La maestra del “sí se puede”
Ser maestra de un barrio marginal de Bogotá no es fácil. El gran reto de esta profesora es desterrar el pesimismo de alumnos con un futuro poco prometedor
Con los años, Consuelo Pachón descubrió que de nada servía andar regañando y censurando constantemente el comportamiento de sus alumnos. Se estrenó hace 22 años como profesora del colegio García Márquez, en Altos de Cazucá, un barrio a las afueras de Bogotá (Colombia). “Cuando vi la escuela, exclamé: ‘Ay virgen santísima”. Entonces no tenía paredes de ladrillo, baños o sillas. Los niños se sentaban en cajas de fruta.
“En la universidad no te enseñan a lidiar con esto”, asegura. Poco a poco, se fue dando cuenta de que era mucho más valioso el refuerzo positivo que las riñas. “Están acostumbrados a que en su entorno, en sus propias casas, les digan que no van a ser capaces de hacer cosas. Nosotros tenemos un grito: ‘Sí se puede’. Cuando un alumno dice que no consigue algo, el resto le corea la consigna”, explica por teléfono en un receso de su clase.
El entorno al que se refiere es el de un barrio habitado en su mayoría por familias desplazadas por el conflicto armado colombiano, guerrilleros desmovilizados y personas que emigraron buscando empleo a una zona carente de infraestructura, donde se fueron asentando en el terreno que encontraban disponible, sin suministro eléctrico, saneamiento ni agua corriente. Este contexto da lugar a entornos familiares muy desestructurados, donde en muchas ocasiones es la mujer, sola, la que tiene que hacer frente al cuidado de los hijos (habitualmente dos o tres) y sacar la casa adelante. “Yo tengo aquí alumnos que los está cuidando el hermanito de ocho años, por ejemplo. La misma situación económica es la que obliga a que mamá y papá tengan que ir a trabajar y no dediquen tiempo al niño”, explica Pachón. Ante eso, algunos profesores que llegan a la escuela deciden irse “asustados”. “En realidad si conoces a la gente, si haces por ellos, es seguro. Yo llevo 22 años y nunca me pasó nada”, cuenta.
La escuela, construida por la Fundación Pies Descalzos, una de las organizaciones a través de las que Ayuda en Acción trabaja en Colombia, ha cambiado mucho. “Ya tenemos paredes de material, hemos sustituido las letrinas por baños, hay sillas y mesas para todos, aunque las calles del barrio siguen siendo de pura tierra”, relata la profesora, que llegó por casualidad a esa esquina de Bogotá y acabó implicándose con ella por encima de lo profesional: “Tengo 58 años y dentro de poco me jubilarán, pero cuando lo haga no quiero quedarme parada, deseo seguir trabajando por la comunidad”.
Pachón imparte ahora clases a algunos hijos de sus primeros alumnos. La situación en muchos casos sigue sin mejorar. “Padecen una realidad económica deprimete y es frecuente que vengan sin desayunar. Ante esto, intentamos compartir. Si yo tengo algo en mi casa, meto en la maleta una frutica para el que no trajo nada. También trato de hablar con los papás para que les echen alguito”.
La profesora ve con orgullo cómo muchos de sus alumnos han prosperado, tienen trabajos, o, al menos “no se perdieron en el vicio”. Pero sabe que muchos otros no pudieron superar los condicionamientos de su entorno y acabaron enredados en grupos delictivos o incluso están ya muertos. “Siempre les pregunto a mis alumnos: ¿Qué prefieren, vivir una buena vida o acabar en el hospital o la cárcel?”.
Son dos futuros plausibles para cualquiera de los preescolares que ahora alecciona con el espíritu positivo del “sí se puede” y que, al menos, tienen una escuela a la que acudir. En el mundo hay 58 millones de niños que “no saben lo que es la vuelta al cole”, según la ONG. Ayuda en Acción, que ha puesto en marcha la campaña Responde a Migo para concienciar sobre este problema.
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