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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Raíces corruptas

La detención de siete directivos de la FIFA obliga a refundar la organización

La escandalosa trama de corrupción destapada por la fiscalía de Estados Unidos, el FBI y la agencia tributaria estadounidense compromete gravemente la credibilidad de la FIFA, la federación internacional que gobierna desde 1904 los destinos del fútbol mundial. Siete directivos de la organización, muy próximos al presidente, Joseph Blatter, fueron detenidos ayer en Zúrich acusados de soborno, chantaje, fraude y blanqueo de dinero. Loretta Lynch, fiscal general de EE UU, fue clara y tajante al presentar las acusaciones: es una trama con “raíces profundas” que ha operado al menos durante 24 años. La conclusión es que el fútbol mundial ha vivido en un ecosistema corrupto durante las últimas dos décadas.

La espectacular redada de directivos rebasa el carácter de simple episodio, más o menos grave, en la historia de la FIFA. De entrada, confirma las persistentes sospechas de corrupción que han manchado las concesiones de los negocios adyacentes a la organización de los campeonatos internacionales; y, por supuesto, cuestiona hasta el tuétano la asignación de los Mundiales de fútbol a Moscú y Qatar. Hasta el punto de que una de las primeras disposiciones que debería tomar el nuevo equipo directivo (hay elecciones el próximo viernes, a las que, por cierto, se presenta Blatter) si quiere recuperar una brizna de la credibilidad perdida es revisar e investigar la designación de ambos Mundiales. Están bajo sospecha y no deja de resultar un mal síntoma que el portavoz de la FIFA ratificase ayer las dos citas.

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La detención masiva salpica sin excusas a Joseph Blatter. No es creíble que el presidente desconociera las raíces profundas de corrupción a las que aludió Loretta Lynch. Durante su mandato los gestores de marketing deportivo han sobornado a los directivos de la FIFA hasta el punto de que, en expresión del FBI, “los pagos ilícitos eran la forma de hacer negocio” en la organización. Incluso aunque no supiera nada, Blatter era y es el responsable. La decisión más lógica, por más que desde la organización se asegure que el presidente “no está implicado”, es la de dimitir. Que no implica aceptar culpabilidad, sino responsabilidad.

Tampoco es una sorpresa que el sistema de dirección de la FIFA —oscurantista, arbitrario, cerrado al exterior, servido siempre por los mismos mandarines constituidos, estos sí, en casta perenne— haya facilitado que se desarrollen tramas corruptas en su interior. El golpe de ayer, dirigido desde Washington, puede ser una oportunidad de cambio profundo. Elección abierta de los presidentes, concurso abierto de los negocios adjuntos a los Mundiales, auditorías independientes sobre las cuentas de la organización y limitación de mandatos podrían ser las bases de una renovación. Los 17 años de gobierno de Blatter en una organización federada (el presidente anterior, Havelange, estuvo 24) degradan cualquier elección a un compadreo entre cofrades.

No obstante, la renovación de la FIFA será imposible si no se actúa sobre la raíz, que son las federaciones nacionales. En este nivel las presidencias se eternizan, casi siempre como consecuencia de compensaciones, intercambios de favores o intereses comunes entre los clubes y quienes los representan. Loretta Lynch y el FBI han hecho su trabajo en la superestructura de la FIFA; las autoridades estatales tendrían que hacer lo mismo en los niveles de las federaciones nacionales. Así se evitarían presidencias eternas tan sospechosas como la de Ángel María Villar, que, por cierto, proclamó en voz alta, clara y entusiasta la “honradez” de la directiva de la FIFA. Solo por poner la mano en ese fuego debería dimitir. Al mismo tiempo que Blatter.

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