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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una campaña miserable y miedosa

La abstención puede hacer que proclame su victoria en las europeas quien alcance un roñoso 13% del censo

Soledad Gallego-Díaz

La campaña para las elecciones al Parlamento Europeo del próximo día 25, las más importantes de la historia de la Unión, ha arrancado en España con una absoluta falta de vigor, que no es casualidad, sino que corresponde seguramente a la intuición compartida por los dos grandes partidos de que la reactivación del voto podría terminar por incrementar las opciones de terceros grupos políticos, algo que les inquieta, miserablemente, por encima de cualquier otra consideración.

Así que, según el último sondeo del CIS, la victoria en las elecciones europeas la podría proclamar quien alcance el apoyo de un 13% del censo, aproximadamente. Se presente como se presente, se trata de un escenario político desdichado.

Según el CIS, ese escenario favorece además, ligeramente, al PP, al que basta movilizar una parte de su electorado más fiel para sacar una pequeña diferencia al PSOE. Si ese fuera el resultado final, colocaría la debilidad socialista en el centro del debate, porque significaría que los populares habrían estado sobrados con un resultado roñoso. Y que los dirigentes socialistas, prostrados por una desnutrición intelectual notable y también por una alarmante escasez de recursos económicos, desmovilizan a raudales a sus simpatizantes, debatiéndose entre el pánico a la fragmentación electoral y a la radicalización propia, por un lado, y la amenaza de la irrelevancia política prolongada, por otro.

Está bastante claro que el resultado de estas elecciones europeas puede tener más consecuencias internas que convocatorias anteriores

Las elecciones europeas dan por cerrado el excepcional periodo de inactividad electoral del que ha disfrutado el PP desde su llegada al poder. Dos años sin tener que acudir a las urnas ha sido la mayor ventaja de la que se ha beneficiado Rajoy. La puerta se abre a partir del 25 para encadenar dos procesos electorales vitales: las elecciones municipales y autonómicas de primavera de 2015 y las generales, en invierno del mismo año.

Es muy pronto para aventurar conjeturas, dada la incertidumbre económica (muy superior a la que se nos induce a creer) y a los imponderables judiciales, especialmente sobre el alcance de la corrupción en el PP. No es que los casos de corrupción que afectan al PSOE (sobre todo en Andalucía) no tengan repercusión política. La tendrán. Pero las decisiones judiciales respecto al PP pueden terminar alcanzando al presidente de Gobierno en ejercicio, y eso reviste un peso cualitativo muy especial.

Aunque sea demasiado pronto, está bastante claro que el resultado de estas elecciones europeas puede tener más consecuencias internas que convocatorias anteriores. Primero, porque una derrota socialista dejaría al actual equipo dirigente bastante incapacitado para influir en las primarias de octubre. Segundo, porque esa incertidumbre respecto al rumbo que tomará el PSOE despierta las alarmas de un sistema económico-político que desea por encima de todo estabilidad.

Por eso se ha lanzado ya el debate (bastante inoportuno para el PSOE) sobre una hipotética gran coalición poselectoral en 2015. Porque nadie cree que uno de los dos grandes partidos (no con ese porcentaje de voto sobre censo) sea capaz de gobernar en solitario y porque las posibles alianzas se han reducido al desaparecer del escenario los partidos nacionalistas, implicados ahora en objetivos soberanistas. Quedarían, pues, a la vista coaliciones multipartidistas con grupos políticos con UPyD, Izquierda Unida y otros más pequeños, lo que llevaría a alianzas más inestables. Así pues, a quienes priman la continuidad y la permanencia en un Estado sobre cualquier otra virtud solo les cuadra la Gran Coalición; perfecta, según calculan, para afrontar una reforma sin riesgo de la Constitución que satisfaga en parte a los soberanistas catalanes sin coste electoral propio.

Se trata de puros ejercicios teóricos, porque no es posible aventurar la evolución del electorado y porque esos ejercicios tienen impacto sobre la opinión pública, que puede reaccionar en sentidos distintos. Nada peor para la democracia que pensar que unas elecciones no pueden producir cambios. Nada peor que unos ciudadanos que perciben que su voto no puede provocar alternancia en el poder.

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