Las consecuencias del ébola: mata, destruye y arrasa sociedades pobres
En el contexto de la epidemia, la mortalidad por otras enfermedades también aumenta El miedo se transforma en pánico y deshumaniza a la población
La primera vez que fui a trabajar a Sierra Leona fue en el año 1991. Esa primera experiencia superó con mucho mis expectativas como pediatra en África (la mortalidad infantil estaba cifrada en aquel momento en Sierra Leona en 257 por cada 1.000, actualmente es de 182). Desde entonces me he mantenido unida al Hospital Saint John of God de Mabesseneh, con el que en 2005 se hermanó el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, potenciando la cooperación entre ambos centros a través de proyectos asistenciales y programas de docencia, siempre con la misión común de reducir la morbi-mortalidad materna e infantil.
A pesar de los más de 20 años que han transcurrido, en muchas ocasiones cuando estoy en el hospital de Saint John of God, tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido: en las áreas rurales de Sierra Leona, la mortalidad por malaria sigue siendo muy alta; el conocimiento de la población sobre los síntomas de las enfermedades y cómo actuar delante de ellos es escaso; las redes mosquiteras, introducidas con éxito en otras poblaciones africanas, todavía no se utilizan habitualmente; los niños siguen llegando tarde al hospital y con cifras de hemoglobina con las que prácticamente es imposible mantenerse vivo.
Cuando hace cinco meses se anunciaban los primeros casos de ébola confirmados en Sierra Leona, el hospital Saint John of God nos solicitó ayuda y el equipo del hermanamiento en Barcelona tuvo una rápida respuesta, en cooperación con otras organizaciones que trabajan en Mabesseneh, especialmente Globolab de Alemania, con la que nos complementamos en la ayuda. Asesorados por Médicos Sin Fronteras, enviamos equipamiento para el aislamiento, material de protección y vídeos de formación, pero el esfuerzo no tuvo los resultados esperados. La epidemia se extendió y llegó en junio a Mabesseneh, población situada a unos dos kilómetros de la ciudad de Lunsar (distrito de Porto Loko, al norte del país). Pese a que el virus se confirmó en un paciente que había ingresado como sospechoso en el hospital, los resultados fueron contradictorios, con un último test negativo, y el ébola entretanto hizo su trabajo de amplificación. Las consecuencias: un hospital vacío, personal sanitario contagiado, miedo, pánico y, al final, ocho muertos entre nuestros trabajadores… Después, el cierre del centro, cuarentena y desinfección.
Sin un centro hospitalario al que acudir, ¿a dónde van las personas enfermas, a quién consultan, qué medicamentos toman?
Sin un centro hospitalario al que acudir, ¿a dónde van las personas enfermas, a quién consultan, qué medicamentos toman? Ya antes de la cuarentena, la población, aterrorizada, había dejado de ir al hospital. Habitualmente en esta época, final de las lluvias, el servicio de pediatría está lleno, y en cada una de las 40 camas hay dos o tres niños. Antes del cierre, sólo había cuatro niños ingresados en el hospital. ¿Dónde están los demás? No van al hospital; algunos creen que en los hospitales te inoculan el virus, otros tienen miedo al contagio, miedo a que los envíen al hospital de referencia para ébola en Kenema, a que los separen de sus familias o, en el peor de los casos, a morir y no tener la posibilidad de realizar los ritos mortuorios según sus creencias, la mayoría animistas.
El ébola no sólo mata por la propia infección, sino que en el contexto de la epidemia, la mortalidad por malaria, diarrea, infecciones respiratorias, etc. también aumenta. A ello se añade que, cuando se pone en cuarentena a una población, los suministros no llegan y los transportistas se niegan a viajar a lugares que han estado aislados, al tiempo que la población no produce, por lo que la hambruna puede también acrecentarse. Y el tejido social también se resiente. Las dos primeras enfermeras contagiadas en el Saint John of God huyeron al saber que lo estaban: una fue encontrada en su casa; la otra huyó a la capital, Freetown, y finalmente murió. Por el camino, no sabemos cuántos se contagiaron. Otra enfermera sana, que continúa trabajando en el hospital, me explicaba que fue a visitar a su hermana y esta le prohibió entrar en su casa. El miedo se transforma en pánico y deshumaniza a la población. El día que se abrió el hospital tras la cuarentena, un hombre con una obstrucción intestinal, que evidentemente no había podido ser intervenido, murió en la entrada del centro. Nadie se acercó, nadie lo cubrió, casi nadie siquiera lo miró. Podía tener ébola, una enfermedad que mata mucho más de lo que transmiten los números.
El blog Programa d’Agermanament amb Sierra Leona, del Hospital Sant Joan de Déu, ha hecho un seguimiento exhaustivo de la epidemia en Sierra Leona desde su inicio.
Victoria Fumadó es Directora técnica de la fundación África Viva, investigadora adscrita a la Iniciativa de Salud Materna, Infantil y Reproductiva de ISGlobal y responsable de la Unidad de Enfermedades Infecciosas e Importadas del Servicio de Pediatría del Hospital Universitario Sant Joan de Déu.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.