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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

SGAE como esperpento

La sociedad de gestión es víctima de la opacidad y los delirios de grandeza del pasado

Dos años después de que la Guardia Civil desmantelara la trama presuntamente delictiva que controlaba la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), el esperpento continúa. El martes pasado fue destituido el hombre que sustituyó a Teddy Bautista al frente de la institución. La caída de Antón Reixa es un nuevo paso hacia el precipicio por parte de la principal entidad de gestión de derechos de autor en español, incapaz a todas luces de autogobernarse. Reixa ha sido víctima de la incesante lucha de facciones internas y, en concreto, de algunos de los socios cuyas prácticas son dudosas cuando no fraudulentas, como los abusivos derechos generados por la emisión de música en las madrugadas de la televisión denunciados por el propio Reixa.

Este nuevo terremoto ha causado una pequeña pero simbólica cascada de dimisiones de autores reconocidos, hartos de las luchas de poder y del espectáculo público que nuevamente está ofreciendo la entidad. Teddy Bautista, que presidió la SGAE durante 16 años, revolucionó una institución anticuada e inútil y logró incrementar considerablemente la generación de ingresos por derechos de autor. Pero se convirtió en un caudillo con un sueldo que superaba los 300.000 euros anuales y un poder ilimitado, al tiempo que lograba hundir la imagen de una entidad que no dudaba en exigir su parte hasta en los conciertos benéficos.

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Antón Reixa fue la alternativa después de un año de transición. Era un candidato surgido de un movimiento de autores completamente desvinculado de la etapa anterior que prometió refundar la institución. En realidad, el inicio de su mandato fue el comienzo de la caída en picado por la incapacidad de sacar adelante una entidad cargada de problemas derivados de la gestión anterior, como la necesidad de desmantelar Arteria, la ambiciosa red de teatros de dimensión nacional que Bautista ideó y que estaba valorada en 300 millones de euros. Fue una estrategia que convirtió de facto a la SGAE en una sociedad inmobiliaria con créditos por valor de unos 150 millones de euros, cuyo último aval eran los derechos de los autores.

El futuro es ahora extremadamente incierto. Los delirios de grandeza de Bautista han desembocado en una SGAE víctima de la burbuja inmobiliaria. Pero, además, esta sigue anclada en procedimientos poco transparentes que no facilitan una salida airosa que permita restañar heridas. La junta directiva elegirá el jueves al nuevo responsable de la SGAE de manera arbitraria, sin nueva convocatoria de elecciones.

La reforma de la Ley de Propiedad Intelectual impulsada por el Gobierno abre la puerta a una mayor liberalización de las sociedades de gestión de derechos y, por tanto, a su especialización y fragmentación en sociedades más pequeñas, lo que, a la luz de la experiencia, parece lo más adecuado. Al menos, podría impedir nuevos e incontrolables dinosaurios como la SGAE.

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