Crecer con equidad
Consolidar el desarrollo requerirá abordar las carencias existentes a través de una nueva generación de políticas públicas
La historia de América Latina desde el inicio de este siglo es una historia de auge económico y social. Si bien es complicado hablar de la región como una sola ya que ésta es diversa y heterogénea, podemos decir que en general el buen desempeño macroeconómico se debe a una gestión prudente del déficit fiscal, de la inflación y de las políticas monetaria y cambiaria, junto con una creciente demanda y altos precios de las materias primas y los alimentos.
Durante estos años, el ingreso per cápita regional creció poco más de 37% —pasó de 10.000 dólares en los años noventa a poco más de 14.000 en 2013, con datos del Banco Mundial— y los gobiernos de la región destinaron un volumen creciente y progresivo del gasto a los sectores sociales, que alcanzó el 20% del producto interior bruto en 2013. Este volumen de gasto permitió llevar a cabo programas de pensiones no contributivas para la población carente de protección para el retiro, y de transferencias en efectivo a las poblaciones más pobres orientadas a la educación y la salud, que han beneficiado a cerca de 130 millones de latinoamericanos (Stampini, M. y L. Tornarolli (2012). The Growth of Conditional Cash Transfers in Latin America and the Caribbean: Did They Go Too Far?); es decir, el 24% de la población regional. Este escenario, ha permitido a América Latina lograr mejoras sociales sin precedentes. La desigualdad se redujo a una tasa media anual cercana al 1% (Lusting, N., L.F. López-Calva y E. Ortiz Juárez (2013). Deconstructing the decline in inequality in Latin America); más de 60 millones de latinoamericanos abandonaron la pobreza y casi 85 millones se sumaron a la denominada clase media, según datos del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS).
El entorno a que se enfrenta la región hoy es notablemente distinto y plantea retos nuevos para la consolidación de este auge económico y social. El descenso de la demanda externa y de la actividad en China, así como la disminución de los precios de materias primas han impactado en las tasas de crecimiento económico, que en promedio son hoy apenas superiores a 1% —cifras y proyecciones del Fondo Monetario Internacional—, en amplio contraste con la tasa media anual del 4% observada entre 2003 y 2013. La bonanza económica de la región, pues, se ha desacelerado aunque hay que subrayar que algunos países mantienen todavía tasas de crecimiento más cercanas al 4%, según los indicadores del desarrollo mundial publicados por el Banco Mundial.
Desde principios de este siglo más de 60 millones de latinoamericanos han abandonado la pobreza y 85 millones se han sumado a la clase media
La tendencia positiva de algunos indicadores sociales también se ha atenuado y, en algunos casos, retrocedido. Un estudio reciente de CEPAL —Panorama social de América Latina— mostró que la pobreza habría aumentado en dos millones de personas hacia 2014 y el Banco Mundial ha sugerido que el descenso de la desigualdad se estancó desde 2010, indicando que las políticas para la reducción de la pobreza y desigualdad, hasta hoy exitosas, pueden estar mostrando ya señales de agotamiento.
Este contexto acentúa los retos que afronta América Latina para consolidar a largo plazo el desarrollo alcanzado y promover la cohesión social. Las justas y crecientes demandas sociales y políticas en toda la región exigen sistemas de protección social mejores, la provisión de servicios públicos de calidad, oportunidades de trabajo decente y una mayor seguridad en las calles, unido a una mayor rendición de cuentas, mayor participación política y acceso imparcial a la justicia.
En este escenario el desafío fundamental consiste en mejorar las oportunidades de trabajo y hacer una verdadera revolución de la productividad, diversificando la matriz productiva, impulsando el emprendimiento y la innovación, mejorando la calidad de la educación y haciendo coherente la oferta de capital humano con las oportunidades de empleo.
Consolidar el desarrollo requerirá abordar las carencias existentes a través de una nueva generación de políticas públicas. Por un lado, tenemos que aprovechar la revolución del conocimiento mediante la inversión en educación, ciencia y tecnología, necesaria para aumentar la productividad —el motor detrás del círculo virtuoso de crecimiento sostenido, desarrollo y equidad—. Por el otro, necesitamos fortalecer la capacidad institucional del Estado para avanzar en políticas sociales y laborales que reduzcan la informalidad, integren a las pequeñas y medianas empresas a la corriente más dinámica de la economía y generen políticas fiscales que garanticen la disponibilidad de ingresos para que la revolución productiva encuentre un equilibrio entre el Estado y el mercado.
Estoy convencida de que la apuesta de América Latina a medio y largo plazo será continuar reduciendo la pobreza y la desigualdad aprovechando el talento de sus ciudadanos, especialmente de la generación de jóvenes más cualificada que nunca antes haya tenido la región. No habrá una fórmula igual para todos, como dijimos antes Latinoamérica se caracteriza por su enorme diversidad en lo económico, social e institucional —y en este espacio tan rico y tan plural cada país sabrá encontrar la fórmula adecuada y propia para responder a las legítimas aspiraciones de sus hombres y mujeres—.
Sé que América Latina es capaz de afrontar estos desafíos con éxito y estoy convencida también de que desde el espacio Iberoamericano en el que apostamos por la cohesión social, la cultura, la educación y la innovación podremos hacer una aportación real a ello.
Rebeca Grynspan es secretaria general Iberoamericana.
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