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CLAVES
Columna
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El final de la escapada

David Pla e Iratxe Sorzabal tienen derecho a un buen paquete que se habían ganado a pulso subiendo el escalafón de ETA militar

Jorge M. Reverte

Hoy ni siquiera tienen derecho a una portada. David Pla e Iratxe Sorzabal tienen derecho a un buen paquete que se habían ganado a pulso subiendo el escalafón de ETA militar sin derecho a ningún enchufe, porque lo suyo era una organización castrense, y ahí no valen los chanchullos, como pasaba en el ejército español en los años 20, donde algunos hicieron su espléndida carrera con algunos trucos. O sea, todo muy español. Muy español de la España de entonces, se entiende.

David e Iratxe es posible que, aunque hayan llegado tan lejos en la escala de mando de la banda, no tengan en su currículum ni media docena de cadáveres, lo que son pocos galones para tanta jerarquía. Uno más de los del grupo que gobernaba ETA, Josu Ternera, tiene él solito muchas decenas de muertos a la espalda, lo que se le ha quedado marcado en la cara, todo hay que decirlo. Y estos dos asesinos de segunda categoría van a dar a parar a una cárcel francesa, de las que no dan envidia ni a los presos del Congo.

En resumen, David e Iratxe, su detención, lo que hacen es certificar la desaparición de ETA, el final de una pesadilla que ha provocado la friolera de un millar de muertos, millares de heridos y muchísimas más historias atroces de miedo, de soledad y de humillaciones.

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ETA desaparece sin gloria, con sus militantes escondiendo su biografía y sus cuerpos pudriéndose en las limpias cárceles españolas o en los pestilentes zulos para delincuentes que Francia les fabricó.

El final de la escapada para aquel sueño ridículo pero trágico que el Che Guevara y Franz Fanon inspiraron a todos los seminaristas que algunos jesuitas convirtieron al nacionalismo.

De ese grupo de gente (varios miles a lo largo de los años) algunos se dieron cuenta a tiempo y quisieron rectificar el camino baldío de la sangre. Algunos de ellos lo pagaron caro con la vida, como Pertur o Yoyes. Otros con la libertad mutilada, como Onaindía o Teo Uriarte. Muchos cientos por el desconcierto de no saber a quien servían.

Muchos de ellos llegaron a ver el final patético de un sueño que ya no era de nadie. Por fortuna.

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