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Tribuna
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Egipto: callejón sin salida

La deriva autoritaria de Morsi ha promovido la unidad democrática

Antonio Elorza

En principio, la crisis del proceso democrático egipcio era previsible, pero existían posibilidades de que fuera evitada. La fuerza político-social más poderosa, los Hermanos Musulmanes, los ijwan,disponía de un fuerte arraigo en la sociedad y de forma reiterada afirmaba su lealtad al pluralismo y a la democracia.

Los resultados electorales confirmaron esa perspectiva, mientras los representantes de la rebelión de Tahrir quedaban marginados por las urnas y el espectro de partidos laicos, desunidos entre sí, solamente conseguía implantaciones locales y una presencia minoritaria en el sistema político. Incluso el recién formado movimiento salafí podía convertirse en aliado eficaz ante una eventual normativa islamizadora.

Quedaba el obstáculo militar, pero la combinatoria de la zanahoria y el palo del presidente Morsi frente al general Tantawi, cabeza de la continuidad pretoriana, pareció despejar definitivamente el horizonte. Nada responde en un primer momento a la imagen de una sociedad partida inevitablemente en dos, como ha sucedido desde el tiempo de gestación del 30 de junio. La aprobación de Morsi superaba entonces el 75%, lo cual sugiere que no fue una hostilidad preconcebida lo que intervino en el desgaste de su popularidad.

La explicación de lo sucedido mencionando los “errores de Morsi” o de los Hermanos Musulmanes lleva así a un callejón sin salida. Si hubo un error por parte de ambos, consistió en el intento muy coherente de poner en práctica, sin prisa pero sin pausa, su proyecto islamista. No improvisaron. El programa elaborado en el verano de 2007, cuando por vez primera pensaron en formar un partido político, partía de la centralidad de la sharía, de modo que los cuerpos legislativos se convertirían en órganos de su interpretación, con el Consejo de la Shura en posición dominante. Era muy significativa la alusión a los turistas, quienes tendrían que respetar la ley islámica. El reciente nombramiento por Morsi de un gobernador del grupo salafí Jamaat al Islamiya para el centro turístico de Luxor encajaría con esa línea.

Los Hermanos Musulmanes pretendieron ejercer sobre el poder judicial un control indiscutido

A lo largo de la gestión de Morsi, paso a paso, los cambios normativos y los nombramientos correspondieron a ese intento de imponer la fórmula islamista de los Hermanos. Las cortinas de humo no impedían ver que si la Constitución se iniciaba en términos conciliadores, limitando la sharía al papel indefinido de fuente de inspiración, otro artículo escondido mucho más lejos, el 229, concreta que esa función será ejecutada dentro de la ortodoxia sunní. Con el islam como religión de Estado, la tolerancia restringida al sunnismo y a las gentes del libro, “el insulto a los profetas” como delito, la práctica de los derechos humanos fue pronto amenazada, amén del refuerzo de sustituciones de responsables de la cultura sospechosos de laicismo y propuestas de depuración, singularmente dirigidas contra un poder judicial sobre el cual Morsi pretendió ejercer un poder indiscutido a fines de 2012. El único periódico libre en lengua inglesa, Egypt independent, hubo de suspender su publicación. Desde el punto de vista de los ijwan, la consolidación de un monopolio de poder, a partir de la hegemonía electoral, resultaba lógica y la exclusión de Tantawi parecía garantizar el éxito.

Solo que el aislamiento era el precio a pagar. El mapa del poder en el Egipto posrevolucionario ofrecía un esquema triangular, donde el vértice de los ijwan, inicialmente con el refuerzo salafí, se oponía a laicos y defensores del legado de Tahrir, y a militares eventuales aliados a los notables residuos de la era Mubarak. Un pluralismo efectivo, como el proclamado en principio, hubiese permitido cooptar a musulmanes moderados y a los laicos. La deriva autoritaria llevará en cambio a la unidad democrática, con el apoyo de los revolucionarios de Tahrir, en un Frente de Salvación Nacional.

La formación posterior de un bloque de oposición radical, Tamarrud, aun propugnando medios pacíficos, ya no permitía marcha atrás: de titulares del poder, los Hermanos Musulmanes pasarán a la condición de fortaleza asediada. Morsi desciende hasta un 25% de aprobaciones. La insistencia en imponer su proyecto y el desconocimiento de la distribución de fuerzas políticas llevarán al desastre. Tal vez Morsi no contaba con el regreso del Ejército a sus pasadas funciones de árbitro armado de las crisis.

Al valorar el golpe de Estado, es preciso en consecuencia tomar en consideración un principio de alcance general: no es mediante pronunciamientos militares como se construye la libertad y se resuelven crisis tan complejas como la egipcia. También conviene recordar que el Ejército no estaba solo, ni siquiera acompañado únicamente de los políticos laicos, ya que a su lado se encontraban el patriarca copto y el imán de Al Azahr, incluso los salafíes de Al Nur.

La absolución de Morsi y del grupo dirigente de los ijwan no tiene, pues, sentido. Como tampoco lo tiene, por mucho que le duela al Departamento de Estado de EE UU, la pretensión de asentar la libertad sobre decenas de muertos. Más allá de Morsi, la presencia de los Hermanos es una precondición para la democracia en Egipto y la tutela militar diseñada por el general El Sisi, con manifestaciones antiterroristas por él convocadas, es presagio de crecientes enfrentamientos y de dictadura.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas.

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