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Tribuna
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Energía: una buena oportunidad para Europa

Una estrategia energética baja en carbono permite activar inversiones

 El nuevo plan de energía y clima de la Comisión puede facilitar fuertes inversiones privadas, pero solo si los líderes europeos acuerdan con claridad los pasos necesarios para acelerar una estrategia de crecimiento baja en carbono.

La propuesta, hecha pública el 22 de enero, incluye avances en la política europea hasta 2030, como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero del 40% con respecto a 1990, un objetivo común para que, al menos, el 27% de la energía europea proceda de fuentes renovables; y reformas para mejorar el sistema de comercio europeo de emisiones.

Medidas todas ellas bienvenidas, que confirman la continuidad del compromiso europeo contra el cambio climático. El plan aportará importantes beneficios a todos los países de la UE. Pero necesitamos hacer muchas más cosas para generar un entorno adecuado capaz de acoger las grandes inversiones que requiere una economía baja en carbono.

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Los líderes europeos deben respaldar a la Comisión en la cumbre de marzo pero deben, además, abordar otros aspectos clave para facilitar la transición a una economía baja en carbono, como, por ejemplo, la rápida sustitución del carbón por el gas, el impulso de grandes redes eléctricas inteligentes y un marco de apoyo decidido a la eficiencia energética.

Europa se enfrenta a grandes retos económicos: un cambio profundo en las características de la demanda; un riesgo real de dualización social en función de los ingresos y las posibilidades de acceso a bienestar; la amenaza de un paro estructural creciente, y una menor capacidad para importar materias primas —incluidas las energéticas tradicionales— a un precio razonable.

Si algo nos ha enseñado esta crisis es que las respuestas de corto plazo se convierten en hipotecas a largo

Estos retos deberían motivar una fuerte voluntad política compartida en torno a una agenda positiva en política económica, orientada a incentivar inversiones en un proyecto común. Europa necesita una industria competitiva, pero es necesario hacer una correcta valoración de las dificultades y oportunidades que ello supone. Para tener éxito, se requiere una política común y equilibrada de transición energética hacia un modelo bajo en carbono, eficiente y con costes asumibles.

La importación de bienes energéticos equivale al 3,2% del PIB de la UE; más de cuatro veces el total del déficit comercial. Hogares e industrias se ven lastrados por una factura energética dependiente, sobre todo, de los precios de los combustibles fósiles. Un coste que no ayuda en absoluto a resolver los problemas de déficit ni a generar crecimiento.

Este fue el análisis que sirvió de telón de fondo para acordar las principales orientaciones de una estrategia común en su momento. Poco después nos vimos sacudidos por la revolución estadounidense del gas de esquisto. No obstante, conviene valorar su incidencia con cierta perspectiva. EE UU seguirá siendo un importador neto de petróleo; y para su industria, la energía es un coste significativo, pero no el más relevante —piénsese que el 60% de la industria manufacturera estadounidense paga más por los seguros sanitarios de sus empleados que por el coste total de la energía consumida—. A pesar de todo, no parece que el gas de esquisto vaya a ser la panacea de la economía y la industria de EE UU.

Sería un gran error pensar que este pueda ser el gran vector de cambio energético en Europa. Las prospecciones iniciales sugieren que la geología es distinta, encareciendo el producto. La propiedad del suelo y la densidad demográfica también difieren, haciendo la aceptabilidad social más difícil. Los retos energéticos europeos no serán resueltos gracias a este combustible, incluso aunque pueda potencialmente ayudar a países como Polonia, altamente dependiente del carbón y del gas ruso. Las estimaciones más optimistas indican que el potencial doméstico podría llegar a cubrir entre el 6 y el 10% de la demanda de gas. La eficiencia energética y el uso de fuentes domésticas no emisoras permiten garantizar la seguridad energética.

Sin embargo, el temor a la fragmentación y a respuestas nacionales incoherentes se dispara en un escenario de inacción o acción tardía a escala europea. Precios mínimos unilaterales y subsidios nacionales en función del interés local, que casan mal a escala continental, son algunos ejemplos de lo que puede llegar a ocurrir.

Con una visión compartida y coherente, los Gobiernos y la industria podrán planificar y ejecutar las medidas necesarias en infraestructuras, gestión y regulación para lograr un sistema energético eficiente, limpio y a precios asequibles. El mercado interior es una de las herramientas más importantes de las que dispone Europa para apoyar una energía sostenible. Pensemos en Polonia o Lituania, prácticamente fuera de dicho mercado y pagando precios exorbitantes por el gas ruso. Parafraseando a Yeats: “Sin un centro, las cosas se desmoronan”.

La crisis económica hace que surja la tentación de mantener un perfil bajo en estas políticas y promover respuestas tradicionales cuando, en realidad, la apuesta por la transición energética podría ayudar a superar los problemas más importantes. Es comprensible la preocupación política y ciudadana con respecto a los temas más urgentes: paro, crecimiento, estabilidad y bienestar. Pero si algo nos ha enseñado esta crisis es que las respuestas cortoplacistas enseguida se convierten en hipotecas a largo plazo.

En marzo, justo antes de iniciar un nuevo ciclo institucional, los líderes europeos se reunirán para responder a las propuestas de la Comisión y orientar las grandes líneas de la política energética y climática futura. Deben aprovechar esa oportunidad para escribir con claridad y coherencia el argumento para un crecimiento bajo en carbono de Europa.

Laurence Tubiana es directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (París). Con ella firman también Nicholas Stern, presidente del Grantham Research Institute en la London School of Economics y presidente de la Academia Británica; y Teresa Ribera, consejera de Clima y Energía del Instituto de Desarrollo y Relaciones Internacionales (París) y ex secretaria de Estado de Cambio Climático entre 2008 y 2011.

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