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Columna
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El gran plan del Gobierno es favorecerse ellos y los suyos y hundir en la miseria a todos los demás

Es duro gobernar. Existe demasiada competencia, a nivel mundial. Este país se esfuerza. Sus mandatarios. Recortes, corrupción, prepotencia, injusticia: se reparte el despropósito a manos llenas, pero justo cuando se vislumbran los resultados, cuando se empieza a ver que a los españoles ya no nos reconoce ni el padre que nos inseminó, sale un ministro de Finanzas japonés y tanta entrega, tanto trabajo realizado, tanto sudor, quedan reducidos a nada. El nipón, brillante, fue directo al meollo del asunto: moríos, viejos, nos salís demasiado caros. El que más, supongo, el emperador, con sus 79 varas de almendro. A ver si casca el primero.

Ante una idea tan perfecta, ante una solución final tan rotunda, lo de este Gobierno parece un surtido de mariconadas perpetrado por un grupo de nenazas pusilánimes.

No lo son. No seamos injustos. El suyo es un gran plan: favorecerse ellos y los suyos y hundir en la miseria a todos los demás. Llevadas a término con minuciosidad, tenacidad y rigor, las reformas para atrás perpetradas por nuestros gobernantes acabarán dando el mismo fruto que un gaseado rápido. Cientos de miles de personas fenecerán, con el mínimo gasto público. Será menos glamuroso que un harakiri masivo, pero, bueno, nosotros estamos aquí para hacer lo que hay que hacer y si había que hacerlo lo hemos hecho, y con ello nos basta.

Por otra parte, la marca España ya está siendo muy bien defendida por los conductores al revés que son indultados, los conductores sobre ruedas que giran por los aeropuertos vacíos y, sobre todo, por los conductores imputados por delitos que podrán volver a conducir bancos.

Si alguien dice que no nos mostramos a la altura de los tiempos, es por envidia. Siempre nos miraron mal por haber inventado la fiesta de los toros y la vidente de El Escorial.

 

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