¿Es que vamos a empezar de nuevo?
La foto del balcón del ayuntamiento de Barcelona, con dirigentes políticos peleando por colocar cada cual su bandera, resulta una imagen ciertamente grotesca
Para quienes vivieron la guerra de las banderas que durante tantos años amargó las fiestas a muchos vecinos de numerosos municipios de Euskadi y Navarra, resultará penoso contemplar por televisión o ver en los periódicos fotografías del espectáculo desplegado el día de la Mercè, patrona de Barcelona, en el balcón del Ayuntamiento de la ciudad. Su desagrado podría expresarse con la frase que encabeza este Acento.
En el País Vasco se hablaba en tiempos de “nacionalismo de ikurriña” para referirse a la expresión más superficial y folklórica de esa ideología. El actual nacionalismo catalán ha heredado la misma afición banderil. La fiesta de Barcelona, la ciudad más plural de Cataluña, fue vista como oportunidad para llevar al balcón municipal la estelada, bandera que últimamente ha desplazado a la senyera precisamente por haber sido esta legalizada como enseña oficial de Cataluña. Lo que la hace sospechosa.
Alfred Bosch pertenece al sector ilustrado de Esquerra, pero tiene cierta tendencia a sustituir los argumentos por acciones simbólicas. Así, durante sus años como portavoz de ese partido en el Congreso fue expulsado varias veces por su empeño en vulnerar el reglamento dirigiéndose a la Cámara en catalán. Ahora ha llevado su pedagogía por los hechos al balcón consistorial, intentando colocar una enseña identificada desde hace años con su partido, ERC.
Bosch pidió ayer excusas por su actitud de la víspera, reconociendo no haber estado acertado y lamentando “el revuelo” suscitado. ¿No era eso lo que buscaba? Y aunque no lo fuera ¿qué esperaba? Cuando el portavoz municipal del PP intentó responder a la iniciativa de Esquerra colocando una bandera española, fue abucheado. Una bandera de partido sí se puede; una apartidista, no. El presidente de todos los catalanes, Artur Mas, también estaba allí: con su estudiada media sonrisa de Final de Copa cuya traducción verbal podría ser: “no lo apoyo pero disfruto viéndolo”. El incidente ha sido recibido en la prensa catalana con “vergüenza ajena” y sensación de “ridículo”. La foto de la escena, con dirigentes políticos peleando por colocar cada cual su bandera, resulta ciertamente grotesca. Pero no cabe la equidistancia entre la provocación de Bosch y la respuesta de Fernández Díaz.
Este periódico publicaba ayer la foto del balcón en la página 17, y en la 28 la del presidente del Gobierno junto a la de Andalucía, Susana Díaz, socialista, y al alcalde de Cádiz, José María González, de una marca municipal de Podemos. Participaban en la inauguración del puente que une la capital gaditana con Puerto Real, una gran obra pública. La actitud de los tres, de ideologías tan distantes, es la propia de adversarios democráticos, no la de enemigos envueltos en sus respectivas banderas. No faltaron varios cientos de manifestantes protestando por no haber sido invitados a la inauguración y por la falta de respuesta al desempleo que afecta al 37% de los gaditanos. Pero ello no niega sino refuerza la imagen de pluralidad democrática que la foto refleja.
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