_
_
_
_

Santiago Calatrava, un puente a la polémica

El arquitecto ha proyectado la imagen de las ciudades con sus espectaculares obras. Pero arrecian las críticas por los elevados costes y los defectos. Incluso ha dejado de ser intocable en su tierra, Valencia, en la que ha puesto a la venta su casa. Ahora le han citado a declarar en Venecia por errores en su última obra.

Ferran Bono
Santiago Calatrava posa delante de su escultura 'Bou', frente al Museo de Arte Contemporáneo de Palma de Mallorca en 2007.
Santiago Calatrava posa delante de su escultura 'Bou', frente al Museo de Arte Contemporáneo de Palma de Mallorca en 2007. REUTERS

Santiago Calatrava siempre quiso pintar y dibujar. De niño, iba a todos lados con sus lápices de grafito y estudiaba Bellas Artes. Al final, cursó las carreras de Arquitectura en Valencia e Ingeniería en Zúrich, donde se casó y estableció su residencia en los setenta. Años después se convirtió en una estrella en el firmamento de la arquitectura. Pero nunca abandonaría su vocación de pintor (y también escultor).

A veces traza unos rasgos y le regala un retrato a la fotógrafa que le inmortaliza en una entrevista o le personaliza el casco a Plácido Domingo durante la visita a las obras de una ópera. Es una persona creativa, talentosa, formada, que ha alcanzado un elevado estatus social procediendo de una familia humilde. Le gusta hacer gala de todo ello. Su discurso entusiasta puede subyugar.

El arquitecto de 61 años, con tres hijos y una hija, explica que la arquitectura es “un arte que a veces es más fácil entender a través de la pintura”. Si sus puentes o sus óperas se parecen mucho, como ha comentado, es por la misma razón que de inmediato son reconocibles las obras “de Picasso o de Dalí”. Son obras con sello de artista, de autor.

El presupuesto de la estación de la Zona Cero se ha disparado de 2.200 a 3.440 millones de dólares

Un sello de indudable atractivo e impacto visual que le ha catapultado al estrellato. Son numerosas las ciudades que han proyectado su imagen en el mundo a través de su obra espectacular, de hormigón blanco, formas irregulares y proporciones catedralicias. Es una de las caras de Calatrava. En los últimos años, sin embargo, se está produciendo un efecto rebote. Son cada vez más las urbes que protestan por los problemas de funcionalidad, los elevados gastos de mantenimiento y los sobrecostes en la construcción. Antiguos colaboradores del arquitecto inciden en su “compleja y dual personalidad” y en su “excesiva exigencia” de austeridad a sus equipos que contrasta con sus altos honorarios. Es la otra cara de Calatrava.

Incluso arrecian las críticas (y no sólo de los ciudadanos) en su ciudad natal, Valencia, donde ha diseñado su particular parque temático, tendiendo tres puentes y erigiendo un cine IMAX (l’Hemifèric), un museo (de les Ciències), un paseo ajardinado (l'Umbracle), una ópera (El Palau de les Arts) y un Agora (sin uso concreto). No se ha desarrollado, aunque sí pagado (15 millones), el proyecto de tres rascacielos.

El hijo pródigo, el profeta en su tierra, ya no es intocable. La apabullante Ciudad de las Artes y las Ciencias, “no sólo ha puesto Valencia en el mapa, sino que es el segundo complejo cultural más visitado de Españas, después de la Alhambra”, según ha reiterado Calatrava. Numerosas portadas de guías de viaje están dedicadas al complejo por el que el arquitecto ha cobrado 98 millones de euro en honorarios sobre un coste final de 1.298 millones (incluido equipamiento), de un presupuesto inicial de 308 millones.

Las relaciones entre Calatrava y Valencia se han distanciado. El arquitecto se ha retirado a su estudio en Zúrich, donde ha trasladado su sociedad inversión de Madrid, y ha puesto a la venta el caserón familiar que había rehabilitado en el centro de la ciudad.

La Generalitat parece decidida a exigirle responsabilidades por la aparición de abombamientos en el trencadís (revestimiento de piezas de cerámica) que cubre la enorme fachada del Palau de les Arts, cuyo coste se eleva a 478 millones de euros, cuatro veces más del previsto. Fuentes del Consell afirman que no pagarán el lifting necesario para eliminar las arrugas que han aparecido a los ocho años de vida. Puede parecer normal, pero no lo es. Calatrava ha recibido encargos de administraciones de PSOE y PP, pero nunca gozó de tanta libertad como durante la presidencia de Francisco Camps. Exaltos cargos lamentan ahora ese laissez-faire, esa permisividad que el actual presidente Alberto Fabra (PP) pretende cortar, acuciado por la crisis.

Además, Italia ha elevado el listón al anunciar recientemente que su Tribunal de Cuentas reclama más de tres millones de euros a Calatrava y tres ingenieros, acusados de “daño” al erario público por errores durante la construcción del puente que diseñó para Venecia, cuyo coste ascendió de cuatro a 10 millones de euros.

Calatrava y su equipo ya se tuvieron que hacer cargo de los 3,5 millones de euros por un derrumbamiento ocurrido en el Palacio de Congresos de Oviedo durante su construcción en 2006.

El arquitecto recibe muchos encargos y se expone más que otros profesionales con sus estructuras complejas y esteticistas. El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, declaró que su terminal de transportes para la Zona Cero de Manhattan, aún por inaugurar, es “demasiado complicada de construir”. Se ha recortado el proyecto, aunque su coste se ha disparado de 2.200 millones de dólares a 3.440 millones. El New York Times pasó de elogiar a Calatrava a criticar la “preocupante incongruencia entre la extravagancia de su arquitectura y el limitado propósito al que sirve”.

“Ya está bien de la dictadura de Calatrava”, dijo Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, a propósito de la polémica por su pasarela resbaladiza de Zubizuri y su convivencia con la de Isosaki, que derivó en juicio (ganado en parte el valenciano). En su aeropuerto con forma aviar completó su obra para resguardar la sala de espera que había quedado a la intemperie. Su primer y magnético rascacielos construido, el Turning Torso, icono de la ciudad sueca de Malmö, también estuvo envuelto en polémica como recoge el ilustrativo documental de Fredrick Gertten, que durante cuatro años siguió al arquitecto y reflejó su poliédrica personalidad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_