Donde la evacuación no es un juego
Ningún niño palestino o israelí debería vivir bajo ataques, evacuaciones, ni conflictos militares
En la planta baja de mi edificio hay dos niñas de unos seis años sentadas en el suelo, se ríen mientras meten con prisa sus cosas en las mochilas. Intrigado, les pregunto a qué juegan. Me dicen que el juego se llama “evacuación”. El corazón se me hunde en el pecho. Estas niñas no deberían conocer el terror de una evacuación, aunque ya es el tercer conflicto militar que viven. Estas niñas aprendieron nociones básicas de supervivencia en conflictos antes incluso de aprender el abecedario.
También para mí esta es la tercera gran escalada de violencia que vivo en Gaza desde 2008, sin embargo, esta vez es completamente diferente. Es más aterrador, el panorama es incluso más desolador y la lista de bajas, sobre todo de niños, crece a un ritmo mucho mayor.
Escribo esto a las dos de la madrugada confinado en mi apartamento, con mi familia. Estamos despiertos desde las siete de la mañana. Dormir es imposible.
Aunque las calles cercanas están envueltas en un silencio espeluznante, hay ruidos constantes. Como zumbidos de abejas, los drones vuelan alrededor, y se oyen los golpes aterradores de las bombas al chocar contra el suelo y explotar en edificios próximos. También se escuchan gritos ocasionales que se entremezclan con los sonidos de cristales rotos. El aire afuera es denso, el humo acre está lleno de restos de explosivos. Los edificios vibran y tiritan con cada bomba.
Al margen de pequeños y rápidos viajes para conseguir más comida, no he podido salir del apartamento en días, me siento como un prisionero aquí. La situación es cada vez más desesperada.
Gaza es una ciudad llena de edificios de apartamentos, sólo tenemos electricidad durante tres horas al día y sin ella no hay manera de hacer subir el agua a las casas. La mitad de los servicios de agua se han interrumpido debido al daño que han sufrido las infraestructuras por los bombardeos, y las casas se están quedando sin reservas del vital líquido. Además, al menos 85 escuelas y 23 instalaciones médicas han sufrido daños por su proximidad con los objetivos de los ataques, y muchos otros colegios están siendo usados como refugio para los que han huido de sus casas.
Todo esto en una ciudad donde el 80% de la población dependía de la ayuda humanitaria antes de que estallara el conflicto.
A veces lo único que podemos hacer es bromear, aunque suene macabro. La última ofensiva en 2012 fue en invierno y entonces les contamos a nuestros niños que las bombas eran en realidad rayos y truenos. Pero ahora, ¿qué podemos decirles? Es verano. También nos reímos sin ganas y nos decimos que quizá sea el momento de contarles a los pequeños la verdad. El miedo que tengo crece cada día, sobre todo por el impacto que tendrá sobre ellos.
¿Cómo van a crecer? Cuando las bombas caen como la lluvia, ¿cómo van a ver la paz? Para muchos niños de ambos lados la vida que tienen ahora es lo normal, y esto es una tragedia.
Para Save the Children —que opera en Gaza desde 1973— el reto es enorme. Y nuestro personal muchas veces se pone en peligro para ayudar. Hace unos días, dos de los trabajadores arriesgaron sus vidas al ir a nuestro almacén para conseguir material médico y llevarlo a un hospital que se estaba quedando sin reservas.
Son actos heroicos como este los que ayudan a que los hospitales sigan funcionando. Los hospitales deben tener acceso a los equipos y medicinas que necesitan para tratar al número cada vez mayor de enfermos y heridos.
Save the Children quiere distribuir 2.500 equipos de higiene y otros 2.500 de recién nacidos en los próximos días. También abrirá un espacio para niños tan pronto como sea seguro hacerlo, que proporcionarán a los críos un apoyo psicosocial fundamental y un lugar donde olvidarse de todo lo que están viviendo.
Pase lo que pase, continuaremos proporcionando servicios vitales a los niños y a sus familias en ambos lados del conflicto, pero la violencia debe detenerse. Save the Children está pidiendo un alto el fuego y el fin de la violencia que ha causado un inmenso sufrimiento a los pequeños y sus padres. Más allá de un alto el fuego, sabemos que solo un acuerdo negociado entre ambas partes traerá un cambio a largo plazo, incluyendo el fin del bloqueo en Gaza.
Ningún niño —palestino o israelí— debería tener que vivir bajo ataques, evacuaciones ni conflictos militares, ni mucho menos haber vivido ya tres, como las niñas de mi edificio. Por la infancia, detengamos la violencia.
Osama Damo es miembro del equipo de Save the Children en Gaza.
Save the Children trabaja de forma independiente e imparcial en todo el mundo, allí donde hay necesidades. La ONG trabaja en Gaza y Cisjordania y, como organización global, se preocupa por el bienestar de los niños en ambos lados del conflicto.
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