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tormentas perfectas
Columna
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Al pan, pan y al vino, vino

Israel está evolucionando hacia una forma organizativa con puntos en común con el 'apartheid'

Lluís Bassets
MATT

Egipto no era Túnez. España no era Grecia. Cataluña no es Escocia. Y naturalmente, Israel no es la Sudáfrica del apartheid, el sistema de segregación racial y de discriminación de derechos creado por la minoría blanca y eliminado a principios de los años noventa. Que se lo pregunten al expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, que osó insinuarlo en su libro Palestina: paz, no apartheid, y se las cargó con todo el equipo.

Israel está evolucionando velozmente hacia una forma de organización que permite encontrar puntos en común con el apartheid. Los ciudadanos árabes de nacionalidad israelí, que representan el 20% de la población de Israel, gozan de todos los derechos de ciudadanía, pero son percibidos como una minoría alógena e indeseable por buena parte de la población israelí. En una encuesta realizada por la ONG Diálogo y difundida por el periodista Gideon Levy en el diario Haaretz, se señala que un 59% de los encuestados quiere que se dé preferencia a los judíos sobre los árabes en la adjudicación de plazas de funcionarios del Gobierno, un 42% no quiere vivir en un edificio donde hay árabes y otro 42% no quiere que haya árabes en las clases donde llevan a sus niños. Más: un tercio de los israelíes pide que se les retire el derecho de voto y un 47% se muestra a favor de la medida más drástica, su expulsión.

La cuestión de los derechos civiles no adquiere vigencia únicamente en el interior de Israel, donde muchos árabes, como es el caso de los beduinos, se sienten discriminados e incluso desposeídos en sus derechos y propiedades. El fracaso del proceso de paz y la constante ampliación de los asentamientos israelíes en Cisjordania están creando una nueva realidad que tiene similitudes con los bantustanes de Sudáfrica, en los que se concentra una población palestina empobrecida, sin Estado propio y sin derechos de ciudadanía. De ahí que la reivindicación que se perfile en el horizonte sea el reconocimiento de los derechos civiles para los 2,5 millones de palestinos cisjordanos, eventualidad que un 69% de israelíes rechaza. Un 48% de los encuestados no quiere tampoco la anexión de Cisjordania, que sería la que facilitaría la adopción de una nueva estrategia palestina similar a la del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos y a la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.

Lo más noticioso de todo, hasta merecer la primera página del diario Haaretz, es que un 58% de los encuestados reconoce que Israel practica una forma de apartheid con los árabes, a pesar de que no se haya producido dicha anexión. Otra ONG de signo contrario llamada Honest Reporting, dedicada según sus principios a “asegurar que la información sobre Israel sea honesta y rigurosa”, ha criticado la presentación de la encuesta y acusado al periodista de manipular los datos para apoyar su agenda izquierdista y antiisraelí.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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