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Antonio Pedreira Andrade, una buena persona y un gran magistrado

El autor fue durante casi diez años compañero del juez que llevó el 'caso Gürtel'

Durante casi diez años me cupo el honor de compartir mis tareas judiciales con Antonio, Tony para sus amigos y sus familiares. En esos diez años de trabajo conjunto, aunque, a veces y por imperativo legal, debía él conocer de los recursos de mis resoluciones y yo de los de las suyas, tuve la bendición de compartir las tareas y la amistad desde el primer día con una persona cariñosa, bondadosa, recta, honesta, que pensaba y ayudaba a pensar.

Mi formación de jurista positivista, aunque impregnada de la querencia por la independencia judicial y la necesidad de hacer valer eso que la Constitución llama justicia desde sus primeras líneas como valor superior de la convivencia y de la paz social, me hicieron comprender en el trato diario con Tony que por encima de ideologías y de otras circunstancias de la vida están valores que compartimos todos los españoles, y las personas de bien o que intentan dormir todas las noches con el sentimiento del deber cumplido, en paz consigo mismas y con los demás. Porque él era un gran español, hombre con pensamiento social donde los haya y gran conocedor de las virtudes y de los defectos de los españoles.

Número uno en las varias oposiciones que aprobó en su vida, continuando su brillante trayectoria sus dos hijos, el juez y el profesor, que han heredado todo lo bueno que tenía su padre. No recuerdo haber discutido nunca con Tony, por supuesto no en lo personal, y tampoco en lo profesional, aunque los temas judiciales que nos tocaron vivir en esa época fueron de gran relevancia y repercusión social, llámense Gürthel, asuntos de aforados y apelaciones de juicios de jurado, temas de prevaricación de altos responsables políticos y de compañeros o de corrupción en sus variadas modalidades penales.

Tony era una persona por encima de un gran juez, pero esa gran persona que era no podía separarse de su actividad judicial. Tenía tal pasión por los libros y la cultura que su problema principal era de espacio, caminando su avidez por el conocimiento pareja a su sabiduría gallega. Porque él era gallego, de personalidad y de acento, pues, aunque llevaba viviendo muchos años en Madrid no había perdido un ápice su acento santiagués ni su carácter gallego, reservado, sabio, de pocas palabras, suaves y afables, pero contundentes, ni sus amistades gallegas. No podía decirse que fuera un gran autor castellano-gallego, como otro gran Pereira, ni que su segundo apellido que recordaba sagas de señoríos feudales gallegos a la manera del Conde de Lemos del Señor de Bembibre o de Gelmírez el eclesiástico de Santiago, se acompasara con su señorío, de señor y amigo de todos, no de feudal, de educado y dadivoso.

Su manera de tratar a todos, desde el máximo al menor en lo social, era la prueba más evidente de la convivencia sin arribismos, sin las consabidas características de los trepas o de los ambiciosos. Estoy seguro que Tony me echaría un rapapolvo supino, por primera vez, al leer estas líneas, porque él era todo lo contrario al estrellato, al protagonismo o al afán de aparecer permanentemente en el candelero o, como se dice ahora, en el candelabro. Pero lo siento, Tony, tengo que decir algo que tu llevabas muy a gala, pero con humildad, porque, además de sus profundas y arraigadas ideas sociales era un profundo católico, practicante y buena persona, alejado de ese fariseísmo e hipocresía que, a veces, quizá demasiadas veces por desgracia, vemos en otros que se dicen católicos. Esta mañana su hijo, el profesor, me dijo que su padre había fallecido ayer. Se va un amigo pero, sobre todo, una buena persona y un gran juez.

José Manuel Suárez Robledano es Magistrado y Consejero del Tribunal de Cuentas

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