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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

'Breaking bad' en Toledo

Como el protagonista de la serie televisiva, un falsificador de billetes robaba miles de euros gracias a las esmeradas copias que salían de su laboratorio clandestino

SOLEDAD CALÉS

Este falsificador tiene una edad —60 años— similar a la del protagonista de Breaking bad y su trabajo es tan delictivo y excelso como el de aquel, llamado Walter White. La falsificación de billetes que este hombre realizaba en su laboratorio clandestino de Toledo era tan precisa que costaba cierto trabajo distinguir sus billetes de los de curso legal. La textura, las marcas de agua, las tintas y hasta el secado artesanal convertían sus falsos billetes en obras dignas de alguna admiración; de ahí que la policía le bautizara como el artista.

Especialista en artes gráficas, el falsificador de Toledo, como White, ha puesto sus conocimientos al servicio del crimen con tal de hacer dinero, aunque resulta paradójico saber que era capaz de poner en el mercado cada año hasta 900.000 euros —falsos, por supuesto— y seguir viviendo con cierta modestia. Una treintena de personas se encargaban de hacer circular sus obras en zonas comerciales muy concurridas o centros de ocio con poca luz; un detalle humillante para su probada habilidad.

Del artista no hay tantos datos personales como de White. ¿Estaba enfermo? ¿Terminó convenciendo a su esposa para que se introdujera en el círculo mafioso o fue ella la que le empujó? ¿Fue antes un honrado profesional o siempre formó parte del hampa? Pero la cuestión más relevante, ahora que está en la cárcel con su mujer, es saber si ha quedado en la calle algún aprendiz aventajado capaz de montar un taller similar y de seguir dándole a la máquina de billetes falsos como lo hacía el de Toledo, uno de los mejores falsificadores de Europa, según la policía.

Cuestión relevante esta porque, a pesar de ese halo de secreta complacencia que rodea a estos artistas, su trabajo consiste simple y llanamente en robar y sus víctimas se cuentan por cientos de miles. Suelen ser ciudadanos de a pie, algunos con muy poca fortuna, que creen llevar 50 euros en el bolsillo y, de pronto, descubren que portan un papel sin valor alguno. El resultado es la mirada de desconfianza de la persona que iba a recibir el billete, la mala conciencia de haberse planteado —aun por un instante— en cómo colárselo a otro y, en definitiva, la pérdida de un dinero ganado honradamente.

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