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MIRADOR
Columna
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La sonrisa

Un balcón también tiene un protocolo, unas exigencias: hay que satisfacer al pueblo, y el pueblo está ahora mismo en ese punto en que se deja satisfacer con gamberrada

Manuel Jabois

Una vez subí a un balcón a leer un comunicado. Me habían invitado a hablar después de una manifestación del No a la Guerra; yo de manifestaciones nunca fui mucho, pero soy de los que leen a gritos en la calle las guardias de la farmacia. Aquello ocurrió en el Ayuntamiento de Pontevedra y debajo había cientos de personas que esperaban mis palabras. Yo entiendo a Alfred Bosch, ¡cómo no lo voy a entender! Mirándolos a todos abajo, como en un concierto. Comencé mi discurso con la voz temblorosa, ejerciendo una pulsión melodramática, y acabé pegando unos gritos que yo pensaba que si esa noche no paraban los bombardeos ya no había nada que hacer. Tenía detrás a un concejal murmurando “Relax, relax” pero era algo entre los gobernantes del mundo y yo. Cuando acabé recibí lo que me pareció un aplauso, y si no me subí a la balaustrada y me tiré encima del público fue porque había unos montaditos de lomo detrás, para la organización.

Yo entiendo a Alfred Bosch. El vértigo que debe de producir estar en un balcón y pasar desapercibido. Un balcón también tiene un protocolo, unas exigencias: hay que satisfacer al pueblo, y el pueblo está ahora mismo en ese punto en que se deja satisfacer con gamberradas. Por eso aún mejor que Alfred Bosch entiendo a Mas, concretamente su postura: brazos cruzados, sonrisa condescendiente. El nacionalismo, o las ruinas de lo que fue en su día el nacionalismo catalán y hoy es ya la sana independencia, se ha hecho con una sonrisa. Para ciertas misiones es tan importante la propaganda como la sonrisa: no hay una sin la otra. La sonrisa de Mas en el balcón ante la estelada es la sonrisa de Mas en el palco ante la pitada; es imposible disociarlas porque se ríe de lo mismo: la grieta feliz que ha provocado en la sociedad y lo conmovidos que están sus muchachos, que tanto les da sacar lo que sea en el balcón si con eso se alimenta un poco el espíritu de la patria.

Hay algo más: ese pobre concejal del PP que, alarmado, saca la bandera española por aquello de la legalidad, un concepto puramente vintage ya. En ese balcón, ante esa rara afrenta de recordar que se representa a todo el mundo, se enfada Pisarello, un hombre al que le cuesta representarse a sí mismo, pero no hay novedades en la risa de Mas, que observa divertido el final de la obra. Para su proyecto es más prioritaria la incomodidad y jaleo de una bandera que la placidez y éxtasis de la otra. Consolidada la división, se irá a por los montaditos.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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