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Adiós a los edificios eternos

Nuevos materiales y la industrialización de la construcción cuestionan la permanencia de la arquitectura

Anatxu Zabalbeascoa
Espacio para jóvenes en Mérida construido por Selgascano.
Espacio para jóvenes en Mérida construido por Selgascano. IWAN BAAN

El arquitecto Enric Miralles -fallecido a los 46 años en 2000, cuando concluía el Parlamento de Escocia y era reconocido internacionalmente como el proyectista español de mayor talento- solía recordar que la permanencia es contraria a la existencia. A pesar de dedicarse a construir edificios, el autor del Ayuntamiento de Utrecht tenía claro que “cualquier construcción que ha sido capaz de sobrevivir al paso del tiempo solo puede ser una continua transformación”. Y, como en tantas de sus ideas, el tiempo parece estar dándole la razón.

La progresiva prefabricación de la arquitectura y la, parece ser que imparable, industrialización de la construcción están cambiando las reglas del juego y los plazos de cuanto se construye. “Ya nadie se plantea una arquitectura permanente”, opina la arquitecta Carme Pinós, que fuera socia de Miralles en su primera etapa. La autora del Caixaforum de Zaragoza se refiere a la vida de los prefabricados industriales que ella misma emplea en muchos de sus edificios. “Los materiales tradicionales precisan más tiempo. Vivimos en una cultura cortoplacista”, considera.

Así, ¿es la industria la que está cambiando la arquitectura o ha sido el cortoplacismo imperante en la sociedad actual lo que ha terminado por imponerse en la manera de construir? En Mérida, el estudio madrileño Selgascano –que este año levantará en Londres el famoso Pabellón de verano de la Serpentine Gallery- construyó un espacio para los jóvenes en el que el hormigón de las pistas de monopatín convive con el policarbonato de las aulas y el césped artificial del terraplén. El policarbonato está también presente en la vivienda que Mauro Gil Fournier e Irene Castrillo levantaron en Vinaroz (Castellón) para aprovechar el efecto invernadero y regular la temperatura con un sistema de ventilaciones e inercias destinado a que la vivienda “genere su propio clima”, aseguran.

Casa de Vinaroz donde se ha empleado policarbonato en la construcción.
Casa de Vinaroz donde se ha empleado policarbonato en la construcción.

Al policarbonato se le suele calcular una vida media de 20 años, algo menos si está muy expuesto al sol. ¿Qué sucederá después? ¿La llamada obsolescencia programada que nos lleva a consumir en lugar de reparar está llegando a los edificios? David Lorente del estudio de Sabadell (Barcelona) H Arquitectes, advierte que a él el plástico le pone enfermo. “Me hace sudar en cuanto lo veo”. Pero sin embargo asegura que si construye un invernadero para cultivar flores será ese el material que elija, “simplemente porque para eso es el óptimo. No lo estamos usando para hacer los cimientos. Si mañana se rompe, podremos cambiarlo por otro”.

En esa sustitución está la clave de la nueva construcción. Una cultura del mantenimiento -cambiar el policarbonato de la misma manera que se encala una fachada cada tanto o se pinta un edificio cada cierto tiempo- no tendría por qué alterar la calidad de la arquitectura. Sin embargo, quedan más dudas. ¿Qué huella dejarán en las ciudades todas estas arquitecturas de construcción rápida y efecto inmediato? Victoria Garriga, que trabajando en Irak ha aprendido a valorar la destrucción como parte del proceso constructivo, considera que “ser arquitecto es creer que el cambio es parte de la vida. También que se puede incidir en que este sea para mejor”.

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