Chiclayo. Abre de martes a domingos de 9 a 17:00. Cuesta 10 soles. Más info: www.museotumbasreales.com
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