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Queremos ser niñas Víctimas del machismo, tradiciones y falta de oportunidades, alzan la voz para que no les roben la infancia y el futuro a las siguientes generaciones de mujeres. Por ALEJANDRA AGUDO Ana Cecilia R. es, a sus 18 años, estudiante de Derecho en Paraguay, su país. Su historia podría ser la de cualquier joven de su edad, pero no lo es. "Soy de una comunidad rural, con pocos recursos y menos oportunidades. Eso no quiere decir que no pueda hacer muchas cosas". Solo el 20% de los jóvenes de su región, Caaguazú, accede a la educación secundaria, explica. Los que se quedan atrás son, en su mayoría, niñas. Ella no, gracias al apoyo y formación en derechos de la organización, a la que se vinculó hace cuatro años. Hoy, es ella quien colabora para "capacitar económicamente, en autoestima y empoderamiento a las mujeres". Nafissatou S. A., nigeriana de 17 años, tenía 13 cuando su mejor amiga, Zourea, dejó de ir a la escuela. "Me dijeron que estaba en el hospital dando a luz a su bebé". Días después, se volvió a interesar por ella. "Había muerto en el parto. El bebé también. Me di cuenta que yo era como ella, tenía su edad. Podría haber sido yo. Entonces decidí hacer todo lo que pudiera para no tener que casarme, seguir asistiendo a clase y trabajar duro". Se siente una chica con suerte porque sus padres le apoyan en esta decisión, no está entre el 75% de las menores nigerianas que ya están casadas. Gracias a sus buenas notas, de las mejores de su región, el Gobierno le costea sus estudios en Contabilidad, que compatibiliza con su labor en el Parlamento de Jóvenes de Níger. Jenniffer R. C. (Ecuador, 17 años) no se anda con rodeos al contar su historia. "Desde pequeña he visto golpes e insultos en casa. Me fui con mi tía, que me trataba mal. Volví a casa de mi madre y el esposo que ahora tiene intentó abusar de mí. Ella no me creyó cuando se lo conté, a mí que soy su hija". Se emociona y repite: "Soy su hija". Por eso, a los 14 años se fue de casa y se casó. Él tenía 18. "Con 15, tuve una hija. Mi marido me golpeaba y mi suegro, voluntario de Plan, le dijo que si me pegaba más le denunciaría. Ahorita me trata bien y me apoya". Sonríe. "Estoy aquí para dar un consejo a las chicas que se quedan embarazadas: que sigan estudiando. Yo quiero ser abogada para ayudar a las mujeres. No a una, sino a todas. No me gusta ver el maltrato". "Violencia es que te digan que no vales nada". A Lupita, guatemalteca de 16 años, no le gusta que las niñas, por el hecho de serlo, sean "violentadas sexual, física y emocionalmente". "No las dejan expresarse libremente", se queja. No es su caso. Habla rápido y con seguridad sobre los derechos de las mujeres. Unicamente baja la voz y dubita para contar que ella ha sido víctima de violencia. "Solo cuando mi papá llegaba borracho", aclara escueta. Por eso, cree que la discriminación solo se erradicará "educando a padres e hijos. Pero los maestros sienten vergüenza de enseñar sobre equidad de género". Por su parte, ella ya ejerce de orientadora de adolescentes. "Tengo 15 que me escuchan. Nos contamos nuestras experiencias. Otras no quieren participar y algunas acabarán yéndose con hombres malos". Ella no. Sherin A., de Bangladesh, tiene 16 años y está soltera. Consiguió que sus padres pospusieran el matrimonio que habían acordado con su primo, cuando ella tenía 12 y él 21. Tuvo que pedir ayuda a una ONG para que les convencieran porque ella quería estudiar. "Quiero ser arquitecta, como mi tío. Quiero ser como él", dice. Sherin no tiene inconveniente en casarse con aquel que sus progenitores elijan para ella: "Si elijo yo a alguien, me puedo equivocar. Ellos tienen más experiencia y harán una mejor elección". Pero eso sucederá cuando haya finalizado su formación. "Ahora no. El matrimonio infantil debe parar porque dejas de ir a la escuela, te quedas embarazada, te tienes que quedar en casa y no puedes hacer lo que quieras, como estudiar". Halaa H. (Egipto, 14 años) escuchó hablar de la ablación por primera vez cuando era "pequeña" porque una de sus vecinas había muerto en la operación. "Años después comprendí lo que era y le dije a mi familia que yo no quería ser mutilada". Su madre se resistía a aceptar su decisión porque la comunidad no lo iba a entender. Por su cuenta, Halaa buscó consejos en trabajadores sociales en su comunidad para que le dieran los argumentos para convencer a sus padres. "Al final pude decir no a una tradición que menoscababa mis derechos", dice orgullosa. Ahora, habla con sus amigas para que también se nieguen. "Y tenemos que trabajar con los padres y movilizar a mucha gente para que la ablación pare".