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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por un pacto territorial para la cooperación y la solidaridad

No parece que la solidaridad siga siendo un valor crucial para ayuntamientos y autonomías

Se constituyen estos días en España nuevos equipos de gobierno en multitud de ayuntamientos y comunidades autónomas que se convertirán en la referencia más cercana de gestión política para nuestra ciudadanía. Desde la idea de que el ámbito de lo local es nuestra mayor y más directa escuela de democracia pero, sobre todo, desde la conciencia de que debemos promover sociedades más solidarias, justas e inclusivas, queremos llamar la atención sobre la relevancia de seguir construyendo y consolidando políticas públicas de cooperación en el ámbito municipal y autonómico. Ahora que son tiempos de pactos, nada más urgente que pactar por la solidaridad y por las personas que más lo necesitan.

Esta política no parte de cero, sino que se ha construido a través de un proceso conjunto de reivindicaciones ciudadanas, competencias administrativas, marcos legales y medidas políticas que deben salir reforzadas en tiempos de crisis, cuando nos hacemos más conscientes de las realidades de pobreza y exclusión con las que convivimos.

Se cumplen ya más de veinte años de las manifestaciones del 0,7% que consiguieron movilizar a nuestra ciudadanía en multitud de lugares, no por una demanda particular, sino por el convencimiento de que necesitábamos construir un mundo menos desigual y que todos y todas teníamos responsabilidad en ello. No creemos que esto haya cambiado y aunque ahora se alcen muchas voces argumentando que con la crisis no podemos destinar dinero a la cooperación, fue precisamente en una situación económica muy difícil cuando la ciudadanía española entendió que la solidaridad debía ser uno de los valores que guiase la conducta y las acciones de sus gobernantes.

No obstante, si analizamos el incumplimiento de muchos de los pactos regionales y municipales contra la pobreza, el cuestionamiento público de las políticas de cooperación, el desmantelamiento de oficinas y equipos destinados a esta materia, la cancelación de convocatorias públicas y la reducción drástica de los presupuestos de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), no parece que la solidaridad siga siendo un valor crucial para ayuntamientos y autonomías.

En términos de inversión, nos encontramos en mínimos históricos en cuanto a la cooperación descentralizada

De hecho, en términos de inversión, nos encontramos en mínimos históricos dentro de la cooperación descentralizada. Mientras que en 2008, la AOD de las comunidades autónomas suponía el 12,8% de la ayuda total española, en 2013 se colocaba prácticamente en la mitad, con el 6,8%. Igualmente, la media presupuestaria de estas comunidades pasó en estos cinco años de una inversión del 0,27% al ínfimo y preocupante 0,08% de 2013. A día de hoy, si atendemos a los presupuestos que se aprobaron en 2015, nos parece casi inalcanzable la cifra tan reivindicada del 0,7%, cuando tan sólo una comunidad —País Vasco— está por encima de un pobre 0,3% y otras 12 comunidades invierten menos del 0,1%.

Debemos acabar con esta tendencia y poner en valor la cooperación descentralizada como una de las señas de identidad de nuestra cooperación y como un proceso de construcción de ciudadanía desde lo territorial. El acercamiento a la realidad de países del Sur, el intercambio de experiencias locales y metodologías de participación, las prácticas de colaboración con gobiernos locales y políticas municipales, los años de trabajo en zonas y lugares específicos, el foco en los servicios sociales básicos y en la educación, así como la apuesta por fortalecer el tejido social de nuestros territorios a través del trabajo de las ONGD, son algunas de las características que han marcado la cooperación descentralizada y, sin duda, constituyen un proceso de aprendizaje y un camino recorrido que no debemos desaprovechar.

Desde la cercanía y el compromiso de nuestras administraciones locales hay que seguir trabajando por la mejora de las condiciones de vida de la gente, pero hoy tenemos un nuevo reto que nos requiere conectar esas realidades locales con demandas y propuestas más globales. Mejorar nuestra vida, es también mejorar nuestra conciencia del mundo y ser capaces de convertirnos en agentes de transformación que reclamen medidas concretas para nuestro entorno, pero también para el modelo de desarrollo que queremos para nuestro planeta.

Construir una ciudadanía glocal, responsable y activa debe ser uno de nuestros principales objetivos, de manera que podamos garantizar que en el futuro la responsabilidad de mantener una política pública destinada a las personas más desfavorecidas y a mejorar nuestro mundo, no sea un tema de discusión. Por este motivo hemos publicado desde Entreculturas el informe Comprometidos con el mundo desde nuestro territorio. El valor de la cooperación internacional de nuestros municipios y comunidades autónomas.

Es en tiempos de crisis cuando adquieren más importancia que nunca los programas dirigidos a luchar contra la pobreza

Para nosotros, es en tiempos de crisis cuando adquieren más importancia que nunca los programas dirigidos a luchar contra la pobreza, fortalecer los derechos fundamentales, promocionar el tejido asociativo, concienciar sobre los modelos sociales, económicos y/o culturales que generan desigualdad o potenciar el voluntariado y los valores solidarios frente a la idea de competitividad. El contexto actual precisa de redes de solidaridad que minimicen los impactos de la crisis, tanto en el ámbito internacional como a nivel nacional y local.

Ojalá esta idea se haga presente en cada una de las decisiones que tomen nuestros nuevos representantes políticos en el futuro inmediato.

José Manuel Moreno Domínguez es el responsable del departamento estudios e incidencia de Entreculturas.

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