_
_
_
_

Miley Cyrus o la destrucción total de la inocencia infantil

Se ha convertido en la estrella ingobernable del pop. Su último proyecto: un videoclip de tintes pornográficos

Fernando Navarro
La cantante Miley Cyrus, en la alfombra roja de los Video Music Awards de MTV del pasado mes de agosto. 
La cantante Miley Cyrus, en la alfombra roja de los Video Music Awards de MTV del pasado mes de agosto. Getty Images

Parece el guion de una luminaria de la industria del cine porno, pero se trata del proyecto de un videoclip: una cantante veinteañera desnuda y acompañada de un grupo de cuarentones, también desnudos, esparciéndose "por doquier un líquido blanco que se parece a la leche", mientras el público también desnudo canta, grita y se contornea. Si del guion es de lo último que se habla en cualquier película pornográfica, aquí, en este caso, es lo primero. Resulta un asunto de primer orden dar a conocer la trama escandalosa en el estado en el que se mueve su protagonista: Miley Cyrus, antigua princesa infantil de Disney y actual reina del destape en Instagram y del twerking, ese baile de movimientos incitadores y sensuales conocido en castellano como perreo. La propuesta ha surgido a partir de un acuerdo de colaboración con Wayne Coyne, líder del grupo Flaming Lips, que reveló en su perfil en Instagram el espectáculo que Cyrus planea para la grabación del vídeo musical de Milky, Milky, Milk —la palabra leche por partida triple—, uno de los éxitos de su último álbum, Miley Cyrus & Her Dead Petz, que el propio Coyne ha ayudado a grabar y producir. Pero lo que realmente se revela es la última vuelta de tuerca a la provocación de la joven cantante estadounidense aficionada a sacar la lengua.

Aunque es algo que se sabía, ahora está aún más claro: Miley Cyrus quiere destruir todo lo que quede, si es que queda, de Hannah Montana, la chica buena e inocente que protagonizó en la exitosa serie adolescente de Disney Channel. Es algo que ha pasado desde siempre: una estrella infantil enterrando su pasado y mandando al carajo a los que le fabricaron. Se ha visto en varias ocasiones en la historia de la cultura popular, desde la televisión al cine, pasando por la música con personajes emblemáticos como Michael Jackson, que se cambió el color de la piel entre una de tantas extravagancias multimillonarias, o Britney Spears, que tras pasar por la clínica de desintoxicación y perder la custodia de sus dos hijos se rapó la cabeza como un acto de rebeldía. En estos casos, siempre se habla del manido término “juguetes rotos”, pero Miley Cyrus, a sus 22 años, dueña de sus actos y su carrera, definiéndose a sí misma como una “perra mala”, es otra cosa. Más bien es un juguete de la cultura actual del espectáculo.

Hubo un antes y un después en su carrera profesional. Fue la noche de la gala de los premios MTV en 2013, cuando la cantante puso en el disparadero informativo el twerking, al ejecutarlo por sorpresa ante millones de espectadores. En aquel trascendental momento para la cultura pop de nuestros tiempos ardió Internet, llegando a derrotar a Edward Snowden, el papa Francisco o la guerra de Siria en el discurso informativo en redes sociales y medios online. La elaborada y asombrosa actuación de Lady Gaga quedó eclipsada por completo por la provocadora aparición de Cyrus, que pasó de estar rodeada de osos de peluche y cubierta con un top infantil a perrear en braga y sujetador con el cantante Robin Thicke entre contoneos y muecas desafiantes. Como escribió la columnista de la revista New Yorker, Sasha Weiss, en esa improvisación deliberada, “alimentó el frenesí online”, haciendo que tuviese más interés el estímulo de la respuesta generada que el hecho en sí mismo, y mandando un mensaje a todos: "GIF me now", que se podría traducir como “hacedme imágenes con animaciones para internet ahora”.

Con sus vestidos estrafalarios, diseñados por grandes modistas —algunos de ellos españoles— y que enseñan más carne que tapan, a Cyrus le hacen estas imágenes animadas por doquier, parafraseando a Wayne Coyne con el líquido blanco, como también son millones de adolescentes los que ven sus vídeos, consiguiendo que batan récords de reproducciones en YouTube, tal y como pasó con el de Wrecking ball (más de 800 millones de reproducciones), en el que aparece con un poderoso look andrógino con tatuajes y desnuda, tapando, eso sí, convenientemente las partes delicadas según la normativa. Es lo mismo que pueden ver sus más de 26 millones de seguidores en Instagram, donde acostumbra a compartir, tanto en actitud sensual como de mofa, fotografías en topless, aunque insertando digitalmente iconos de animales para tapar sus senos y evitar la censura de la red social.

Es Miley Cyrus. De la imagen angelical de Hannah a la ingobernable de la estrella del pop. Es la destrucción total de la inocencia infantil y el triunfo de lo irreverente, pero conviene señalarlo: en un mundo mediático hiperestimulado, comercial y banal. Porque su mayor conquista hasta la fecha es ser para muchos tan entretenida como la pornografía. Ella es más que probable que sea consciente de ello: acaba de anunciar su intención de dar un concierto nudista.

El cuerpo como reclamo

F. N.

La explotación de la sexualidad como alarde de poder en el pop es algo que ya legitimó, causando gran revuelo, Madonna en los ochenta. Desde entonces, son muchas las estrellas que lo utilizan como reclamo: Beyoncé, Shakira, Rihanna, Britney Spears, Christina Aguilera... Pero ninguna lo ha hecho con el arrojo de Miley Cyrus, que ha sido objeto de estudio en un curso de la universidad de Skidmore, en Nueva York. Hace tiempo que atenta contra lo políticamente correcto. Tras su noviazgo con el hijo de Arnold Schwarzenegger, reconoció su bisexualidad y fue pillada besándose con la modelo Stelle Maxwell. Pero son sus desnudos los que la ponen en el ojo del huracán. Ante la pregunta de qué pensaban sus padres sobre esa actitud, respondió: "Mi padre prefiere que enseñe el pecho y sea una buena persona".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_