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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Menos libros de memorias y más diarios

No se trata de que los presidentes den explicaciones en libros a 20 o 30 euros, sino en el Parlamento, gratis

Soledad Gallego-Díaz

Los políticos que escriben libros de memorias deberían aclarar en el mismo prólogo si lo que vamos a leer son sus opiniones o información. Porque no es lo mismo, y la mezcla de ambos deja al lector alicaído. Lo más interesante no serían sus memorias, en la mayoría de los casos reconstrucciones ficticias de la realidad, sino sus diarios. La transcripción desnuda de lo que hicieron, escribieron y hablaron en los días en los que gobernaron y que hubieran ido recogiendo disciplinadamente al término de la jornada. Es esa desnudez lo que convirtió los diarios del presidente de la República Manuel Azaña en una pieza imprescindible de nuestra historia. Ese desabrigo y, evidentemente, la calidad intelectual del autor.

Los políticos actuales acuden sin diarios, y muy abrigados, a sus citas con los editores, y no con los ciudadanos, como aseguran, porque no se trata de que los presidentes den explicaciones a los ciudadanos en libros, a veinte o treinta euros el ejemplar, sino en el Parlamento, gratis. Algunos llegan a las librerías ayudados por escritores profesionales que dan aliento a sus páginas. Un expresidente norteamericano ironizó respecto a las suyas: “Me han dicho que es un libro estupendo. Cualquier día lo compro”. Otros renuncian al aliento literario y van directamente al meollo del asunto: justificar su etapa como gobernante, concediéndose a sí mismos una cierta consideración heroica.

Ya se sabe que la heroicidad es cosa poco democrática; mejor dicho, que el concepto heroico suele ser un verdadero peligro para las democracias, así que conviene mantener una mirada más bien crítica sobre esos relatos. El heroísmo, como decía Victor Klemperer, suele ser mucho más desolado, más silencioso, y suele ir más emparejado a la idea de una resistencia, firme pero sin apoyos, que a convicciones orgullosas. Quizá la única escena de ese talante en los varios libros de políticos españoles publicados este mes sea la que refleja la resistencia desesperada de Yorgos Papandreu en el último y terrible Consejo Europeo al que asistió: “¿Qué más queréis, el Partenón, las islas griegas? ¿Es eso lo que queréis como garantía?” [a los bancos alemanes que reclamaban el pago de sus créditos, antes de que sus Gobiernos aceptaran la angustiosa solicitud de ayuda de Atenas].

Algunos van directamente al meollo del asunto: justificar su etapa como gobernante, concediéndose una cierta consideración heroica

Ya que los políticos no cumplen con esa deseada tarea de apuntar en el momento lo que ocurre, para evitar percibirlo ya al día siguiente de manera distinta y benevolente habría, por lo menos, que pedirles que trastocaran esos libros de memorias tan artificiales por conversaciones con algún interlocutor versado en su tiempo, de manera que repreguntas insistentes les hicieran recomponer escenarios más ciertos. Como si fueran los testigos inconscientes de un crimen que, solo con la ayuda de un especialista, alcanzaran a recordar, con los ojos cerrados, qué gritó aquel hombre que caía por el hueco del ascensor.

Con todo, lo más preocupante con los políticos españoles no es lo que escriben cuando se retiran: en unos casos, deslavazadas justificaciones, y en otros, malévolas justificaciones. Mucho más preocupante es lo que dicen cuando están en activo, las desesperantes y peligrosas declaraciones que realizan continuamente, como si no les importaran las consecuencias de sus palabras, como si no valoraran el formidable peligro institucional que encierran. Como si transformar todo discurso político en pura propaganda no encerrara una amenaza al sistema democrático que siempre se termina por pagar. ¿Cómo ignorar que Esperanza Aguirre reclamó en un consejo político de su partido la persecución de un magistrado del Tribunal de Estrasburgo? ¿Cómo no percibir el peligro de la respuesta de ministro Ruiz-Gallardón: “No lo hacemos porque no podemos”?

Pasarán los años y alguien documentará lo ocurrido estos años y nos daremos cuenta de que quienes observaron un comportamiento más cívico fueron los propios ciudadanos. Y escribirán que increíblemente se les recompensó con nuevas leyes represivas, más amenazas y con cada día menos explicaciones y más propaganda. Por todas partes.

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