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Tribuna
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De verdad, ¿qué quiere Tsipras?

Grecia vuelve a estar al borde del abismo, como en 2010 y 2012. El jefe del Gobierno puede vender las concesiones logradas como una victoria y emprender un ambicioso programa de reformas. Sin embargo, está perdiendo el tiempo

ENRIQUE FLORES

Ahora que las agotadoras negociaciones sobre la deuda griega se aproximan a su fin, la cuestión no es si esta vez se alcanzará un acuerdo, sino si verdaderamente va a remediar los males de Grecia. Porque, si no, lo único que habremos hecho será ganar algo de tiempo (muy caro) y pronto volveremos a estar igual.

Cuando, en 2009, Grecia anunció que su organismo nacional de estadística había declarado un déficit muy por debajo del real, se convirtió en el epicentro de una inmensa crisis económica. El país quedó apartado de los mercados financieros y no pudo refinanciar su deuda, por lo que no tuvo más remedio que pedir un enorme rescate e imponer un gran programa de austeridad de efectos devastadores.

La crisis griega no fue solo griega: dejó al descubierto los fallos del euro y se extendió a otros países. En todas partes, el precio de los rescates fue la austeridad. Pero, mientras que los demás países están superando o han superado sus dificultades, Grecia no. ¿Por qué? La respuesta a esta pregunta es fundamental para comprender la situación.

Además de ser el primer país afectado por la crisis, Grecia tenía varios problemas acuciantes. Debía reducir un déficit gigantesco, lo cual contribuyó a sus penalidades, y además la crisis reveló fallos políticos y económicos de fondo hasta entonces ignorados. Los acreedores infravaloraron esos obstáculos —además de cometer otros errores—, por lo que sus remedios fueron ineficaces, dolorosos y llenos de repercusiones desagradables. Las consecuencias políticas fueron el desmoronamiento del sistema de partidos y la llegada al poder de Syriza, una formación marginal de la izquierda radical.

El electorado se muestra dispuesto a aceptar que no se cumpla todo lo que le habían prometido

El sistema político griego era esencialmente corrupto tanto en la clase dirigente como en la base. No se trataba de un mero clientelismo de masas, sino que adoptaba varias formas, resumidas en la broma de que los dos grandes partidos, Nueva Democracia y el PASOK, eran los partidos del “gasto sin impuesto”. La sociedad prosperaba, pero la economía —junto a los déficits y la deuda acumulada— sufría una enorme pérdida de competitividad, reflejada en el espantoso déficit de la balanza comercial. Se dejaron sin resolver graves cuestiones. En 2001, el Gobierno socialista de Kostas Simitis no arregló el sistema de pensiones, tristemente famoso por la mala gestión y la falta de fondos, porque hubo una revuelta en el partido y manifestaciones masivas en las calles. Se dejó la herida abierta y hoy es uno de los puntos más controvertidos de las negociaciones.

Y esto nos trae al presente. Como resultado de la incertidumbre política generada por las elecciones anticipadas de enero de 2015 y las largas negociaciones posteriores, Grecia ha vuelto a caer en recesión. Las inversiones se han congelado, el superávit primario prácticamente ha desaparecido y la fuga masiva de depósitos (más de 30.000 millones de euros desde noviembre) ha dejado a la economía sin liquidez ni crédito. Como en 2010 y 2012, Grecia vuelve a estar al borde del abismo.

No teníamos que haber llegado a esto. La situación económica se había estabilizado y en 2014 el país había recuperado el crecimiento, un superávit primario y el acceso a los mercados financieros. Si Syriza hubiera tenido paciencia y hubiera esperado a las elecciones previstas en 2016, habría heredado una situación mucho más estable. Pero, siguiendo la tradición griega, provocó elecciones anticipadas, el mismo y fatal error de George Papandreu en 2009.

Alexis Tsipras ganó las elecciones con un agresivo programa antiausteridad y ahora debe cumplir. ¿Cumplir qué, exactamente? Prometió nada menos que el regreso a los buenos tiempos, pero eso es imposible. Entonces, ¿está abocado al fracaso? No necesariamente. Sus adversarios políticos están desacreditados y él es muy popular. Los sondeos de opinión indican que una sólida mayoría prefiere los acuerdos a las posturas inflexibles (a); el euro al dracma (b) y acabar cuanto antes con la incertidumbre (c). En otras palabras, el electorado está dispuesto a aceptar que no se cumpla todo lo que le prometieron. Al fin y al cabo, era una cuestión más emocional que material, y se ha obtenido cierta reparación de los sentimientos de humillación e impotencia. Tsipras podría vender las concesiones que ha logrado (en especial la rebaja de los objetivos de superávit primario) como una victoria, y emprender un ambicioso programa de reformas. Sin embargo, está perdiendo el tiempo. ¿Por qué? He aquí tres posibles razones.

Por más ayudas que reciba, la economía seguirá mal si no hay reformas profundas

(a) Un riesgo calculado. Tsipras está ganando tiempo para obtener el mejor acuerdo posible. Quizá, pero es improbable: Grecia está aislada en el Eurogrupo y ha agotado los buenos sentimientos. La opinión casi unánime es que las negociaciones fracasaron por amateurismo. La burbuja del ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, ha estallado, y él ha pasado de ser un factor positivo a ser un motivo de sonrojo. Tsipras sabe que el coste de obtener más concesiones hoy es prohibitivo.

(b) Política interna de partido. Tsipras está atrapado por su partido, incluido un amplio sector de inflexibles que creen que la vía al socialismo pasa por el dracma. Esta es la oportunidad ideal para deshacerse de ellos y reorganizar Syriza como un partido de centroizquierda, y quizá lo haga; pero todavía no está ahí, ya sea porque tiene dudas o (menos probable, pero también posible) porque, en el fondo, él también es partidario de la línea dura.

(c) Populismo. Según esta explicación, Tsipras es más un populista tradicional que un izquierdista radical, a imagen y semejanza de Andreas Papandreu, el Perón griego. En lugar de hacer la drástica transformación institucional que Grecia necesita, quiere gobernar el país de la misma forma paternalista e ineficaz que sus predecesores. Hasta ahora, su Gobierno se caracteriza por no haber hecho auténticas reformas, aliarse con un partido de extrema derecha, colocar en todos los organismos públicos a militantes poco cualificados y llevar a cabo reformas regresivas en la educación superior y otros ámbitos. No ha hecho nada para que la economía griega sea más competitiva. Tsipras solo finge hacer concesiones para seguir prolongando la situación de manera indefinida. Lo malo es que esa postura es incompatible con la permanencia en el euro. Sin unas reformas profundas, la economía griega seguirá yendo mal, por más ayuda que reciba. Las experiencias pasadas demuestran que dar un impulso fiscal a una economía sin reformas empeora aún más las cosas.

Todo esto significa que no vamos a saber qué quiere verdaderamente Tsipras, incluso aunque se llegue a un acuerdo en los próximos días o semanas. Si no cambia algo, la respuesta la tendremos seguramente en septiembre.

Stathis N. Kalyvas es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Yale.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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