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La política del miedo naufraga

La llegada de inmigrantes y refugiados no cesa por mucho que los europeos se empeñen en mirar hacia otro lado

Un helicóptero de la Marina italiana rescata a un superviviente de un naufragio
Un helicóptero de la Marina italiana rescata a un superviviente de un naufragioMARINA MILITARE ((AFP))

Un hombre pende de una soga en medio del mar Mediterráneo. Un helicóptero de la Marina Italiana acaba de rescatarle, pero otros 50 que viajaban con él han desaparecido. El naufragio de ayer es el drama migratorio nuestro de cada día. Ya son 2.000 los ahogados en el Mediterráneo este año. El día anterior, la policía griega se lió a porrazos y ráfagas de extintor contra una multitud sublevada, que pedía que les dejaran viajar al norte de Europa para solicitar asilo. “Queremos papeles, queremos comer”.

Eso sobre el terreno. En Bruselas, la pelea es por ver quién acoge a menos refugiados y por recortar los recursos y obligaciones de Frontex, la agencia europea de Fronteras.

Hace un par de días, el ministro de Exteriores británico dijo que “el nivel de vida de los europeos” está en peligro ante la supuesta llegada de “millones de africanos”. En el reino de la corrección política británica se armó un buen revuelo. El bienpensante The Guardian abrió a cinco columnas su edición impresa con las palabras de Philip Hammond. El ministro en realidad solo verbalizaba el miedo que impregna la política migratoria europea. El miedo a tomar decisiones que den alas a los rutilantes populistas y xenófobos, y el temor en definitiva a que sus votantes no les comprendan si abandonan la mano dura.

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Los que se asientan en Europa después de meses o años de travesía sí que no comprenden nada. Porque cuando en una oficina de las afueras de Estocolmo les dicen que su solicitud de asilo va a ser tramitado porque vienen de un país en guerra y la ley les protege, apenas les quedan fuerzas para alegrarse ni creer lo que les cuentan. Llegan arruinados y traumatizados después de cruzar Europa escondidos en trenes y en pisos patera, huyendo de los perros policía en medio de la noche. Después de haber invertido sus ahorros y los de su familia en pagar a los traficantes.

El joven universitario de Alepo sueña cada noche con las patrullas griegas. El chaval que desertó del Ejército sirio y casi muere de frío tiene aún la mirada perdida. No comprenden por qué la UE se empeña en negar la realidad, en mirar hacia otro lado condenándoles a travesías infernales como si así fuera a resolverse algo. Ellos saben que no, que lo único que consiguen es dificultar la integración de los que llegan en penosas condiciones para empezar una nueva vida y contribuir a su nuevo estado. Y que sus compatriotas van a seguir viniendo por muchos diques que erijan en el mar. Saben que no tienen otra opción.

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